Y, sin embargo, tampoco es tan extraño a nuestro corazón. Para una madre o un padre, que quiere a cada uno de sus hijos, el primero que viene a su mente es aquél que está en situación más vulnerable, aquél que sufre o se encuentra mal. Podríamos decir que así es Dios. O mejor: que en esto nuestro corazón está hecho a imagen del de Dios.
Jesús habla así de Dios que es Padre misericordioso y ama a cada ser humano de manera personal, única, y que por ello se inclina, sobre todo, hacia los pequeños, los que sufren. Jesús lo expone con toda claridad, y sabiendo que esto choca contra las pretensiones que tenían los judíos y los fariseos de ser los primeros, de tener ventaja sobre los demás por ser, desde siempre, el pueblo de Dios. De hecho, pronuncia esta parábola cuando ya orienta sus pasos hacia Jerusalén, donde va a entregar su vida por fidelidad a ese Dios Padre cuyo amor no quiere comprender su pueblo. Y Jesús, en la cruz, se hará solidario de los últimos: de los condenados, de los fracasados, de los esclavos, de los malditos (para los judíos, es maldito el que cuelga de un madero, como dice Deuteronomio 21, 23). Para que sepamos que su salvación llega a todos.
En la parábola, llama la atención que al propietario de esa viña, lo que más parece interesarle es que todo el mundo encuentre trabajo. Un denario era el salario de una jornada de trabajo, y para los jornaleros significaba el sustento de su familia. Podemos también notar que aquel propietario negocia el salario con los primeros, según lo que era normal y justo en aquel tiempo, pero a los demás no les dice cuánto van a cobrar: ellos se fían, y se llevan al fin del día una grata sorpresa.
Sobre el valor del "denario" que Dios nos "paga" (un himno dice que "a jornal de gloria no hay trabajo grande"), nos puede iluminar esta confesión de Pablo (1 Cor 9, 18, 22- 23): "¿cuál es mi recompensa? Predicar el Evangelio entregándolo gratuitamente (...) me he hecho débil con los débiles para ganar a los débiles. Me he hecho todo a todos para salvar a toda costa a algunos. Y todo esto lo hago por el Evangelio para ser partícipe del mismo".
Hoy el Evangelio nos invita a despojarnos de envidias, de comparaciones. A meditar en el amor de Dios, gratuito y siempre mayor de lo que pensamos. A intentar entrar en esa gratuidad, en la hondura de ese amor y esa vida que Dios nos ofrece.