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Mostrando entradas de diciembre, 2022

"El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros" (Jn 1, 1-18)

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  En estos días de tantos mensajes, encuentros, eventos... busquemos un momento para la adoración, para el silencio, que nos ayuden a captar el misterio que celebramos con mas hondura. Una hondura, por otra parte, que no se expresa en pensamientos, sino que toca en silencio nuestro corazón, para irse expresando, encarnando en nuestra vida.  El Evangelio, anoche, nos hablaba de una luz grande que ilumina al pueblo que habita en tinieblas, de la gracia y salvación de Dios, que hanaparecido en algo tan frágil y pequeño como un recién nacido, que además, no ha encontrado sitio en el pueblo y nace en un establo.  Las lecturas de hoy ahondan en esto. El Hijo de Dios, la sabiduría eterna que se expresa en el orden del cosmos (" Él sostiene el universo con su palabra poderosa ", Heb 1,3), la luz que es vida y alumbra a todo hombre (Jn 1, 3-4.9) se hace " carne ": asume la realidad humana, precisamente con cuanto esto significa de debilidad (En la Escritura, el término "

"Tu le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará" (Mt 1, 18-24)

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 En esta última semana, el Adviento concreta la esperanza en Jesús, el Mesías anunciado desde antiguo (como nos transmite la lectura de Is 7, 10-14), el Hijo de Dios, que nos invita a responder en fe (como nos anuncia Pablo, en el comienzo de la carta a los Romanos. Rom 1, 1-7). A la vez, esta concreción está llena de misterio. Una y otra vez, las lecturas de hoy aluden a algo que no cabe en palabras, que desborda la mente del profeta y del apóstol. Mateo nos lleva al nacimiento de Jesús, de la mano de José. Y encontramos de nuevo el desconcierto. Tampoco hay acuerdo, en la tradición. sobre cómo interpretar este pasaje. Muchos piensan que la duda de José ante el embarazo de María es porque no conoce su origen, y se siente engañado. Otros, sin embargo, apuntan que, precisamente, José teme acoger a María " porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo " (Mt 1, 20), y cree que no hay espacio para él en esta historia. Ciertamente, estamos ante un hombre " desco

"¿Eres tú el que ha de venir...?" (Mt 11, 2-11) "El desierto y el yermo se regocijarán..." (Is 35,1-6)

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  En este domingo de Gaudete, las lecturas nos hablan de una alegría misteriosa, que brota insospechadamente, como un desierto que florece. La esperanza nos abre a la alegría. Una alegría que también viene de más allá de nosotros mismos. Porque esperar es, paradójicamente, abrirse a lo inesperado, a Alguien que siempre es nuevo, que no cabe en nuestros esquemas y en nuestros cálculos.   En el Evangelio, encontramos a Juan el Bautista, " el mayor entre los nacidos de mujer ", el precursor, también desconcertado. Él llamaba a la conversión para preparar el camino al Mesías. Jesús comienza su propia misión con sus mismas palabras: " Convertíos, porque está cerca el Reino de Dios " (Mt 3,2; Mt 4,17). Sin embargo, no trae el juicio riguroso que Juan anunciaba, sino que se presenta con sencillez y gestos de misericordia. Y Juan, como otros hombres de Dios en la Biblia, no se queda a rumiar consigo mismo sus dudas, sino que las plantea en diálogo con Dios. A través de sus

"Llena de gracia" (Lc 1, 26-38)

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  El Adviento, que nos enseña a esperar, nos ofrece en María un modelo: ella vive en disponibilidad para Dios, atenta para entrar en diálogo con él desde su realidad. Es la llena de gracia, llena de la luz, de la hermosura, del amor de Dios. En su vida se transparenta la acción del Espíritu Santo, sin interferencias. Y, a la vez, nos ofrece en ella un signo de esperanza. El mal que en sus distintas formas (corrupción, violencia, mentira...) se hace presente en nuestro mundo y contamina cuanto toca, ha sido vencido. Y ella, libre radicalmente de toda corrupción, desde el principio, es signo de esa victoria que trae Jesús. Y de la que también nosotros participaremos. María, libre de toda soberbia, transparenta, además, la misericordia de Dios hacia todos nosotros. Como escuchamos en la carta de San Pablo, Dios nos acompaña. A través de Cristo nos ha destinado a ser sus hijos, con todo lo que eso implica de libertad, de plenitud de vida. Estamos en camino y Él nos acompaña. Él derrama su

"Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos" (Mt 3, 1-12)

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El Adviento nos habla de una esperanza que es fuente de consuelo, como nos apunta san Pablo (Rom 15,4), anuncio de una realidad nueva, con la hermosura que transmite la profecía de Isaías (Is 11, 1-10). Y no se trata de una mera ensoñación poética: Dios viene, y su reinado está cerca, aunque de momento sólo lo veamos parcialmente realizado.  Por eso mismo, porque esta esperanza es apertura a una realidad, implica un cambio en nuestras vidas. La esperanza nos llama a la conversión. El Reino de Dios está cerca, pero para entrar en él, para que él se haga presente en nuestro mundo, hay un paso que nos corresponde a nosotros. La figura de Juan el Bautista nos habla de esa exigencia de preparar el camino a aquél que viene a nosotros, de remover los obstáculos que impiden que llegue. Y de dar frutos de conversión: no basta con ser creyentes (hijos de Abraham), ni miembros del pueblo escogido, ni con hacer un gesto o participar en un rito. Juan anuncia ese Reino y apunta a quien vendrá tras É