"Este es mi Hijo amado; ¡escuchadlo!" (Mc 9, -10)
Cuando leemos el "sacrificio de Isaac" en su contexto (los pueblos vecinos de Israel sí practicaban sacrificios humanos, como se ve en Lev. 18, 21, 2 Re 3, 26-27), podemos comprender que el sentido de este relato (entre otras cosas) era enseñar a Israel que Dios no quiere sacrificios humanos. A diferencia de los dioses paganos, Dios no quiere la destrucción ni el sufrimiento del ser humano. Lo que sí pide es una actitud de obediencia y confianza, para dejarse guiar. La carta a los Romanos (Rom 8, 31b-34) nos lleva más allá en el conocimiento del amor de Dios. Él es quien ha entregado todo por nosotros, sin reservarse ni siquiera su propio hijo. Desde ese amor total nos invita a confiar en Él y buscar su voluntad, que siempre es de vida. Estas dos lecturas nos ofrecen perspectiva para leer el relato de la Transfiguración, que también conviene situar en su contexto: Jesús ha anunciado a los discípulos que su camino, como Mesías, ha de pasar por el sufrimiento y la muerte (M