El Evangelio nos presenta, por una parte, a la familia de Jesús como una familia normal de su tiempo. Una familia humilde (presentan la ofrenda que presentaban los pobres, que no podían costear un cordero), y religiosa, que, de acuerdo con lo que indicaba la Ley, presenta a su hijo en el templo. Este rito ("conságrame todo primogénito" Ex 13,2) era un reconocimiento de Dios como Señor que había liberado a los judíos de Egipto y los había constituido como pueblo.
La intervención profética de Simeón y Ana descubren, en esa sencilla celebración familiar, al Mesías esperado. En realidad, es el enviado de Dios, el Hijo de Dios, quien se está presentando al pueblo de Israel, como "luz para iluminar a los pueblos, y gloria de tu pueblo Israel".
La fiesta de la Sagrada Familia nos invita a mirar ese lado familiar de Jesucristo, y con ello también la trascendencia de nuestras familias. El Hijo de Dios nació, como verdadero hombre, en una familia, y en ella fue creciendo, robusteciéndose, llenándose de gracia. La familia es una realidad esencial de nuestro crecimiento como personas. Es cauce, para cada uno de nosotros, de la gracia, del amor gratuito de Dios. De hecho, ese amor (el de los padres, hermanos...) que nos recibió cuando, recién nacidos, lo necesitábamos todo, es el que nos ha hecho capaces de amar, y de acoger el amor de Dios en nuestras vidas.
Desde ese reconocimiento de la importancia de la familia, nos invita a cuidarla. La lectura de la carta de Pablo a los cristianos de la ciudad de Colosas nos propone una preciosa serie de actitudes para "llevar puestas" siempre: la misericordia, la bondad, la humildad, paciencia, perdón mutuo, el saber convivir y sobrellevar las debilidades de cada uno..." Vale la pena mirar nuestra vida cotidiana desde esa palabra.
Hay un versículo que choca con la sensibilidad actual: "mujeres, vivid bajo la autoridad de vuestros maridos" (la traducción del leccionario anterior a 2015 me parece más adecuada que la actual, por las connotaciones negativas que ha tomado el término sumisión). Nos puede ayudar a entenderla el contexto de ese tiempo (Pablo escribe en el siglo I) y sobre todo, el contexto de la frase, que a continuación dice a los maridos "amad a vuestras mujeres". Pablo, al escribir, también usa unas formas retóricas, y así ha "distribuido" unas actitudes que, en realidad, son comunes a maridos y mujeres: ambos, igualmente, están llamados a amarse y a vivir en diálogo, reconociéndose mutuamente una "autoridad", que no significa superioridad de uno sobre otro. Esa autoridad es la que nace del amor: acogemos y escuchamos con atención la palabra de aquella persona que es importante para nosotros y que sabemos que nos ama, y por tanto nos inspira confianza.
Hoy es un día que nos invita a reconocer lo que hemos recibido en nuestras familias, y dar gracias a Dios por ellas, por cada uno de quienes las componen ("Sed agradecidos", nos dice S. Pablo en Col 3, 15). Y a cuidar a cada persona. La familia está llamada a ser espacio que cuida, que ayuda a crecer de manera sana, como Jesús, en todas las dimensiones.
Lecturas de hoy (www.dominicos.org)