sábado, 30 de julio de 2022

"Guardaos de toda clase de codicia" (Lc 12, 13-21)


 Una vez más, alguien se acerca a Jesús para intentar "traerlo a su terreno", a sus intereses. Y Jesús, con sabiduría y libertad, aprovecha la ocasión para enseñar, para invitarnos a profundizar. 

"Aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes" (Lc 12, 15). Una vez más, Jesús habla de la tentación de poner la confianza en el dinero, y cifrar en él la propia seguridad. Pablo, por su parte (Col 1, 5) nos dice que la avaricia es una forma de idolatría. Y cuando el dinero se convierte en un "dios", cuando se convierte en el valor supremo que dirige todo, esclaviza y provoca injusticias y violencias. Lo vemos a diario. La parábola del rico necio refleja la mentalidad de nuestro mundo, obsesionado con la acumulación económica, el deseo de "darse buena vida"...  Y señala como esas actitudes malogran la vida de quien se entrega a ellas. El deseo de tener, disfrutar... nunca se sacia, y vacía a la persona. Porque su sed pide otra fuente.  

"Guardaos de toda clase de codicia" (Lc 12, 15). La avaricia económica (el capitalismo, la sociedad de consumo...) es la más evidente en nuestro mundo. Sin embargo, no es la única. Podemos vivir también otras realidades en clave de "acumular": el saber, los logros personales y éxitos, las relaciones humanas (las redes sociales han facilitado que esto se pueda contabilizar en forma de seguidores, likes, etc), los dones personales (la obsesión por alcanzar y retener una belleza y forma física)... Incluso en el ámbito religioso podemos caer en la tentación de acumular virtudes, méritos...   Esa dinámica nos induce falsas seguridades, que terminan en la sensación desencantada que nos transmite el Eclesiastés: "todo es vanidad" (Ecl 1, 2).

Frente a esto, el Evangelio nos habla de "ser rico ante Dios" (Lc 12, 21), que podríamos también traducir como "ser verdaderamente rico". Pablo habla de buscar "los bienes de allá arriba" (Col 3,2). Esa plenitud, esa felicidad, escapa a definiciones, y de hecho, la misma Escritura se refiere a ella con alusiones. No es algo que se pueda "acumular" o guardar en una caja. Tiene que ver con actitudes que se renuevan cada día. Pablo nos habla del "hombre nuevo, que se va renovando a imagen de su Creador" (Col 3, 10). Tiene que ver con la capacidad de amar (que es siempre un aprendizaje, implica ir aquilatando actitudes), de acoger y de entregarse.  Tiene que ver con la confianza, que nos ayuda a acoger nuestra fragilidad y pobreza, al mirarla desde la misericordia entrañable de Dios. Tiene que ver con la gratitud, que nos ayuda a descubrir el amor que Dios derrama cada día y la cantidad de gestos y dones con que envuelve nuestra vida "sácianos de tu misericordia, y toda nuestra vida será alegría y júbilo", rezamos hoy con el salmo 89). Es un camino personal, que cada uno estamos llamados a descubrir ("vuestra vida está con Cristo escondida en Dios", Col 3,3) y a recorrer, siguiendo a Jesús como discípulos, apoyándonos en Él como amigos. Él es el Camino.

“En la tarde de esta vida, compareceré delante de ti con las manos vacías, pues no te pido, Señor, que lleves cuenta de mis obras. Todas nuestras justicias tienen manchas a tus ojos. Por eso, yo quiero revestirme de tu propia Justicia y recibir de tu Amor la posesión eterna de Ti mismo. No quiero otro trono ni otra corona que Tú mismo, Amado mío ...”               
(Teresa de Lisieux. Ofrenda al Amor misericordioso)

Al final del camino me dirán: —¿Has vivido? ¿Has amado? Y yo, sin decir nada, abriré el corazón lleno de nombres
Pedro Casaldáliga


Lecturas de hoy (www.ciudadredonda.org)


sábado, 23 de julio de 2022

"Señor, enséñanos a orar" (Lc 11, 1-13)

Varias veces, los Evangelistas nos hablan de Jesús orando, buscando momentos en el día o la noche, para estar a solas con el Padre. Su palabra, sus gestos, su libertad, su vida entera están referidos al Abbá que lo sostiene y lo envía, que es fuente de gozo y de paz para Él, y quiere serlo para todos. 

Con los discípulos, hoy somos invitados a decir a Jesús: "Señor, enséñanos a orar". La carta de Pablo a los Colosenses (Col, 2, 12-13) nos habla, además, del sentido que tiene este aprender a orar desde Jesús: se trata de identificarnos con Él, puesto que, por el bautismo, nuestra vida está vinculada a su vida y muerte: para resucitar con Él, para descubrir esa vida nueva que Él quiere ir construyendo en nuestra existencia. 

Con pequeñas variantes, Mateo y Lucas nos transmiten el Padre nuestro. Una oración para orar y para meditar. Pues como decía San Cipriano de Cartago (siglo III) "ella, a manera de compendio, nos ofrece una enseñanza completa de todo lo que hemos de pedir en nuestras oraciones". La oración del Señor, porque es la que Él nos enseña, y es la que ha ido orando y viviendo, como podemos ir descubriendo a lo largo del Evangelio (donde lo veremos invocar al Padre, perdonar, hacer presente su Reino...). 

Lucas recuerdan, en este punto, otra enseñanza de Jesús sobre la oración. Nos habla de la insistencia, la perseverancia, que es expresión de confianza activa. Como rezamos hoy en el salmo, Dios escucha. Por eso se nos invita a pedir, buscar, llamar. Sabiendo, por otra parte, que la oración, como toda nuestra relación con Dios, es misterio. No es un rito mágico, con el que conseguimos automáticamente lo que queremos, sino una relación que cultivamos con Dios, en la que Él nos da su Espíritu (ese Espíritu que crea caminos nuevos, que renueva... que se manifiesta en todo lo que Jesús hace).

El pasaje evangélico de hoy tiene, por otra parte, continuidad con los que hemos escuchado los dos domingos anteriores. Aquella pregunta "¿qué haré para tener la vida?" (Lc 10,25), el cómo concretar el amor a Dios y al prójimo, se realiza en estas tres actitudes: la de quien recoge al herido abandonado en la cuneta; la del discípulo que escucha la palabra de Jesús (y antes, lo ha acogido en su casa, en su vida), y la oración. Una oración que va unida a la vida, como en Jesús. Otra manera de orar el Padre nuestro es preguntarnos cómo vamos viviendo cada una de las realidades que en él pedimos.

"...entender lo mucho que pedimos cuando decimos esta oración evangelical. Sea bendito por siempre; que es cierto que jamás vio a mis pensamiento que había tan grandes secretos en ella, que ya habéis visto encierra en sí todo el camino espiritual, desde el principio hasta engolfar dios el alma y darla abundosamente a beber de la fuente de agua viva".
Teresa de Jesús, Camino de Perfección, 42,5


Lecturas de hoy (www.ciudadredonda.org)


domingo, 17 de julio de 2022

"Una sola es necesaria" (Lc 10, 38-42)

 

El Domingo pasado, escuchábamos al escriba preguntar "¿qué he de hacer...?" Inmediatamente después de la parábola del "Buen Samaritano" ("haz tú lo mismo..." Lc 10, 37), el Evangelio introduce esta escena. 

Una mujer recibe a Jesús en su casa. Como, tal vez, podría haber recibido a algunos de los discípulos que, poco antes, Jesús envió por delante. (Lc 10, 1-7). En aquel "mundo de hombres", por cierto, llama la atención que sea la casa de una mujer la que hospeda a Jesús. 

Su hermana María escucha la Palabra de Jesús, sentada a sus pies. Esta expresión tiene un significado preciso: el discipulado (como se ve cuando Pablo afirma haber sido instruido en la Ley "a los pies de Gamaliel", Hch 22, 3). María se ha hecho discípula de Jesús. La Ley, sin embargo, prohibía a las mujeres hacerse discípulas de un rabino. Tal vez a la misma Marta le pareció que el afán de su hermana era imposible, y que era mejor que "hiciera algo útil". Pero Jesús afirma, precisamente, que no se le quitará aquello que ha elegido. Porque es, precisamente, lo que da sentido a todo.

El Evangelio y las lecturas de hoy hablan de la hospitalidad. En la primera lectura (que la tradición ha leído como una manifestación de la Trinidad, y que ha inspirado el Icono de la Trinidad de Rublev), Abraham acoge, en la figura de aquellos tres misteriosos visitantes, a Dios mismo, que le trae la promesa de la fecundidad. Esta es una palabra importante para reflexionar en nuestro mundo, muchas veces inhóspito e indiferente, y cada vez más poblado de refugiados y emigrantes. ¿Cómo cultivamos la hospitalidad? ¿Cómo acojo al otro (al que llega de lejos, y también al que vive a mi lado)?.

Marta, en el Evangelio, recibe al Señor en su casa, y el relato deja notar el afecto con que Jesús le habla. Aunque se dispersa en muchos quehaceres, inquieta y preocupada  (como nos pasa, con tanta frecuencia...). María da un paso más: ha acogido a Jesús como Maestro, en su corazón. Toda acción, toda oración, encuentran sentido en esta actitud, la más importante. 

Con el salmo, nos preguntábamos quién puede "hospedarse en la tienda de Dios". Él nos invita a acogerlo. Como María, somos invitados a atrevernos a ser sus discípulos; a dejarlo todo -siquiera por un momento- para sentarnos a sus pies... 

"cuando el alma está en este estado, nunca dejan de obrar casi juntas Marta y María; porque en lo activo, y que parece exterior, obra lo interior, y, cuando las obras activas salen de esta raíz, son admirables y olorosísimas flores; porque proceden de este árbol de amor de Dios y por solo él, sin ningún interés propio, y extiéndese el olor de estas flores para aprovechar a muchos, y es olor que dura, no para presto, sino que hace gran operación"
          Teresa de Jesús, Meditaciones sobre los Cantares, 7, 3


Lecturas de hoy (www.dominicos.org)

domingo, 10 de julio de 2022

"¿Qué tengo que hacer...?" (Lc 10, 25-37)

 


"¿Qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?" Ante esa pregunta, Jesús invita al maestro de la ley dar por sí mismo una respuesta, desde la Palabra de Dios. Y, sencillamente, confirma la respuesta que él mismo ha dado.  "Amarás al Señor tu Dios..." y "a tu prójimo como a ti mismo".

El maestro de la ley insiste. En su mente legalista, la pregunta viene a significar "¿hasta dónde, hasta qué grado de cercanía, puedo considerar a alguien como prójimo?" (¿los de mi familia, mi clan, mi tribu, mi nación, mi raza...?). Jesús, entonces, le invita a mirar con una perspectiva totalmente diferente, y le propone una situación vital, la de una persona herida al borde del camino, necesitada de ayuda. De hecho, nos invita a mirar desde ese hombre herido ("¿cuál de estos tres te parece que ha sido prójimo del que cayó en manos de los bandidos?"). 

El relato sorprende porque sea un samaritano (despreciado por los judíos como infiel a Dios, y enemistado con ellos) quien atiende al herido, mientras el levita y el sacerdote pasan de largo. Y sin embargo, tiene su lógica: la Ley establecía que quien tocaba un cadáver quedaba impuro y no podía participar en el culto. Desde el punto de vista de la Ley, era "lógico" que el levita y el sacerdote, que probablemente irían a celebrar el culto, quisieran evitar esto. El samaritano, sin embargo, vio verdaderamente la situación, sin prejuicios, y dio la respuesta necesaria, la que Dios pide. 

"Este precepto que yo te mando hoy no excede tus fuerzas, ni es inalcanzable" (Dt  30, 11). Para saber responder a lo que Dios nos pide, para descubrir los caminos que él nos ofrece, lo más importante es abrir los ojos, ver la realidad que está a nuestro alrededor. Y, quizás, también eso es, a veces, lo más difícil, porque nuestra mirada, con frecuencia, está condicionada por prejuicios, por miedos, por intereses... Necesitamos acercarnos a Jesús ("El primero en todo, en quien reside toda la plenitud, el que reconcilió todo", como nos dice el hermoso texto de Col 1, 15-20) para que nos ayude a salir de nuestros encasillamientos y mirar con otra perspectiva  



Lecturas de hoy (www.dominicos.org)

sábado, 2 de julio de 2022

"Poneos en camino" (Lc 10, 1-12.17-20)


 Jesús envía a sus discípulos. Esta vez, no se trata de los Doce, sino de setenta y dos, un número simbólico, mucho mayor, que habla de la totalidad de la comunidad. Los envía, por otra parte, cuando aún tienen mucho por aprender: participar de la misión de Jesús los ayudará a ser sus discípulos. Y es que el Evangelio se comprende al intentar vivirlo y transmitirlo. 

Van por delante de Jesús: Él mismo completará lo que ellos comienzan, en un campo tan amplio como el mundo, que necesita muchos obreros, urge la misión. Por eso, no han de detenerse a saludar a nadie por el camino. Y van "de dos en dos": no como individuos aislados, sino como comunidad.

A un mundo "de lobos", Jesús los envía "desarmados": sin seguridades, dispuestos a compartir el Evangelio (a curar, anunciar... ) y a dejarse acoger (a diferencia de otros predicadores itinerantes, que llevaban sus propios víveres para no contaminarse), con un mensaje de paz y de cercanía del Reino, incluso para quienes no quieran recibirlos. Su seguridad, más fuerte que otra defensa o medio, es la confianza en Dios, capaz de suscitar, también, relaciones de confianza y acogida mutua. 

El Evangelio nos recuerda, hoy, que somos todos enviados a anunciar, con palabras y obras, el Reino, la presencia de Dios entre los hombres, capaz de ir construyendo relaciones nuevas. Es un anuncio de alegría y de paz, como anticipan el profeta Isaías y el salmo. Un anuncio que implica también renovar nuestra forma de vivir, de formar comunidad cristiana, de vivir abiertos a los demás para acoger y dejarnos acoger. 

Nos invita, en fin, a ponernos en camino. Puede sonar paradójico, en este tiempo de fin de curso, de vacaciones para muchos. Puede ser una invitación a que, ahora que terminamos el recorrido de un año, pensemos ¿qué camino invita Dios a andar?


Lecturas de hoy (www.ciudadredonda.org)

  En los primeros domingos de Pascua, el Evangelio narra los encuentros de Jesús Resucitado con los discípulos. En los tres siguientes, ante...