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Mostrando entradas de abril, 2021

El Buen Pastor (Jn 10, 11-18)

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Llegó la pandemia, como un lobo, y sufrimos la divisón y dispersión que crea, y todo lo que nos está robando. Ante ella, se ha puesto a prueba los "pastores" de nuestra sociedad, muchas veces asalariados de otros intereses, que "echan balones fuera" o no saben responder. Entre ellos, los medios de comunicación, que conducen (y "aborregan") nuestra sociedad, y que, frecuentemente limitados por una visión superficial, sensacionalista, curvada sobre nosotros mismos, no han sabido ayudar suficientemente para prepararnos para hacer frente a esta crisis. También podemos encontrar las huellas del Buen Pastor. El Papa Francisco, hace un año, nos invitaba a descubrirlas:  "Podemos mirar a tantos compañeros de viaje que son ejemplares, pues, ante el miedo, han reaccionado dando la propia vida. Es la fuerza operante del Espíritu derramada y plasmada en valientes y generosas entregas. Es la vida del Espíritu capaz de rescatar, valorar y mostrar cómo nuestras vida

"Mirad mis manos y mis pies: soy Yo en persona" (Lc 24, 35-48)

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De nuevo, Jesús se hace presente en medio de los discípulos, que están compartiendo la experiencia que tienen de encuentro con Él (" porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo... " Mt 18,20). Y, una vez más, el evangelista refiere las dificultades de los discípulos para reconocer a Jesús: el miedo, la sorpresa, o incluso la alegría (¿tal vez la idea de que " algo tan hermoso no puede ser real "?) suscitan dudas, alarma, vacilación. Descubrir la presencia del Resucitado y abrirse a ella es un proceso. Por eso, tal vez, la Pascua se prolonga durante 50 días, como un nuevo itinerario de conversión gozosa.  En medio de estas dudas, precisamente, se manifiesta Jesús: "soy yo en persona". No es un fantasma, no es una sugestión, no es un producto de la imaginación o de los sentimientos de los discípulos, ni una idea, no es un ideal ni una "causa" por la que luchar, o un mero símbolo. Es Él, realmente, que se hace presente. Y, si

"Hemos visto al Señor" (Jn 20, 19-31)

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El primer día de la semana es jornada de encuentro con Jesús resucitado. Así nos lo transmiten, e invitan a vivir, los Evangelios que narran las apariciones de Jesús.  Ese encuentro transforma la vida de los discípulos. Estaban paralizados por el miedo, y Jesús les infunde su paz y su alegría. Estaban cerrados, y Él los envía al mundo, con la fuerza de su Espíritu y con una misión reconciliadora. Los Hechos de los Apóstoles nos narrarán el proceso de transformación de esa comunidad. Pues no fue un cambio "mágico", de la noche a la mañana, sino un camino, con sus dificultades y sus luces. Los discípulos se convierten, con su vida, en testigos del Resucitado, que es quien inspira, enciende y fortalece esa vida nueva.  Somos convocados a este encuentro, que tiene algo de "ver" (experimentar su presencia y su fuerza) y de "no ver" (caminar en la incertidumbre y la penumbra propia de este mundo). Como Tomás, que puede tocar, en el Resucitado, las señales de la

"Ya que habéis resucitado con Cristo..." (Col 3,1)

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No hay palabras para narrar la Resurrección de Cristo. Desborda nuestra capacidad de pensar. Y nos llama a una nueva conversión: abrirnos a este amor sin límites, que vence a la muerte, y a todo lo que en nosotros es muerte: el pecado, el miedo, la duda, la amargura... Magdalena, que madrugó para buscarlo cuando aún estaba oscuro, nos despierta para  ponernos en camino. Él ya se nos ha adelantado. No está donde lo habíamos dejado, y nada puede reternerlo: ni las ataduras de la muerte, ni los poderes que pretenden dominar el mundo, ni tampoco nuestras ideas preconcebidas sobre lo que Él puede hacer en nosotros.  En la mañana de Resurrección, amanecer de todos nuestros días, su tumba vacía nos invita a creer. Y a poner ante Él todo cuanto en nosotros se fue apagando o está languideciendo, para que su luz nos saque de nuestros sepulcros y nos llene de vida.  Él va delante de nosotros, a Galilea, la tierra de lo cotidiano. Allí lo encontraremos. Y, como aquellos discípulos de la primera ho

Silencio. Esperanza

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 Todo se ha cumplido. Dios lo ha entregado todo en su Hijo querido. El grano de trigo ha caído. Y en la oscuridad de tierra, en silencio, empieza a germinar una Nueva Creación.  Es día para hacer silencio, para dejarnos interpelar por la Vida y la Palabra del Maestro, por su entrega y su muerte. Preparar nuestro corazón como tierra donde pueda echar raíces y dar fruto. Como María, la Virgen de la Esperanza, la que guardaba sus palabras y las meditaba en el corazón.  “Una palabra habló el Padre, que fue su Hijo, y ésta habla siempre en eterno silencio, y en silencio ha de ser oída del alma”. (San Juan de la Cruz. Dichos de Luz y Amor)

"Todo se ha cumplido" (Jn 18,1-19,42)

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  A la hora de nona será el momento en el que Jesús va a pro­nunciar la famosa frase del salmo 22: " Dios mío, Dios mío para qué me has abandonado ". Jesús la pronuncia en arameo. Estas palabras han dado pie a numerosas interpretaciones. Muchos han supuesto simplemente que Jesús murió recitando el salmo 22. Otros han visto en estas palabras un grito de desesperación. Pero esto no hace justicia al texto, pues esas palabras son el ini­cio del un salmo en el que al final quien las pronuncia en momentos de abandono se abre a una gran confianza en Dios. Sin duda alguna, Marcos quiere decir que Jesús ha muerto con el espíritu del salmo 22 (…)   Con esas palabras algunos piensan que Jesús llamaba a Elías. En efecto, en el versículo 11 se lee  Elí atha:  mi Dios, tú. Esta expresión pronunciada por un moribundo crucificado pudo sonar en los oídos de algunos  Elyah tha,  en arameo, que ciertamente significa Elías ven. Jesús recitaría el salmo en hebreo y Marcos nos da la fórmula aram