domingo, 28 de mayo de 2023

"Recibid el Espíritu Santo" (Jn 20, 19-23)

 


Es Pentecostés, la fiesta del Espíritu Santo, la plenitud de la Pascua. Entre los muchos detalles que las lecturas y la secuencia nos ofrecen para reflexionar y orar, quisiera subrayar algunos:

- La universalidad y la reconciliación. El relato de los Hechos de los Apóstoles, y el Evangelio, nos hablan de una casa (la Iglesia) que se abre al mundo. Jesús se hace presente en medio de aquella comunidad encerrada en el miedo, y los envía (Jn 20, 19-23), con el poder de perdonar. El Espíritu los impulsa a proclamar las maravillas de Dios en todas las lenguas, de manera que "cada uno los oímos hablar de las grandezas de Dios en nuestra propia lengua" (Hch 2, 11). El relato de los Hechos de los Apóstoles tiene como trasfondo la historia de Babel (Gen 11, 1-9) donde la confusión de lenguas aparecía como fruto de la soberbia humana, que pretendía "escalar el cielo" y acabó en la incapacidad de entenderse unos con otros, y la división y dispersión de la humanidad. Aquella historia antigua transmitía una sensación de rivalidad entre la humanidad y Dios. El Espíritu Santo, sin embargo, nos ayuda a descubrir al Dios revelado en Jesús: Él alienta todo lo verdaderamente humano, y lo hace crecer. Por eso su obra y su palabra reconcilian, liberan de los miedos, y hablan al corazón de cada persona "en su propia lengua". 

- La unión con Jesús y la renovación de la persona. Es el propio Jesús resucitado quien sopla sobre los discípulos su Espíritu. Es un acto creador, como el del Padre que dio vida al primer ser humano (Gn 2,7). El Espíritu re-crea, renueva profundamente nuestra realidad. Ese Espíritu es el que hace a los discípulos capaces de comprender las palabras de Jesús, y vivirlas. El Espíritu nos une a la misión de Jesús, haciéndonos participar de su propio envío, que es algo fundamental en la identidad de Jesús y en su relación con el Padre. El Espíritu nos va uniendo a Jesús, para compartir su vida y su misión "Como el Padre me ha enviado, también yo os envío". El Espíritu nos acerca a su corazón, nos hace reflejar su vida, con una infinita diversidad de dones y carismas, que conectan la personalidad de cada persona con Cristo. Por eso, es gracias al Espíritu que podemos decir auténticamente "Jesús es Señor" (1 Cor 12, 3), reflejar ese señorío que potencia nuestra libertad y nos lleva a desarrollar en plenitud nuestra vida.

- La comunidad. El Espíritu se hace presente en la comunidad reunida, a pesar de sus miedos y pobrezas. Y su riqueza de carismas, dones y actuaciones, que tiene la lógica del amor, busca el bien común y va construyendo una comunidad versátil, capaz de abrazar la humanidad entera y "hablar todas las lenguas", unida desde dentro, desde Dios que impulsa nuestras vidas. 

La fiesta de hoy nos invita a orar y pedir el Espíritu Santo. Y María, la llena de gracia, en medio de los discípulos, nos invita a abrir el corazón al Espíritu. Con ello tiene que ver el  vivir en el amor y cultivar una actitud de sinceridad, de búsqueda de la verdad. Nos invita también a descubrir y agradecer los dones que el Espíritu ha ido poniendo en nosotros, repasar la historia que el Espíritu ha ido haciendo en nuestra vida, sanando heridas, enseñándonos, ayudándonos a desarrollar nuestras capacidades en el amor. 

¡Oh llama de amor viva
que tiernamente hieres
de mi alma en el más profundo centro,
pues ya no eres esquiva,
acaba ya, si quieres;
rompe la tela de este dulce encuentro!

¡Oh cauterio suave!
¡Oh regalada llaga!
¡Oh mano blanda! ¡Oh toque delicado
que a vida eterna sabe
y toda deuda paga;
matando, muerte en vida la has trocado!

 ¡Oh lámparas de fuego
en cuyos resplandores
las profundas cavernas del sentido,
que estaba oscuro y ciego,
con extraños primores
calor y luz dan junto a su querido!

¡Cuán manso y amoroso
recuerdas en mi seno
donde secretamente solo moras
y en tu aspirar sabroso
de bien y gloria lleno
cuán delicadamente me enamoras!

               (San Juan de la Cruz)


domingo, 21 de mayo de 2023

"Yo estoy con vosotros todos los días..." (Mt 28, 16-20)

 

Acercándonos al final de la Pascua, la fiesta de la Ascensión nos invita a profundizar en lo que significa la Resurrección de Jesús. Lo contemplamos a la derecha del Padre, manifestando que es Dios. Aquel hombre, Jesús, que recorrió los caminos de Galilea y Judea anunciando el amor del Padre, haciendo el bien y sanando (Hch 10, 38), que lavó los pies de los discípulos, que se sometió al juicio de Pilatos  y entregó su vida en la cruz, es Dios, y es la plena revelación de Dios. 

El tiene pleno poder en el cielo y en la tierra. Un poder que no se ejerce como imposición ni manipulación. Un poder, el que el Padre le ha dado, que tal vez no comprendemos del todo, pero tiene que ver con la capacidad de crear y dar vida. Que abre caminos nuevos en nuestra vida y, no sabemos bien cómo, conducirá nuestra historia -la de nuestro mundo y la de cada uno de nosotros- a la Vida, a la plenitud. 

Como aquellos discípulos, nos acercamos a Él con actitud de adoración, y también con dudas, con nuestras vacilaciones y debilidades. Y El se acerca a nosotros. Y nos envía a ser testigos y continuadores de su obra y de su palabra. Ese monte de Galilea donde los Once se encuentran con Jesús, nos recuerda al monte de la Transfiguración, donde el Padre nos urgía a escuchar a Jesús (Mt 17,5) y al monte en el que Jesús anunció las Bienaventuranzas (Mt 5-7) donde encontramos sus enseñanzas, las que hemos de "guardar" y transmitir. 

Contemplamos a Jesús, pero no para quedarnos "plantados mirando al cielo" (Hch 1, 11) sino para ponernos en camino, y "hacer discípulos", transmitir el anhelo de búsqueda de la verdad y de la vida que a nosotros nos lleva a Él, invitar a otros también a hacer camino, a descubrirlo, a seguirle y unirse a Él. La celebración de hoy nos mueve también a pensar qué pasos hemos de dar (sin que nuestras debilidades nos paralicen). El está con nosotros, en los días buenos y en los malos. Tal vez lo experimentamos, especialmente, cuando nos implicamos en continuar su obra. 

Lecturas de hoy (www.dominicos.org)




domingo, 14 de mayo de 2023

"Yo estoy con mi Padre, vosotros conmigo y yo con vosotros" (Jn 14, 15- 21)

 

Continuamos escuchando las palabras de Jesús a sus discípulos, en la Última Cena. Jesús se está despidiendo, pues ya no volverá a estar con los suyos en la forma en que había estado hasta ahora. Pero seguirá acompañándonos, y no sólo como un recuerdo entrañable e inspirador. Jesús habla de una presencia en la ausencia, difícil de explicar con palabras, pero profundamente intensa y real, más aún, vivificante: "el mundo no me verá, pero vosotros me veréis, y viviréis". 

Empieza así Jesús a anunciar al Espíritu Santo, que es el que va a hacerle presente a Jesús y al Padre. Y habla de Él como el Paráclito (el que acompaña, para defender como un abogado en el juicio, para interceder y amparar, para ayudar, para infundir ánimo y luz...). Es presencia espiritual.  Por tanto, es intangible (no podemos percibirlo con la exactitud de las cosas físicas, y sobre todo, no podemos controlarlo) y sobre todo, es presencia que infunde vida. Jesús habla de él como el Espíritu de la Verdad, aquél que nos "guiará hasta la verdad plena" (Jn 16,3), que es capaz de conectarnos, a nosotros que somos parciales y limitados, con esa verdad plena que está en Dios, y así ayudarnos a situarnos de forma auténtica y reconciliada ante la vida.

Esa presencia es presencia por el amor, que nos une a Jesús, y con Él, al Padre. Amor que significa una adhesión a Él, una unión de la voluntad con El, y que por tanto se expresa en ese "aceptar guardar sus mandamientos", que ha resumido poco antes en el amor "como yo os he amado, os améis unos a otros" (Jn 13, 34). No se trata de normas impuestas desde fuera, ni de una condición externa, sino de una condición interna. De manera parecida a como una radio ha de sintonizarse don una frecuencia para recibir adecuadamente el mensaje; de manera parecida a como nuestros sentidos necesitan estar atentos preparados y sanos para percibir con nitidez la luz y los sonidos, para ver y oír, nuestro corazón, cuando va viviendo el amor que Jesús nos enseña, se hace capaz de comprenderlo (me revelaré a él) y de verlo. 

De los frutos de ese ver a Jesús, acoger la Verdad, y ser acompañados por su Espíritu, nos hablan las otras dos lecturas. La primera nos cuenta cómo el Evangelio desborda los límites de Jerusalén y llega a Samaría. Ahí está la fuerza del Espíritu, que impulsa a Felipe (aunque no era de los Doce) a dar ese paso y llevar a Samaría el Evangelio que llena la ciudad de la alegría y la fuerza sanadora de Jesús, y que se hace presente, como comunión, en la misión de Pedro y Juan, confirmando la obra de Felipe y siendo cauce y a la vez testigos del Espíritu. La carta de Pedro, por su parte, nos ofrece un mensaje plenamente actual: "dar razón de vuestra esperanza a todo el que la pidiere, con delicadeza, y respeto y en buena conciencia", como palabra que no siempre conlleva el éxito ("también Cristo murió") pero nos hace capaces de hacer el bien incluso cuando nos toca padecer, y es promesa de vida definitiva. 

El Espíritu "vive con vosotros y está con vosotros". ¿Cómo hacernos más conscientes, cómo escucharlo mejor, cada uno de nosotros y como comunidad? ¿Hacia dónde me (nos) impulsa?



domingo, 7 de mayo de 2023

"Yo soy el camino y la verdad y la vida" (Jn 14, 1-12)


 A lo largo de este tiempo de Cuaresma y Pascua, Jesús se va revelando, y va revelando al Padre. Ese "Yo soy..." conecta con la revelación de Dios a Moisés (Ex 3, 14), y se va desplegando en una serie de palabras-símbolo: luz, agua viva, resurrección, puerta, pastor... Dejar que resuenen en nuestro corazón, meditarlas, nos ayuda a profundizar en nuestra relación con Él, en lo que Él significa para nosotros.

El pasaje del Evangelio que hoy escuchamos se sitúa en la última cena, después de que Jesús haya lavado los pies de los discípulos, haya expresado su mandamiento nuevo ("que, como yo os he amado, así taos améis también vosotros, los unos a los otros", Jn 13,34), y también haya aludido a las negaciones de Pedro. El mismo Jesús que dice "no se turbe vuestro corazón", es el que un momento antes, anunciando la traición de Judas, "se turbó en su interior" (Jn 13, 21). Conoce el miedo, la inseguridad, el desconcierto: el que El mismo siente; el que van a sentir sus discípulos ante su arresto y ejecución en la cruz; el que sentimos nosotros en muchas situaciones. Y como aquel que "va delante" (Jn 10, 4), nos invita a no dejar que esos sentimientos (que no podemos evitar sentir) se instalen en nuestro corazón y nos gobiernen. Nos invita a la fe y la confianza. 

Jesús habla de la vida eterna ("para que donde esté yo, estéis también vosotros"), y la presenta como un estar con El, compartir su vida, que ya se empieza a hacer realidad en esta vida. De alguna manera, la pregunta de Tomás "no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?" puede expresar la incertidumbre humana ante esa vida que está más allá de nuestro conocimiento, y sobre cómo nos podemos encaminar hacia ella, podemos ir haciendo experiencia de ella. 

Ante esas preguntas, Jesús mismo se presenta como Camino, Verdad y Vida. Son palabras como diamantes, con muchos sentidos o facetas. De entrada, tienen una referencia muy concreta: ese Jesús que ha lavado los pies, que va a entregar su vida en la cruz, es el camino que hemos de seguir. Ese amor que se hace servicio y entrega es la verdad, y es la vida verdadera. 

Son tres palabras relacionadas entre sí. Jesús -su enseñanza, su persona, su existencia, también su presencia que se nos entrega en la Eucaristía- es una verdad que vamos descubriendo y una vida que se nos comparte en un camino, que vamos haciendo paso a paso. Porque somos incapaces de abarcar toda la verdad, y vivimos la vida en una sucesión de momentos. Jesús es camino (a la vez que guía y meta) que nos va llevando a la verdad y la vida. A la vez, es verdad que ilumina nuestros pasos, que nos ayuda a vivir auténticamente. Y es vitalidad, fuerza, que dan sentido al camino y calor humano a la verdad... En Él vamos descubriendo a Dios, con Él podemos ir también comprendiendo nuestra vida y orientándola a plenitud.  

Estando una vez en oración (...) se me dio a entender una verdad, que es cumplimiento de todas las verdades; entendí el gran bien que hay en no hacer caso de cosa que no sea para llegarnos más a Dios, y así entendí qué cosa es andar un alma en verdad delante de la misma Verdad. Esto que entendí es darme el Señor a entender que Él es la misma Verdad”.
            Esta Verdad que digo se me dio a entender, es en sí misma Verdad, y es sin principio ni fin, y todas las demás verdades dependen de esta Verdad, como todos los demás amores de este amor, y todas las demás grandezas de esta grandeza; aunque esto va dicho oscuro para la claridad con que a mí el Señor quiso se me diese a entender. ¡Y cómo se ve el poder de esta Majestad, pues en tan breve tiempo deja tan gran ganancia y tales cosas imprimidas en el alma!
           
Santa Teresa de Jesús, Vida, 40, 1-6

Lecturas de hoy (www.dominicos.org)



  En los primeros domingos de Pascua, el Evangelio narra los encuentros de Jesús Resucitado con los discípulos. En los tres siguientes, ante...