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Mostrando entradas de enero, 2022

"El amor no pasa nunca" (1 Cor 13,8; Lc 4, 21-30)

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  La presentación de Jesús en Nazaret, que comenzamos a contemplar el domingo anterior (L 4, 16-22) acaba en conflicto. Es el conflicto que acompañará toda la vida de Jesús, hasta llevarlo a la Cruz: la radicalidad con la que Jesús anuncia el amor del Padre, sin dejarlo manipular por exclusivismos, hace que, en la mayoría el entusiasmo inicial de por Jesús se vuelva rechazo y, finalmente, deseo de eliminarlo.  Las primeras frases del Evangelio de hoy (de difícil traducción: no está claro si expresan aprobación y admiración, o una atención llena de extrañeza, cercana al escándalo) transmiten la reacción de los paisanos de Jesús ante su anuncio de sanación, libertad y gracia, y que va desde la atención inicial al escándalo. Es que Jesús ha cortado el pasaje que estaba leyendo de Isaías, que, anunciaba " el año de gracia del Señor... y el día de venganza de nuestro Dios " (Is 61, 1-2). Al cortar el verso que habla de la venganza de Dios , Jesús contraviene el mandato del Deutero

"Hoy se cumple esta Escritura" (Lc 1, 1-4; 4, 14-21)

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Celebramos el Domingo de la Palabra de Dios, que nos invita a tomar conciencia de la importancia de la Escritura para la vida del cristiano. Decía S. Jerónimo que "desconocer las Escrituras es desconocer a Cristo". Por otra parte, dentro de la Semana de Oración por a Unidad de los Cristianos en que estamos, tomamos conciencia de que la Palabra de Dios es patrimonio común a todos los seguidores de Jesús, luz que nos nos guía y también nos puede conducir a la unidad.  Hoy escuchamos dos pasajes diferentes del Evangelio, que tienen en común su sentido" programático". En primer lugar, el prólogo de Lucas, que resume la historia de la redacción de los Evangelios: Lucas (como también Mateo, Marcos y Juan) recoge lo que han relatado los primeros testigos de Jesús (" hechos que se han verificado" : hay aquí ya una referencia a la Palabra de Dios que son hechos, y a la Verdad, al cumplimiento de las promesas) y compone un relato ordenado de ellos (con un orden no c

"Haced lo que él os diga" (Jn 2, 1-11)

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En el Evangelio de san Juan, el primero de los siete signos de salvación que Jesús realiza, acontece en una boda. La fiesta de bodas es una de las imágenes preferidas de Jesús para hablar del Reino de Dios: la presencia y la acción de Dios tiene que ver con el amor que une para siempre, con la alegría, con la sobreabundancia... Por eso el matrimonio es sacramento: signo y cauce del amor de Dios para nosotros. Por otro lado, este primer signo de Jesús empieza a anunciar la Pascua, con varias alusiones: la hora de Jesús, que manifiesta su gloria , la presencia de María y la forma como Jesús la llama (" mujer",  cfr Jn 19, 26), y la alusión temporal " tres días después " (Jn 2,1, aunque se ha cortado en el pasaje que escuchamos). Este episodio es como el arranque y la presentación (en clave simbólica) de lo que será la misión de Jesús.  Esta lectura simbólica nos ayuda también a comprender el significado del signo: los preceptos rituales de la vieja ley (las tinajas d

"Tú eres mi Hijo, el amado" (Lc 3, 15-16. 21-22)

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  Con la fiesta del Bautismo de Jesús terminamos el tiempo de la Navidad, para entrar en el de los domingos comunes del año. En el Bautismo, Jesús, ya adulto, se manifiesta como el Hijo amado de Dios, a quien vamos a escuchar y seguir a lo largo del año.  A la vez, este momento es como el paso del Antiguo al Nuevo Testamento. Juan el Bautista afirma que su bautismo es anuncio de aquél que trae el Bautismo radical, " con Espíritu Santo y fuego " (Lc 3, 16). Los versículos 18-20 (que se omiten en el Evangelio que hoy escuchamos) hablan del encarcelamiento de Juan, con el que termina su misión, dando paso a la de Jesús.  Y, efectivamente, en el bautismo de Jesús se manifiesta, sobre Él, el Espíritu Santo que acompañará toda su obra, y el Padre lo proclama su Hijo amado.  A la vez, se empieza a dejar ver la novedad que Cristo trae (frente al estilo de justicia rigurosa que Juan anunciaba). En primer lugar, se une al pueblo en un bautismo general de conversión, y así indica el sen

"Hemos visto su estrella, y venimos a adorarlo" (Mt 2, 1-12)

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 Desde que, en el siglo IV, se estableció la fiesta de la Epifanía, la tradición ha ido revistiendo de detalles amables el relato de Mateo que, leído en sí mismo, produce sorpresa (o sobresalto, como lo produjo la llegada de los Magos a Jerusalén -Mt 2,3-, y también, años más tarde, el testimonio de la Resurrección en boca de las mujeres -Lc 24,22-): En la capital de Israel se presentan unos extranjeros de mala reputación: Su condición de forasteros, ya los hace sospechosos para la mentalidad judía, y además se dedican a la magia y la astrología, condenadas por la Ley de Dios, la Torá. Lo hacen preguntando por aquello que es el corazón de la esperanza judía: la llegada del Mesías, y con intención de adorarlo.  Sorprende, además, que serán esos extranjeros, venidos de lejos, los que se encuentren con Jesús, lo reconozcan y lo adoren, presentándole unas ofrendas que lo reconocen como Dios y hombre verdadero y como rey. Mientras los sabios y las autoridades que están muy cerca, en Jerusal

"De su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia" (Jn 1, 1-18)

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  Pasadas las grandes fiestas de la Navidad, la Sagrada Familia y de María, Madre de Dios, este domingo nos propone una reflexión serena sobre el Misterio que celebramos. Vuelve, para ello, sobre el prólogo que San Juan puso al comienzo de su Evangelio, y que anuncia lo que en él vamos a encontrar. " Hemos contemplado su gloria " (Jn 1, 14) es el testimonio de aquel discípulo que un día, a las cuatro de la tarde, se encontró con Jesús (el niño que hoy contemplamos en Belén), y lo siguió hasta la cruz, y lo encontró Resucitado, y experimentó cómo ese encuentro transformó y llenó su vida.  Esa " gloria que recibe del Padre, como Hijo único " es algo que no cabe en palabras. Las lecturas de hoy nos intentan acercar  a esta experiencia " de gracia y de verdad " que llegan por medio de Jesucristo (Jn 1, 18), de " toda clase de bendiciones espirituales " (Ef 1, 3), de " sabiduría"  (Eclo 24,1), de paz y satisfacción (Salmo 147, 14) de "

"Envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer" (Gal 4, 4-7; Lc 2, 16-21). Santa María, Madre de Dios

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Ocho días después de la Navidad, comenzamos un año nuevo, y lo hacemos de la mano de María. El título con el que la invocamos hoy, Madre de Dios, se afirma en el Concilio de Éfeso (año 431) y apunta, en primer lugar, a la radicalidad de la Encarnación del Hijo de Dios: en Jesús están indisolublemente unidas la realidad divina y la humana, y por eso María, su madre, se hace Madre de Dios. Es lo que dice San Pablo en la carta a los Gálatas: " envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer... " (Gal 4,4). Dios asume nuestra carne, se somete a las leyes de nuestro mundo. Y lo hace para hacernos a nosotros hijos de Dios, abriendo nuestra realidad a una dimensión nueva de libertad y de plenitud. Vivir esto pasa por reconocer en nuestro interior y acoger el Espíritu que Él " ha enviado a nuestros corazones " y que nos mueve a orar con las mismas actitudes de Jesús, con la misma confianza y disponibilidad... " Abbá, Padre " (Gal 4, 6). Celebrar a María como Madre de Di