"Busca la justicia, la piedad, la fe, el amor" (1 Tm 6,11; Lc 16, 19-31)
El domingo pasado, escuchábamos a Jesús decir que "no se puede servir a Dios y al dinero" (Lc 16, 13). Los fariseos que le oían se burlaron de él. Jesús responde con la parábola del rico y Lázaro. En el pueblo judío, la riqueza se consideraba signo de la bendición de Dios (así lo encontramos en algunos textos del Nuevo Testamento). Hoy vuelven algunas "teologías de la prosperidad" que intentan conciliar el culto a Dios y al dinero. Y cuando así se hace, el dios al que verdaderamente se sirve es al dinero, que en nuestra cultura es símbolo del éxito. Las primeras líneas de la parábola de hoy podrían retratar el sueño de muchos, publicitado en medios de comunicación: una vida de lujo y placer sin preocupaciones. Pero es una vida vacía. Vacía, porque se desentiende del pobre que tiene a la puerta. De hecho, aquel rico, ni siquiera tiene nombre (al revés de lo que pasa en nuestro mundo, donde los ricos son famosos y los pobres se vuelven invisibles). Y esa vida autosu