domingo, 23 de abril de 2023

"Se puso a caminar con ellos" (Lc 24, 13-35)

 

En esta mañana de Pascua ("aquel mismo día": porque Jesús es presente, es presencia viva que acompaña Jn 11, 25), Lucas nos invita a ponernos en camino, con aquellos dos discípulos, cuya experiencia evoca lo que vivió la primera comunidad cristiana; y lo que, sin darnos apenas cuenta, porque nuestros ojos también están velados (Lc 24, 16), se nos ofrece a vivir. 

Jesús sale a paso de su (nuestro) camino. Ellos estaban "de vuelta" (en todos los sentidos). Desanimados, derrotados. Sus ojos son incapaces de reconocer a Jesús, de manera parecida a como son incapaces de reconocer lo que significa el sepulcro vacío, y de comprender el testimonio de las mujeres. Pero Jesús se acerca. Incluso ante su primera reacción es desabrida ("¿eres tú el único que no sabe...?"), se pone a la escucha de su desencanto, sus lamentos, sus esperanzas frustradas... Dios escucha, e invita a que le hablemos de nuestros sentimientos, inquietudes... 

Y en esa conversación, toma la palabra. Una palabra audaz, capaz de sacudir su ofuscamiento (en 1 Cor 15, 34 Pablo habla de algo parecido). Una palabra que ayuda a ver la historia vivida desde otra perspectiva, la de Dios que abre camino de salvación de una manera diferente ("era necesario..."). Jesús guía una nueva lectura de la Escritura, que ilumina lo que están viviendo, y enciende su corazón. Es lo que hizo con las primeras comunidades cristianas, que comprenden y resitúan lo que hoy llamamos Antiguo Testamento, desde Jesús. Es lo que sigue haciendo, cuando nos acercamos a la Escritura para leer, desde ella, nuestra vida. 

"Lo reconocieron en la fracción del pan". El relato culmina en ese momento en que reconocen, en el gesto de partir el pan, a ese Jesús que ha partido y compartido su vida con ellos y por ellos. "Entonces se les abrieron los ojos y lo reconocieron". 

La expresión recuerda a la del Génesis, cuando "se les abrieron a entrambos los ojos, y se dieron cuenta de que estaban desnudos" (Gn 3,7). Pero ahora todo es nuevo y de otra manera: la conciencia de la propia pobreza e indignidad, está iluminada por aquél que ha vencido al pecado y la muerte y nos sana, aquél que nos muestra la misericordia victoriosa de Dios. Por eso, en lugar de un camino de destierro y penalidades, el camino que se abre aquí es de gozo, de vida, un retorno a Jerusalén y a la comunidad. 

La Eucaristía se muestra como momento de reconocimiento de la presencia de Jesús. Un reconocimiento que tiene relación con la hospitalidad y el compartir ("quédate con nosotros"). Y con la comunidad, a la que vuelven aquellos discípulos para compartir el testimonio del resucitado (y vuelven de noche, pues han reconocido a Jesús en la cena, pero ni la noche les impide el camino). De algún modo, todo ese camino es como una Eucaristía, en la que han escuchado a Jesús explicarles las Escrituras, y han podido descubrir la presencia de Él en sus (nuestras) vidas.  

Una presencia que no se puede agarrar: "lo reconocieron. Pero él desapareció"; y a la vez, se dan cuenta de que sus corazones ardían cuando les hablaba por el camino. Antes, nos ha dicho que "entró para quedarse". Es esa presencia misteriosa que no podemos asir, controlar. Pero que nos llena de esperanza y nos guía por el camino. 

Lecturas de hoy (www.dominicos.org)

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