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Mostrando entradas de mayo, 2022

"Seréis mis testigos" (Hch 1, 8; Lc 25, 46-53)

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Celebramos hoy un aspecto de la Pascua, que va unido a la Resurrección de Cristo: lo contemplamos en el "cielo", "a la derecha" del Padre. Esos términos simbólicos ( cielo , ascender , la derecha del Padre),  hacen referencia a la manifestación de Cristo como Señor, como Hijo de Dios, con todo su poder y fuerza salvadora.  Por otra parte, al narrar la Ascensión, Lucas nos introduce en el tiempo de la Iglesia : Jesús ya no está físicamente presente en la tierra. Ahora nos toca a nosotros, sus discípulos, continuar su misión, hacer presente su Evangelio con nuestras palabras y nuestras obras: ser sus testigos . Y este término, testigos , significa, a la vez, que Él sigue siendo el centro, y Él sigue siendo quien actúa de forma más importante, con la fuerza de su Espíritu que nos impulsa y guía. Ello nos compromete a ponerlo todo de nuestra parte, y a hacerlo con la sencillez de quien sabe que todo depende de Él, y la atención para dejarnos guiar por su Espíritu.  S. P

"Haremos morada en él"

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El evangelio que hoy escuchamos, lleno de riqueza, nos prepara para las fiestas de la Ascensión y Pentecostés, que, a su vez, nos remiten a la Pascua. Jesús, en la Última Cena, se despide de los discípulos, antes de volver al Padre que lo envió. Pronto dejará de estar con ellos como estaba antes. Y nos anuncia una nueva forma de presencia.  Antes, el templo era el lugar, por excelencia, de la presencia de Dios, su morada. Ahora, nosotros, seguidores de Jesús (y unidos a Él por el bautismo) somos su templo, lugar donde Dios tiene su morada, donde resuena su Palabra, donde otros puedan encontrarse con Él. Encontramos a Dios en nuestro interior, donde habita la Trinidad (el Evangelio va hablando del propio Cristo, del Padre, del Espíritu), como fuente de paz, de gozo, de sabiduría, de valor, de amor... Esto no significa, por otra parte, un intimismo desconectado del mundo ni de las enseñanzas concretas de Jesús. La presencia de Dios en nuestro interior está vinculada al amor a Jesús, que

"Como yo os he amado, amaos también entre vosotros" (Jn 13, 31-33a.34-35)

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  El Evangelio que hoy escuchamos se "enmarca" entre la traición de Judas (aludida al principio del pasaje) y las negaciones de Pedro (anunciadas en los versículos siguientes). En ese marco que parecería invitar al lamento y la decepción, Jesús habla de glorificación y de amor. Y es que la gloria de Dios se manifiesta en su amor, ese amor que se sobrepone a la traición y la debilidad, que no duda en entregar la vida por nosotros, y que nos trae la salvación. Ésta es la gloria auténtica, la realización plena: el amor.  Jesús, sabiendo que le queda poco tiempo, lega a sus discípulos (a nosotros) lo más importante de su vida, el amor. Y nos encomienda vivirlo. Éste es el nuevo mandamiento, la nueva Ley, la Palabra de Vida. Que será nuevo siempre, porque necesita renovarse ante cada persona, en cada situación.  Este amor es lo esencial de la comunidad. Desde ahí podemos leer el relato de los Hechos de los Apóstoles, que hoy narra la misión de Pablo y Bernabé, enviados por la Igle

"Escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen" (Jn 10, 27-30)

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El Evangelio de hoy recoge, concisamente, nuestra relación con Jesús: " mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna ".  Vale la pena meditar cada una de esas palabras, preguntarnos por cómo vivimos cada una de estas realidades. Cómo escuchamos la voz de Jesús en medio de los ruidos y voces del mundo (que tienden a tapar su voz, a distraer, a aturdir...). Cómo nos conoce (y este conocer es amoroso: decía Saint-Exupéry que "sólo se ve bien con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos". Y San Juan de la Cruz dice que "el mirar de Dios es amar". Cómo le seguimos (o nos cuesta, a veces, hacerlo...). Cómo Él nos va dando vida eterna, no sólo después de esta vida, sino ya como una profundidad mayor de esa vida... Las lecturas que hoy acompañan al Evangelio nos ofrecen perspectiva para leerlo. El Apocalipsis habla de los que vienen " de la gran tribulación ", de aquéllos que han conocido la persecuc

"Sígueme" (Jn 21, 1-19)

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El Evangelio cuenta el tercer encuentro de Jesús resucitado con los discípulos (Jn 21, 14). La narración está llena de alusiones a otros pasajes del Evangelio (la pesca milagrosa en que Jesús llamó a Pedro, la larga  noche del juicio y las negaciones...) y de referencias a la vida de la comunidad cristiana, que nos alcanzan a nosotros. Juan nos invita a embarcarnos con él (Jn 21, 3) en un relato, que es el de una comunidad que, desde sus pobrezas y sus noches, amanece al encuentro con el Señor.  Al leer el relato con atención (dejándonos interpelar) podremos, tal vez, reconocernos en esos discípulos que conocen la experiencia de jornadas de trabajo sin fruto, de noches de vacío, en la que Dios parece estar ausente, o parece que hemos perdido su rastro, y no se percibe su recuerdo vivo (llama la atención, en los primeros versos, esa "vuelta a la vida cotidiana" de los discípulos, como si nada hubiera pasado, como si nada hubiera cambiado en sus vidas). Y comprender así que es