domingo, 30 de abril de 2023

"Yo he venido para que tengan vida" (J 10, 1-10)

 

El capítulo 10 del Evangelio de Juan comienza con una crítica de Jesús a los fariseos y dirigentes del pueblo (cuya ceguera ha denunciado poco antes), como pastores ilegítimos, que buscan su propio bien, más que el del Pueblo de Dios (como dicen Mt 23, 1-7: "lían fardos pesados... todo lo que hacen es para que los vea la gente". Jn 5, 44, "recibís gloria unos de otros, y no buscáis la gloria que viene de Dios"). 

A diferencia de ellos, Jesús es el Pastor auténtico, que conoce a sus ovejas y las guía (camina delante de ellas), que, incluso, da la vida por ellas (Jn 10,11), porque ha venido para que tengan vida, y la tengan abundante. Más aún, Jesús es la Puerta: todo pastor auténtico entra a través de Jesús, de su "perfil", de su enseñanza, de forma de ser y de actuar: su entrega, su actitud de servicio, su atención a la persona. Jesús es también la puerta que da acceso a la vida de Dios (como la puerta del templo, o de la ciudad santa), a la salvación y la vida plena, donde el ser humano se sacia. Una puerta caracterizada por la confianza y la libertad (podrá entrar y salir). Ese entrar a través de Jesús, nos habla de seguir su enseñanza, de vivir unidos a Él, de "hacernos a la medida" de esa puerta: cuando nuestra vida y nuestro corazón se hacen al de Jesús y toman su forma, vamos entrando en su vida. 

El Evangelio de hoy nos invita a meditar algunos rasgos de ese Buen Pastor, que hablan de nuestra relación con Él. Es Pastor que conoce a los suyos por su nombre, personalmente. Y Pastor cuya voz conocen los suyos. Algo que, por una parte, habla de lo que ya vivimos (le seguimos porque su voz conecta con nuestro interior, nos inspira confianza), y por otra parte, nos llama a preguntarnos: en medio de tantas voces y ruidos, ¿cómo reconocemos su voz? (o ¿cómo podemos reconocerla mejor?). Es Pastor que va delante de nosotros: sea cual sea la situación que nos toca vivir, él ya la conoce, y puede abrir camino para nosotros. Sobre todo, es Pastor que viene a nosotros, para que tengamos vida, y vida abundante. 

Vueltos hacia este "pastor y guardián de nuestras almas" (1 Pe 2, 25), la carta de San Pedro ofrece una reflexión sobre la actitud que podemos mantener cuando nos alcanza el sufrimiento: perseverar en hacer el bien (lo mismo en que resumió Pedro la vida de Jesús, en su anuncio a Cornelio, Hch 10, 38). Es una palabra novedosa, contracultural, ante una sociedad (la de entonces, y también la actual) que considera el sufrimiento como algo de lo que se huye "a cualquier precio", algo que, cuando llega, se vive con desesperación. Para no irnos al extremo contrario, conviene matizar lo que Pedro afirma como "una gracia de parte de Dios" o "cosa hermosa ante Dios" no es el sufrimiento en sí (que es algo negativo), sino la capacidad de soportarlo haciendo el bien, como Jesús. Él nos muestra que podemos soportar el mal sin que el mal nos "invada". Él, que nos ha curado con sus heridas, nos da hace capaces de darle la vuelta, abrir camino al bien.

"El aprovechar [crecer] no se halla sino imitando a Cristo que es el camino y la verdad y la vida, y ninguno viene al Padre sino por él, según él mismo dice por San Juan (14,6 y 10,9). Y en otra parte dice: Yo soy la puerta; por mí, si alguno entrare, salvarse ha".
                     (San Juan de la Cruz, Subida del Monte Carmelo, II, 7,8)


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domingo, 23 de abril de 2023

"Se puso a caminar con ellos" (Lc 24, 13-35)

 

En esta mañana de Pascua ("aquel mismo día": porque Jesús es presente, es presencia viva que acompaña Jn 11, 25), Lucas nos invita a ponernos en camino, con aquellos dos discípulos, cuya experiencia evoca lo que vivió la primera comunidad cristiana; y lo que, sin darnos apenas cuenta, porque nuestros ojos también están velados (Lc 24, 16), se nos ofrece a vivir. 

Jesús sale a paso de su (nuestro) camino. Ellos estaban "de vuelta" (en todos los sentidos). Desanimados, derrotados. Sus ojos son incapaces de reconocer a Jesús, de manera parecida a como son incapaces de reconocer lo que significa el sepulcro vacío, y de comprender el testimonio de las mujeres. Pero Jesús se acerca. Incluso ante su primera reacción es desabrida ("¿eres tú el único que no sabe...?"), se pone a la escucha de su desencanto, sus lamentos, sus esperanzas frustradas... Dios escucha, e invita a que le hablemos de nuestros sentimientos, inquietudes... 

Y en esa conversación, toma la palabra. Una palabra audaz, capaz de sacudir su ofuscamiento (en 1 Cor 15, 34 Pablo habla de algo parecido). Una palabra que ayuda a ver la historia vivida desde otra perspectiva, la de Dios que abre camino de salvación de una manera diferente ("era necesario..."). Jesús guía una nueva lectura de la Escritura, que ilumina lo que están viviendo, y enciende su corazón. Es lo que hizo con las primeras comunidades cristianas, que comprenden y resitúan lo que hoy llamamos Antiguo Testamento, desde Jesús. Es lo que sigue haciendo, cuando nos acercamos a la Escritura para leer, desde ella, nuestra vida. 

"Lo reconocieron en la fracción del pan". El relato culmina en ese momento en que reconocen, en el gesto de partir el pan, a ese Jesús que ha partido y compartido su vida con ellos y por ellos. "Entonces se les abrieron los ojos y lo reconocieron". 

La expresión recuerda a la del Génesis, cuando "se les abrieron a entrambos los ojos, y se dieron cuenta de que estaban desnudos" (Gn 3,7). Pero ahora todo es nuevo y de otra manera: la conciencia de la propia pobreza e indignidad, está iluminada por aquél que ha vencido al pecado y la muerte y nos sana, aquél que nos muestra la misericordia victoriosa de Dios. Por eso, en lugar de un camino de destierro y penalidades, el camino que se abre aquí es de gozo, de vida, un retorno a Jerusalén y a la comunidad. 

La Eucaristía se muestra como momento de reconocimiento de la presencia de Jesús. Un reconocimiento que tiene relación con la hospitalidad y el compartir ("quédate con nosotros"). Y con la comunidad, a la que vuelven aquellos discípulos para compartir el testimonio del resucitado (y vuelven de noche, pues han reconocido a Jesús en la cena, pero ni la noche les impide el camino). De algún modo, todo ese camino es como una Eucaristía, en la que han escuchado a Jesús explicarles las Escrituras, y han podido descubrir la presencia de Él en sus (nuestras) vidas.  

Una presencia que no se puede agarrar: "lo reconocieron. Pero él desapareció"; y a la vez, se dan cuenta de que sus corazones ardían cuando les hablaba por el camino. Antes, nos ha dicho que "entró para quedarse". Es esa presencia misteriosa que no podemos asir, controlar. Pero que nos llena de esperanza y nos guía por el camino. 

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domingo, 16 de abril de 2023

"Paz a vosotros... Os envío" (Jn 20, 19-31)

 

El encuentro de Jesús resucitado con sus discípulos que narra Juan tiene muchos detalles, muchos elementos implícitos para contemplar. Apunto sólo algunos. 

Jesús se hace presente en medio de una comunidad que ya ha recibido el anuncio de la Resurrección (a través del testimonio de María Magdalena. Y de su propia visita al sepulcro vacío, donde el discípulo amado "vio y creyó", Jn 20,8) pero se encuentra "con las puertas cerradas por miedo". Una vez más, Juan nos está dando a entender cómo el encuentro de los discípulos con el Resucitado no fue un "flash" que cambió todo como por arte de magia, sino un proceso, un camino en que los amigos de Jesús recorrieron con dificultades (y el Evangelio nos habla de comprender, caer en la cuenta, reconocer...) y, en el que experimentaron la fuerza transformadora del Señor. Y su gozo: "los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor". 

Junto a la alegría, la Paz, que es saludo, repetido tres veces, del Señor. Es la paz del Resucitado, que lleva las señales de su paso por la cruz y la muerte. Es la paz de quien ha afrontado el conflicto, de quien conoce en propia carne, el sufrimiento de la humanidad (de toda la humanidad), y la muerte; de quien ha cargado con nuestra injusticia, mentiras, violencia (todo eso que se hizo presente en su condena a muerte...). Es la Paz de quien, asumiendo todo esto, abre un camino nuevo de vida. Es la victoria de Dios, que no se impone por la fuerza, sino que encuentra otro modo de brotar. Es una Paz que tiene que ver con la Misericordia de Dios, que celebramos también en este domingo. Y con el envío de los discípulos, a quienes Jesús confía una misión de reconciliación, de perdón de los pecados.

El Evangelio habla también de la comunidad, que es lugar de encuentro con Jesús. Por eso Tomas, que "no estaba con ellos", es incapaz de creer. Y por eso también Tomás, que a pesar de sus dudas (ese querer que Dios se manifieste a la medida de sus condiciones) permanece en la comunidad, llega a encontrarse con Jesús. Un encuentro verdadero, en el que Tomás comprende, confiesa lo que no podría haber "palpado": la divinidad y el señorío de Cristo.  

"Muchos otros signos" hizo y sigue haciendo Jesús. Como aquella primera comunidad, nosotros tenemos una fe incipiente, con miedos y puertas cerradas . No encontramos, por ejemplo, la "puerta" para entrar en el corazón de nuestra cultura y anunciar, de forma que nos comprendan, lo que ofrece Cristo Resucitado. Pero Jesús se hace presente, para comunicarnos su paz y su gozo. Somos invitados a "creer sin ver", a ponernos en camino, aun no sin tenerlo "todo claro", sin tener encajadas todas las piezas de nuestro puzle.  Estamos en camino de experimentar el encuentro con Jesús resucitado y la Vida que nos ofrece. Y Él nos envía. 


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sábado, 8 de abril de 2023

"Ha resucitado de entre los muertos, y va delante de vosotros a Galilea" (Mt 28,7)

 

Hoy celebramos la fiesta más importante. Cristo resucitado es el centro y la fuente de nuestra fe. Su victoria sobre la muerte y el mal son el fundamento de nuestra esperanza. Su presencia  es la que congrega la Iglesia. Su fuerza, la fuerza del Espíritu, es la que impulsa nuestras vidas. 

Hablar de la Resurrección de Cristo es hablar de un acontecimiento que está en el centro de la historia, y a la vez va más allá de cuanto se puede narrar. Los evangelistas usan un lenguaje simbólico para hablar de la experiencia de encuentro con Cristo que vivieron los discípulos, una experiencia difícil de poner en palabras, de reducir a los esquemas de nuestro pensamiento, a la vez que una experiencia profundamente real, que, de hecho, transformó totalmente sus vidas, ahora contagiadas de esa luz, fuerza y vida nueva del Resucitado. 

Se nos irá hablando, así, de búsqueda, de encuentros, de dificultad para reconocer... El encuentro con el Resucitado es también, para los discípulos, una experiencia de conversión: ahora es cuando cambian su forma de enfocar la vida, su escala de valores y sus actitudes, toda su vida se recompone desde el encuentro con Jesús. Y eso implica un proceso de comprender, abrir los ojos, hacer camino... La resurrección se presenta como acontecimiento luminoso como un relámpago, con fuerza para transformar la vida... pero a la vez, y como todo lo de Dios, como algo que se ofrece, no se impone; y que, por tanto, en nosotros significa dar pasos, hacer proceso. 

El anuncio del ángel  que escuchábamos ayer en la Vigilia, envía a los discípulos a Galilea ("ha resucitado de entre los muertos, y va delante de vosotros a Galilea"). Y sobre ello vuelve el mismo Jesús, que sale a su encuentro: "Id, avisad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán". Esa Galilea es el lugar de la vida cotidiana. También, el lugar de la primera predicación de Jesús, donde (en palabras de Pedro, Hch 10,37) comenzó todo. Ahí se nos envía, para encontrarnos con El. El va delante de nosotros: delante de nuestros esfuerzos, de nuestras iniciativas, de nuestro construir comunidad, de nuestras búsquedas. Abriéndonos camino. Sigámosle, para encontrarnos con El.

 


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viernes, 7 de abril de 2023

"Cargando él mismo con la cruz..." (Jn 18,1 - 19,42)

 



Hoy se nos invita a contemplar la cruz de Jesús, a dejarnos interpelar por aquello que fue instrumento de tortura y muerte, pero ha cambiado de sentido por la muerte de Cristo, hasta convertirse en señal de salvación y vida. 

El relato de la Pasión según san Juan nos ofrece una perspectiva significativa. Por un lado, su historicidad detalla escenas como las negaciones de Pedro, y muestra el juego de manipulaciones insidiosas entre los sumos sacerdotes y Pilato (ellos lo corrompen para que condene injustamente a Jesús, y él consigue que declaren "no tenemos más rey que al César"). Por otro, una serie de detalles ofrecen una lectura más honda, que descubre cómo se manifiesta ahí la gloria de Dios, la salvación de la humanidad. Jesús (como uno de tantos, Flp 2, 7-8) es traído y llevado por los manejos de las autoridades, maltratado y escarnecido. Pero manifiesta su majestad como Dios. Una majestad velada, que intimida a Pilato (quien, de alguna manera, es juzgado por el propio Jesús, que le dice "soy rey... no tendrías ninguna autoridad sobre mí si no te la hubieran dado..."), y hace retroceder y postrarse a los soldados que van a prenderlo. (el mismo Jesús que, en la Ultima Cena se arrodillaba para lavar los pies de los discípulos, es quien ahora se presenta como "Yo Soy", como se identificó ante Moisés. Ex 3, 14-15). Manifiesta así que "nadie me quita la vida, sino que Yo la doy voluntariamente. Tengo autoridad para darla, y tengo autoridad para recuperarla" (Jn 10,18). Su muerte no es, como parece, victoria del poder del mundo, sino manifestación del amor y obediencia de Jesús al Padre (Jn 14,31), el Padre que lo ha enviado para anunciar su amor salvador para todos. Y en su entrega hasta la muerte, "todo está cumplido" (Jn 19,30). La revelación de Dios a la humanidad se cumple, culmina en ese amor que, por nosotros, se ha despojado de todo, se ha hecho igual a nosotros, hasta ser contado entre los últimos, y ha dado la vida. Y la humanidad es salvada. Su historia, marcada por la muerte, la mentira y la injusticia, se abre a un nuevo comienzo, porque el Hijo de Dios ha cargado con ella, y porque la ha vencido. La Resurrección de Jesús hará "evidente" (aunque con "evidencia" que no se impone, sino se ofrece y se acoge en la fe) esa victoria de Dios.

La muerte de Jesús asume los dolores y muertes de la humanidad. En esa cruz que Jesús ha asumido por anunciar el amor del Padre a todos (sin plegarse a los exclusivismos y las manipulaciones de fariseos y de otros poderes de aquel tiempo), Jesús se une a todos los que sufren, a todos los que mueren. Para que su Vida alcance a todos los que la quieran acoger. El Jesús que ahora entrega el espíritu (Jn 19,30), es el mismo que, resucitado, lo alentará sobre los discípulos, para llevar al mundo la reconciliación y la Vida Nueva (Jn 20, 22-23)

Somos invitados a permanecer junto a la cruz de Jesús, como lo hace el discípulo que Jesús quiere. Junto a María, que, también esta vez, es la que guarda (y nos enseña a guardar) todas las cosas de Jesús, meditándolas en el corazón (Lc 2, 51), aun sin comprenderlas del todo, pero esperando a que su Palabra y su Vida germinen y den fruto (como "el grano que cae en tierra y muere" Jn 12, 24-26). A la espera de la Resurrección que mostrará todo el poder salvador y renovador de la entrega de Jesús. 

Ante esa cruz somos invitados a poner nuestras cruces, nuestros dolores, incertidumbres, fracasos... Y mirar nuestra vida desde la cruz de Jesús, desde el amor que en ella nos muestra, desde la esperanza que ella abre. 

Ante esa cruz somos llamados a hacer presentes las cruces de nuestro mundo, de todos los que sufren, de todas las víctimas, de cuantos vemos "sin aspecto atrayente, despreciados y evitados de los hombres" (Is 53, 2). San Pablo nos dice que Jesús, el Hijo de Dios, aprendió, como hombre real que era, el camino de la obediencia, de la búsqueda de la voluntad del Padre, asumiendo la dificultad y sufrimiento que comporta esta búsqueda. Con Él ("toma parte en los trabajos del Evangelio", 2 Tim 1,8), somos llamados a buscar la voluntad de Dios, que abre caminos de justicia, de solidaridad, de vida. Significativamente, Juan nos presenta al pie de la cruz a quienes serán los primeros testigos de la Resurrección, los primeros en reconocerlo (Jn 20,16; 21,7)

"Con tan buen amigo presente, con tan buen capitán, que se puso en lo primero en el padecer, todo se puede sufrir; es ayuda y da esfuerzo; nunca falta; es amigo verdadero"  (Teresa de Jesús, Vida, 22,6)




jueves, 6 de abril de 2023

"Haced esto en memoria mía" (1 Cor 11, 24; Jn 13,1-15)

 

Entramos en la celebración de la Pascua. Las lecturas de hoy nos hablan del sentido de la muerte y resurrección del Señor, que vamos a contemplar en estos días. Muerte (no lo olvidemos) que es consecuencia y culminación de su vida, y Resurrección que es fuente de Vida Nueva para nosotros. Conectan esta muerte y resurrección con la Pascua judía, que es memoria del paso salvador de Dios, que libera a su pueblo, y afianza su relación con él a través de un pacto, una alianza. En Pascua, de hecho, tuvo lugar la muerte y resurrección de Jesús. Sobre todo, es que la Pascua judía se convierte en anuncio de la de Jesús: su muerte y resurrección son el paso definitivo de Dios por nuestra historia, que nos libera y salva. 

Y por otro lado, conectan la Pascua con la Eucaristía que celebramos a diario; y que, cada día, remite nuestras vidas a la vida, muerte y resurrección de Jesús, y fortalece nuestra relación personal (alianza) con Él. Para que su salvación, su vida, vaya impregnando y transformando nuestra vida. 

El texto de la Carta a los Corintios que escuchamos hoy, es el relato más antiguo de la Última Cena de Jesús. Nos transmite el gesto de Jesús con el pan y el vino. Y Juan nos presenta otro gesto, el lavatorio, que nos ayuda a comprender el sentido de la muerte de Jesús, y también el sentido de la Iglesia, como comunidad que Jesús funda, y de la Eucaristía. Las primeras palabras del relato de Juan revisten de solemnidad este gesto: el lavatorio expresa el sentido de la vida y misión de Jesús (que, el domingo pasado, Pablo nos presentaba como un camino de entrega y humildad: por nosotros "se despojó de si mismo... hasta la muerte". Flp 2, 6-11), y revela el sentido de su muerte, que manifestará la gloria de Dios, su amor que está por encima de todo, y que ha de vencer a la muerte y al mal. 

Una solemnidad que contrasta con la humildad, con la escandalosa humillación del gesto que Jesús hace (un gesto de servicio relegado a los esclavos). Como será también escandalosa la humillación de su muerte en la cruz. El amor que Jesús enseña  no tiene límites, implica asumir lo que no entraría en un plan. Sólo el amor puede afrontar lo imprevisible, y la realidad humana, con sus limitaciones y heridas.

Juan nos dice que Jesús "se ciñe" para realizar este gesto, y vuelve a aludir después al paño que Jesús lleva ceñido. Lo que Jesús está haciendo no es casual. Jesús se ciñe, como el luchador para el combate, o como el pueblo para el Éxodo (en la primera lectura) para el camino de liberación que emprende. De hecho, Jesús se ciñe a la voluntad del Padre, a su amor a toda la humanidad, y afronta así su muerte ya próxima. Esa muerte, que iba a ser una injusticia, un abuso, un plan trazado por otros para eliminarlo, es algo que Jesús asume conscientemente, y lo convierte en entrega, y en vida. 

Juan subraya la iniciativa de Jesús. En el Éxodo se ceñía el pueblo, aquí es Jesús quien se ciñe. Donde cabía esperar que los discípulos sirvieran, es Jesús quien sirve. Aunque todos fallen (Pedro que, a pesar de sus promesas, negará a Jesús; Judas, que lo traicionará), Jesús lleva adelante su misión, y ante ese panorama desolador de traiciones y debilidades, manifiesta su amor hasta el extremo. El amor es más fuerte. El amor de Jesús es el fundamento firme de todo. 

Es preciso dejarse lavar por Él. Es preciso tener la humildad de reconocer su iniciativa, y acogerla. Tomar conciencia de este amor con el que Dios se pone a nuestros pies. En la medida en que llegamos a conocer este amor, a dejarnos rehacer por él, es él quien puede hacernos comprender, impulsarnos.

Y esto pasa por la comunidad. Comunidad que se ha de construir desde el amor y la humildad. Que vamos aprendiendo a construir día a día, al estilo de Jesús, haciendo el esfuerzo de servirnos unos a otros, y de dejarnos lavar unos por otros. 

Entramos en la Pascua. Para que Dios nos ayude a dar pasos, a entrar en la Vida Nueva que nos ofrece. 

Lecturas de hoy (www.domincos.org)

domingo, 2 de abril de 2023

"Obediente hasta la muerte... Jesucristo es Señor" (Flp 2, 6-11; Mt 26,14-27,66)

 

El Domingo de Ramos nos introduce en la Semana Santa, con ese gesto profético de la entrada de Jesús en Jerusalén, de forma humilde, y aclamado como aquél "que viene en nombre del Señor". Por las mismas fechas, el gobernador romano hacía su entrada en la capital, escoltado por un imponente despliegue militar para dejar claro su dominio de la situación. La entrada de Jesús es la del Mesías que viene, no con el poder de un ejército que se impone, sino con la fuerza del Espíritu, la fuerza de Dios Amor que se entrega y da vida, que salva. La aclamación de los que acompañan a Jesús anuncia una victoria que se va a realizar de forma muy diferente a como ellos esperaban, y con un alcance más definitivo. 

El relato de la Pasión nos introduce en todo lo que vamos a contemplar en estos días, para que lo meditemos una y otra vez, para que vayamos entrando en el sentido de este Misterio que siempre es más profundo de lo captamos, siempre es mayor. Y está más conectado con nuestras vidas de lo que percibimos. 

Se nos invita a una lectura pausada de la Pasión del Señor, para dejarnos interpelar por ella. Son muchas las escenas, las personalidades que aparecen, los elementos y los detalles que nos hablan. Cabe apuntar, entre otros, que el relato de Mateo se caracteriza por las frecuentes referencias al cumplimiento de las Escrituras, ya desde la entrada de Jesús en Jerusalén (Mt 21, 1-11) que recuerda el texto del profeta Zacarías (Za 9,9). La entrega y la muerte de Jesús es, efectivamente, el cumplimiento total de todos los anuncios y profecías anteriores, la Revelación plena de Dios. Jesús muere por fidelidad al Padre, al amor de Dios a todos los hombres, que él ha predicado sin plegarse a los exclusivismos de unos y otros (fariseos, nacionalistas judíos, etc.). Su entrega, su amor hasta el fin, su humilde despojarse de sí mismo y de la misma vida por nosotros (que canta Flp 2, 6-11), su comunión, en la cruz, con todos los que sufren, revela quién es Dios en verdad. 

Es un cumplimiento lleno de paradojas, que también aparecen por doquier: los discípulos que prometen ser fieles pero sucumbirán a su debilidad, y aún así, serán testigos de la fidelidad de Jesús que, en medio de todo, se entrega y salva; la incomprensión del pueblo elegido y de los doctores de la ley, frente a la reconocimiento de los paganos, que culmina en la confesión del centurión: "Verdaderamente este era Hijo de Dios". Dios lleva adelante su plan de salvación anunciado, pero no sucede como esperábamos. Acontece, de hecho, con más hondura y más alcance. 

Así sigue siendo. Esta cruz de Jesús ilumina también las encrucijadas de la vida de cada uno de nosotros, y nuestras contradicciones. En ellas también nos acompaña y salva, de forma, a veces, insospechada Somos invitados a la confianza en Él, y a dejarnos iluminar por su palabra, por su ejemplo, por su vida, por su presencia. . Somos invitados, en estos días, a mirar la cruz de Jesús. Y mirar nuestra vida a su luz. 



Lecturas de hoy (www.dominicos.org)

  En los primeros domingos de Pascua, el Evangelio narra los encuentros de Jesús Resucitado con los discípulos. En los tres siguientes, ante...