sábado, 23 de septiembre de 2023

"Los últimos serán primeros" (Mt 20, 1-16)

 


"Los últimos serán primeros, y los primeros, últimos". Esta frase es la clave del Evangelio de hoy, y de la parábola que Jesús propone. Una expresión que concuerda, a su vez, con la de Isaías (Is 55, 6-9): "mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos. Cuanto dista el cielo de la tierra, así distan mis caminos de los vuestros, y mis planes de vuestros planes". 

Y, sin embargo, tampoco es tan extraño a nuestro corazón. Para una madre o un padre, que quiere a cada uno de sus hijos, el primero que viene a su mente es aquél que está en situación más vulnerable, aquél que sufre o se encuentra mal. Podríamos decir que así es Dios. O mejor: que en esto nuestro corazón está hecho a imagen del de Dios. 

Jesús habla así de Dios que es Padre misericordioso y ama a cada ser humano de manera personal, única, y que por ello se inclina, sobre todo, hacia los pequeños, los que sufren. Jesús lo expone con toda claridad, y sabiendo que esto choca contra las pretensiones que tenían los judíos y los fariseos de ser los primeros, de tener ventaja sobre los demás por ser, desde siempre, el pueblo de Dios. De hecho, pronuncia esta parábola cuando ya orienta sus pasos hacia Jerusalén, donde va a entregar su vida por fidelidad a ese Dios Padre cuyo amor no quiere comprender su pueblo. Y Jesús, en la cruz, se hará solidario de los últimos: de los condenados, de los fracasados, de los esclavos, de los malditos (para los judíos, es maldito el que cuelga de un madero, como dice Deuteronomio 21, 23). Para que sepamos que su salvación llega a todos. 

En la parábola, llama la atención que al propietario de esa viña, lo que más parece interesarle es que todo el mundo encuentre trabajo. Un denario era el salario de una jornada de trabajo, y para los jornaleros significaba el sustento de su familia. Podemos también notar que aquel propietario negocia el salario con los primeros, según lo que era normal y justo en aquel tiempo, pero a los demás no les dice cuánto van a cobrar: ellos se fían, y se llevan al fin del día una grata sorpresa. 

Sobre el valor del "denario" que Dios nos "paga" (un himno dice que "a jornal de gloria no hay trabajo grande"), nos puede iluminar esta confesión de Pablo (1 Cor 9, 18, 22- 23): "¿cuál es mi recompensa? Predicar el Evangelio entregándolo gratuitamente (...) me he hecho débil con los débiles para ganar a los débiles. Me he hecho todo a todos para salvar a toda costa a algunos. Y todo esto lo hago por el Evangelio para ser partícipe del mismo". 

Hoy el Evangelio nos invita a despojarnos de envidias, de comparaciones. A meditar en el amor de Dios, gratuito y siempre mayor de lo que pensamos. A intentar entrar en esa gratuidad, en la hondura de ese amor y esa vida que Dios nos ofrece. 

"[Dios] para sí nada de esto desea, pues no lo ha menester, y así, si de algo se sirve, es de que el alma se engrandezca; y como no hay otra cosa en que más la pueda engrandecer que igualándola consigo, por eso solamente se sirve de que le ame; porque la propiedad del amor es igualar al que ama con la cosa amada"
San Juan de la Cruz, Cántico Espiritual, 28, 1


sábado, 16 de septiembre de 2023

"¿Cuántas veces tengo que perdonarlo?" (Mt 18, 21-35)

 

El domingo pasado, escuchábamos parte del discurso de Jesús sobre la comunidad. En ellas se enmarcan las palabras de hoy, sobre el perdón. Todo grupo humano está formado por personas imperfectas, débiles que fallan, y sólo puede crear unos lazos profundos y sólidos contando con el perdón. De ahí la pregunta de Pedro. 

La respuesta de Jesús destaca cómo el perdón tiene referencia a Dios. La propuesta de Pedro era generosa, dentro de lo razonable (y también tenía un trasfondo bíblico, pues es el libro de los Proverbios quien dice que "el justo cae siete veces, y vuelve a levantarse", Prov 24 16). La respuesta de Jesús propone una actitud incondicional, total, que es la del amor ("el amor perdona sin límites" 1 Cor 13, 7). Y, con la parábola que escuchamos, la pone en relación con Dios. Uno de los elementos que destacan es la desmesura: la deuda entre el siervo y el rey era desmedida, imposible entre un siervo y un rey de este mundo, e imposible de saldar, aunque el criado intentara prometer lo contrario. Lo que salvaba a aquel siervo era la compasión de ese rey que se conmueve y le perdona todo. Una piedad que él no supo acoger y vivir. 

Es fácil darnos cuenta de que nosotros somos ese criado, con una deuda infinita ante Dios, no sólo por nuestros pecados, sino porque todo lo hemos recibido de Él. Una deuda que está llamada a ser experiencia de su misericordia, de su amor desmedido, como comprendió aquella mujer que se echó a los pies de Jesús llorando (Lc 7, 47). 

En una vida que, inevitablemente, recibe heridas, el perdón es el camino hacia la paz. Y es el camino hacia Dios. La comunidad cristiana es lugar de la presencia de Dios ("allí estoy yo en medio de ellos"), porque es comunidad  de personas que perdonan. Por eso es  transmisora de su reconciliación ("lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo")

"No puedo yo creer que alma que tan junto llega de la misma misericordia adonde conoce la que es y lo mucho que le ha perdonado Dios, deje de perdonar luego con toda facilidad y quede allanada en quedar muy bien con quien la injurió; porque tiene presente el regalo y merced que le ha hecho, adonde vio señales de grande amor, y alégrase se le ofrezca en qué le mostrar alguno".
 Teresa de Jesús, Camino de Perfección, 36, 11



domingo, 10 de septiembre de 2023

"Estoy yo en medio de ellos" (Mt 18, 15-20)


Hace poco, saltaba la noticia de que la soledad no deseada no es sólo un problema de personas mayores, sino que afecta también a 2 de cada 10 jóvenes. Esto habla de una sociedad en la que crecen el individualismo y la dificultad para relacionarse en verdad. En la era de las redes sociales, se multiplican los comentarios y las interacciones superficiales, pero crece una actitud de desentenderse de los demás, y, paralelamente, la soledad de quien siente que su vida (lo que pase, lo que haga con ella...)  no le importa de verdad a nadie o casi nadie. 

Hoy el Evangelio habla de estas cosas, y de corresponsabilidad, de hacer camino juntos. De entrada, ya nos dice que el que "peca" (contra ti, o aunque no sea contra ti: no está claro que el sentido del texto precise esto) es "tu hermano". Y lo que viene a continuación, pone el acento en el destino de esa otra persona, en "salvarla". Incluso si se trata de alguien que me ha ofendido, se me invita a pensar en él por sí mismo, no sólo por la solución de mi conflicto. 

Y resume, en pocos trazos, todo un estilo de proceder: en primer lugar, el hablar personalmente, "a solas", sin airear los problemas en críticas y comentarios públicos. Esto implica valor y delicadeza (recordemos que el objetivo no es quedar por encima, "tener la razón", sino que el hermano "se salve"). ¡Cuántas veces sucede al contrario: se multiplican los comentarios en torno a alguien, y nadie tiene el valor y el sentido fraterno de hablar con esa persona y decirle lo que ve, o preguntarle qué le está pasando! Esto precisa de humildad en el que habla, y, por supuesto, en el que escucha (¿cómo recibimos una llamada de atención, una crítica constructiva...?). 

En segundo lugar, Jesús (tomando pie de lo que Deuteronomio 19, 15, indicaba para tratar una causa) el recurso a alguna otra persona que ayude a tratar la situación con objetividad, con otra perspectiva.

El siguiente paso nos habla de situaciones que tienen trascendencia pública, en la que se recurre a la comunidad. Y aun en el caso de que la persona no haga caso, la actitud que Jesús indica una puerta abierta, pues considera a ese "pecador obstinado" como alguien que se sitúa al margen de la comunidad, pero esa misma consideración deja entrever que aún puede recuperarse, pues lo dice Jesús, el que llamó a publicanos y envió a sus discípulos a todas las gentes, saltando las barreras que separaban a judíos de paganos. 

En el evangelio, este pasaje viene precedido por la parábola de la oveja perdida, que dice que "no es voluntad del Padre celestial que se pierda uno solo de estos pequeños" (Mt 18, 12-14). Y en la liturgia, el salmo nos invita a "escuchar la voz del Señor" y "no endurecer nuestro corazón". Y es que todos estamos en un camino de conversión, de abrir nuestra vida a Dios. 

Un camino que recorremos juntos. Jesús habla de la importancia de la comunidad. A pesar de nuestra pobreza, Él nos da la capacidad de "atar y desatar", y esa capacidad que pone en nuestras manos de perdonar, de desatar cargas y liberar, y también de crear lazos, de comprometer, tiene carácter definitivo. Dios "reconoce" nuestra labor, nos da la capacidad de actuar "en su nombre" (lo que implica la llamada a hacerlo como Él). 

Y es que Él está en medio de nosotros. La comunidad es lugar privilegiado de su presencia; el aprender a amarnos unos a otros ("a nadie debáis nada más que amor..." Rom 13, 8) es lo que nos hace capaces de amarle a Él de verdad; el hacer camino juntos, con las dificultades y el aprendizaje que comporta, nos va sacando de nuestra tendencia a quedarnos "en nosotros mismos", es lo que endereza nuestros pasos para seguirle, para que podamos encontrarnos con Él. Con ello tiene relación la promesa de que "si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, sea lo que fuere, lo conseguirán de mi Padre". No es una "receta mágica", sino que tiene que ver con ese camino hacia el acuerdo mutuo (como aquella comunidad que tenía "un solo corazón y una sola alma" Hch 4, 32), ese ir más allá del propio interés, que nos va abriendo al Espíritu y nos enseña a orar, porque "nosotros no sabemos cómo pedir para orar como nos conviene, pero el Espíritu intercede por nosotros" (Rom 8, 26). 

En este tiempo de Sínodo, el Evangelio nos invita a tomar conciencia de la importancia de la comunidad, de nuestra corresponsabilidad. A ser capaces de aportar una palabra que ayude a crecer (también la Iglesia, como comunidad, peca) desde una actitud de escucha y en una actitud de diálogo, desde la confianza en que Él está en medio de nosotros. 


Lecturas de hoy (www.ciudadredonda.org)

domingo, 3 de septiembre de 2023

"Tome su cruz y me siga" (Mt 16, 21-27)

 


La escena que hoy nos presenta en el Evangelio sigue a la que contemplábamos el domingo pasado. Una vez que los discípulos, con Pedro a la cabeza, reconocen a Jesús como Mesías, Él pasa a explicarles cómo es el camino del Mesías. Un camino incomprensible para ellos, porque pasa por el fracaso, el sufrimiento y la cruz. De nuevo, Pedro toma la palabra. Y, con sus criterios humanos (la expectativa de que el Mesías ha de tener éxito), la que había de ser "roca de fundamento" se convierte en "piedra de tropiezo", en tentador. Jesús lo llama, incluso, "Satanás", porque, sin darse cuenta, Pedro está expresando la segunda tentación que rechazó Jesús en el desierto (Mt 4, 5-7), la de un Mesías que "no tropiece en las piedras", no conozca el fracaso. 

A este Pedro que ha intentado decirle a Jesús por dónde ir, Jesús le manda ponerse detrás, como discípulo. Y a los demás discípulos (y nosotros con ellos) a asumir que seguirle implica negarnos a nosotros mismos y cargar con nuestra cruz. 

Tal vez nos gustaría que, ya que seguimos a Cristo e intentamos ser fieles a Dios, Él nos librara de sufrimientos, de fracasos, de rupturas. No es así. La plenitud y la vida que Jesús nos ofrece no está "más acá" de todo eso que tememos (no consiste en que "nos libremos de pasar por ello") sino que está "más allá": ante esas situaciones que nos bloquean y parecen ahogar con nuestro camino vital, acabar con él, el poder y la misericordia de Dios se manifiestan como capacidad de abrir camino, de poder atravesar todo eso sin ser aplastados. 

De fondo, una cuestión fundamental de la propuesta de vida de Jesús: entregar la vida, no vivir para nosotros mismos. En definitiva, amar. El que sólo busca su propia felicidad, no la podrá encontrar. Porque la plenitud que podemos encontrar pasa por el amor. Y el amor significa entrega, ir mas allá de nosotros mismos (de nuestros intereses, gustos, comodidad...). En el lenguaje radical que Jesús usa, "negarse a sí mismo".

Jesús nos habla de tomar la cruz y seguirle. Implica, por una parte, la radicalidad de estar dispuestos a poner toda nuestra vida en juego. Por otra, "anclar" ese seguimiento en nuestra vida real, con las dificultades que se nos cruzan, con la cruz que cada uno tenemos. No estamos llamados a cargar con nuestra cruz solos, sino siguiéndole a Él, dejando que Él nos enseñe y nos ayude a llevarla. De esta forma, podremos llevarla, y crecer como personas en ese camino. 

Todo esto implica lo que San Pablo nos propone en la carta a los Romanos: no amoldarse a la mentalidad de este mundo, sino renovar nuestra mente. Nuestro culto razonable consiste, no en presentar a Dios algo ajeno a nosotros, sino en abrirle nuestro corazón y nuestra vida, presentarle nuestras propias personas ("nuestros cuerpos", en lenguaje de un judío del siglo I), dejarle entrar en nuestra vida para que Él pueda guiarla y transformarla. Eso tiene que ver con una experiencia de amor, de "ser seducidos" por Dios (como dice, con un lenguaje extremo, Jeremías). Hemos descubierto algo de Él, y tenemos sed de Él, como rezamos hoy con el salmo 63. Y en el trato con Él, en ese seguirle, esta experiencia (sed y plenitud a la vez), va creciendo. 


Lecturas de hoy (www.dominicos.org)


  En los primeros domingos de Pascua, el Evangelio narra los encuentros de Jesús Resucitado con los discípulos. En los tres siguientes, ante...