domingo, 21 de julio de 2024

"Venid vosotros a solas" (Mc 6, 30-34)

 

La ética termina donde empiezan los nervios”. Así reza un titular de una escritora de éxito, que leí ayer. Me sorprende esta falta de conciencia y de memoria: hace sólo cuatro años, miles de sanitarios luchaban, en una situación límite que se prolongó durante meses, por salvar millones de vidas. La frase me parece un ejemplo (entre muchos) de la desorientación y falta de principios de nuestro tiempo. Puede hacernos pensar también en la falta de rumbo y sentido de quienes “pastorean” hoy la cultura (medios de comunicación, intelectuales…: “vosotros dispersasteis mis ovejas y las dejasteis ir sin preocuparos de ellas”, dice la lectura de Jeremías, 23, 1-6).

Este domingo, el evangelio habla de una multitud que “andaban como ovejas que no tienen pastor”. Describe también la realidad de hoy, con tantas personas extenuadas, corriendo de aquí para allá sin encontrar lo que buscan, abatidas por la falta de esperanza y de sentido, desorientadas.

Ante ellos, vemos a Jesús y sus discípulos. Se mueven entre el anhelo de un lugar tranquilo para estar a solas con el Maestro, y la atención a esa multitud que tiene hambre de Verdad y de Vida. Marcos nos propone buscar el equilibrio entre esas dos dimensiones: el discípulo ha de ser apóstol, no puede desentenderse de la gente; y por otra parte, él también tiene mucho que aprender, y necesita encontrar tiempo para alimentarse, para “estar muchas veces a solas, con quien sabemos nos ama” (como describía Teresa de Jesús la oración).

Llama la atención, una vez más, la actitud de Jesús. Quería retirarse a un lugar tranquilo, pero su plan se frustra, porque ese lugar desierto se ha llenado de gente que lo requiere. Y, en lugar de impacientarse, Jesús se pone a enseñar a la gente “muchas cosas”. La expresión de Marcos también significa “con calma”. Jesús lleva dentro esa calma, que se hace capacidad para ver a la multitud y reconocer lo que están viviendo las personas. Esa paz no es un “blindaje” ni un abstraerse de los problemas de la gente: Marcos nos dice que a Jesús “se le conmueven las entrañas” (ese es el sentido del verbo “compadecerse”). Es una Paz unida a la Misericordia. Con ella, Jesús va a enseñar a la gente. Y también va a responder a sus necesidades, dándoles de comer, como veremos en el pasaje que sigue. Esa Paz y Misericordia de Jesús se nos propone como referencia.

El salmo nos ayuda a enfocar todo esto, al invitarnos a reconocer a Jesús al Buen Pastor. Él es nuestra referencia: nos conduce por el sendero de vida, nos acompaña con su bondad y su misericordia. Él nos alimenta, repara nuestras fuerzas, es nuestro descanso. “Él es nuestra paz”, nos dice San Pablo (Efesios, 2, 14); y ahonda en uno de los sentidos de esa paz: la reconciliación, que es trabajo por la paz y la unión entre los pueblos; es conversión, apertura al amor de Dios; y es también camino personal de sanación de las heridas y contradicciones que nos tensan por dentro.   


domingo, 14 de julio de 2024

"Los fue enviando" (Mc 6, 713)

 


A pesar del rechazo que ha encontrado en su propio pueblo (como escuchábamos el domingo pasado), Jesús sigue anunciando el Evangelio y además, involucra en su misión a los Doce. Y ello, a pesar de que todavía tienen mucho que aprender. Es que, para ser discípulos, para descubrir lo que significa el Reinado de Dios que Jesús anuncia, esos discípulos (y nosotros) han de hacer la experiencia de predicar la conversión, de luchar contra el mal y de hacer el bien, sanar a otros. El Evangelio nos recuerda, hoy, que la Iglesia no existe para sí misma. No podemos vivir la fe como “consumidores”. Se nos ha dado este don para que lo transmitamos a otros.  

Marcos alude apenas al contenido de aquella predicación, y subraya, sobre todo, actitudes. Por un lado, cuenta lo que hacen los discípulos, en consonancia con Jesús: curar, llamar a la conversión (otra actitud: la de volverse hacia Dios), vencer al mal (“echar demonios”. Jesús les ha dado, precisamente, autoridad para eso). Y, señala las instrucciones de Jesús:

-  Los envía “de dos en dos”. Esto subraya la importancia del testimonio (que se confirmaba por la declaración de dos testigos). Y de la comunidad. Transmitimos una fe que cultivamos en comunidad y que no es teoría, sino testimonio de vida.

- Y los envía preparados para un camino largo (con bastón y sandalias), pero sin provisiones, reservas ni protección: han de ir confiados en la Providencia y en la hospitalidad de las gentes, a la que tendrán que acogerse, sin discriminaciones. La autoridad para vencer el mal, aquí, va acompañada por la sencillez para recibir, como pobres, lo que necesiten. Cabe apuntar que en aquel tiempo, había también predicadores itinerantes de algunos grupos judíos, que llevaban su propia comida para no exponerse a comer algo que no cumpliera los preceptos de pureza legal, o a ser acogidos por pecadores.

En los primeros tiempos del cristianismo, hubo predicadores itinerantes. En nuestros días, y frente a la tentación de instalarnos, necesitamos mantener cierta actitud de itinerancia, de relativizar muchas cosas para recordar que Dios es lo primero. De recordar que somos llamados para ser enviados. ¿Cómo puedo vivir ese envío en mi realidad concreta?



domingo, 7 de julio de 2024

"¿Qué sabiduría es esa? (Mc 6, 16)

 


Tras hacer milagros y señales y predicar a multitudes en varios lugares, Jesús va a Nazaret, y no encuentra allí acogida. Este hecho impresionó a los discípulos, y al propio Jesús. Lo cuentan también Mateo y Lucas, y Juan lo resume, al principio de su Evangelio: “Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron” (Jn 1, 11-12. Y añade: “pero a los que lo recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios”). Los detalles con que lo narra Marcos, y las lecturas con que lo acompaña hoy la Liturgia, nos ofrecen algunas claves:

- La obstinación y la cerrazón. Las dificultades del profeta Ezequiel ante Israel, un pueblo “de corazón obstinado” anuncian las de Jesús, y denuncian una tendencia de la humanidad: la de cerrarnos en nuestra mentalidad, nuestra ideología y esquemas. Los paisanos de Jesús se escandalizaron ante su mensaje: “¿De dónde saca todo eso?”. Hoy, esta tendencia hace crecer en todo el mundo una peligrosa polarización: sólo oír a los de nuestro círculo. El Evangelio nos invita a esforzarnos por mantener abierto el corazón. Ante los otros, y ante Dios.

- La desconfianza. ¿Cuántas veces hemos oído (o dicho) la frase “te conozco demasiado bien” en contexto de reproches? A veces etiquetamos a las personas y no esperamos de ellas nada nuevo. Los paisanos de Jesús creían saberlo todo sobre Él, su familia y orígenes. Su falta de fe y de apertura les impidió encontrarse de verdad con Él, conocer la Vida que les ofrecía: “No pudo hacer allí ningún milagro. Y se admiraba de su falta de fe.

- La autosuficiencia y el desprecio. Los de Nazaret se refieren a Jesús con matices peyorativos (como lo era, en aquella cultura, omitir al padre). Cuando leemos esta escena desde el salmo, podemos descubrir que en la desconfianza y obstinación hay una autosuficiencia que desprecia al otro. Israel tuvo, además, la tentación de despreciar a los demás pueblos. La predicación de Jesús chocó, repetidas veces, con las pretensiones de supremacía y poder judías. En contraste con esa arrogancia y desdén, el salmista se vuelve hacia la misericordia de Dios. Y de ella también habla Pablo, desde una experiencia dolorosa, en la que aprendió algo: evitar la autosuficiencia, dejar de soñar con la perfección que él pretendía, para acoger la gracia de Dios que actuaba, con fuerza, en medio de sus dificultades y su fragilidad.

La sabiduría que Jesús ofrece tiene que ver con eso: con la vida que Dios regala gratuitamente, que nos acompaña en medio de nuestras debilidades. La gracia de Dios que nos ayuda a realizar nuestra vida: tal vez no por el camino que pensábamos, pero por un camino de fecundidad y de amor.

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sábado, 29 de junio de 2024

"Contigo hablo, niña, levántate" (Mc 5, 21-43)

 

El Evangelio, junto con el libro de la Sabiduría y el Salmo, nos hablan de vida y de fe. “Dios creó al hombre para la inmortalidad” (Sab 2,23) y Jesús vence a la muerte, nos levanta. Se nos invita a vivir personalmente esta verdad: “Te ensalzaré, Señor, porque me has librado… me hiciste revivir” (Salmo 29). Lee la Palabra, dejando que resuene en ti y te interpele esta invitación a la vida y la fe.

- Fe que es llamada al encuentro pleno. La hemorroísa se acercó a Jesús “por detrás” para conseguir (casi “hurtar”) la curación que necesita. Lleva 12 años sufriendo una enfermedad que no ha conseguido curar, que la vuelve impura según la Ley, y que la ha ido apartando de todos, porque todo lo que toca queda “contaminado”. Tal vez por eso no se atreve a llamar a Jesús o pedirle directamente, e intenta pasar desapercibida, a la vez que anhela el contacto con él, y la salvación.

(A veces también nosotros nos acercamos a Dios así, sólo para buscar el favor que necesitamos,. Tal vez no nos atrevemos, o no nos sentimos dignos, entre tanta gente, de tener una relación más personal con Dios).

Pero Jesús, por encima de la multitud, percibe y busca a la persona concreta. Quiere encontrarse con ella, cara a cara. Y entabla un diálogo “en verdad”. Un diálogo en que ella le confiesa todo, y Él la acoge (en el gesto de aquella mujer había mezcla de muchas cosas: deseo de encontrarse con Jesús, miedo… incluso el riesgo de contaminar a Jesús, al tocarlo. Jesús se “queda” con la fe). Y no sólo confirma su curación, y con ello la rehabilita socialmente: además la acompaña con la Paz y la salvación.

- Fe constante, que no desfallece. Cuando muere la hija de Jairo, cuando no se ha podido conseguir de Dios lo que se buscaba, la reacción general es de desaliento, de abandonar: “¿Para qué molestar más al maestro?”. Pero Jesús insta a seguir con Él, a mantener la confianza: “basta que tengas fe”. Una fe como la que pide cuando habla de la oración constante (Lc 11, 5-13 y Lc 18, 1-8, parábolas del amigo importuno y la viuda y el juez). Una fe que Jesús nos invita a alimentar, como a aquella niña. Los que siguen así con Jesús serán testigos de cómo abre camino a la vida. Y de sus palabras, que también nos invitan, a cada uno, a levantarnos.


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domingo, 23 de junio de 2024

"¿Aún no tenéis fe? (Mc 4, 35-41)

 

El mar embravecido era, para Israel, ejemplo de las fuerzas de la naturaleza, admirables y temibles, que pueden desatar un caos capaz de engullir y destruir a la persona. Hoy, la Palabra nos muestra a Dios como el que es capaz de dominar esas fuerzas, poniendo orden y paz el que puede serenar la tormenta (y lo que nos atormenta). Y por eso nos invita a la confianza.

La primera lectura sitúa la fe en un contexto de dolor. Job, desde un sufrimiento atroz, ha clamado a Dios. En la respuesta de Dios se hace ver cómo Él conoce todo, lo ha creado y mantiene su orden. Pero hay un “algo más” que queda en misterio. El libro no termina de dar una explicación ante el mal y el dolor que campan por el mundo y se han cebado en Job. Sin embargo, Dios ha salido a su encuentro, (“antes te conocía de oídas, mas ahora te han visto mis ojos” Job 42,5), y en ese encuentro responde, verdaderamente, a su clamor, y restaura a Job.

En el Evangelio, Jesús dice a sus discípulos: “Vamos a la otra orilla”. Esa otra orilla es un territorio semipagano (la Decápolis) donde van a encontrarse, precisamente, con situaciones de sufrimiento y destrucción de la persona: el endemoniado de Gerasa, la hija moribunda de Jairo… La premura del relato (“se lo llevaron en barca, como estaba”) sugiere que apenas están preparados para la travesía. Es el atardecer del día en que Jesús hablaba del Reino de Dios a través de parábolas, y pronto cae sobre los discípulos la noche, la oscuridad y la tormenta. Entre líneas, podemos leer, en este relato, las desavenencias e incertidumbres, las dificultades y peligros en que se veía la Iglesia en su misión, cuando Marcos escribía estas líneas. Y también las nuestras.

Mientras, Jesús duerme. Parece no tener respuesta para la desorientación y las fatigas de los discípulos. Estos, al final, claman al maestro con unas palabras que expresan su pavor (casi, desesperación). Y Jesús se pone en pie y calma la tempestad. Muestra su capacidad para dominar vientos y realidades que parecían ingobernables. Un poder creador de armonía, que sobrecoge a sus discípulos. Y que nos permite descubrir que antes, Él duerme porque confía en el Padre, que hace presente en el mundo su Reino, su Vida, como semilla que crece también durante la noche y en la oscuridad.

Pablo, en la segunda carta a los Corintios, nos ofrece una nueva perspectiva sobre nuestras vidas (y también para este relato): nos afecta la entrega de Cristo. No puede ser como si Cristo no hubiera pasado por nosotros, porque estábamos perdidos, si Él no nos hubiera salvado. Estamos tocados por un amor que nos mueve a no vivir para nosotros mismos, sino para El, que nos ofrece nueva vida en su Resurrección y nos lleva a mirar todo de una forma nueva.

Es también una travesía “a otras orillas”. Como los discípulos, que están sobrecogidos pero aún no tienen fe plena, también podemos encontrar noches y tempestades, y momentos en que Dios parece “dormido”. Si nuestra confianza parece quebrarse ante las dificultades, siempre podemos acudir a Él. Orar, aunque a veces casi no sepamos cómo. El que respondió a la queja amarga de Job y a la llamada intempestiva de los discípulos, también nos irá revelando su capacidad de serenar las aguas, nos irá guiando para abandonar los miedos y crecer en la fe.    

Yo he conocido algunas almas, y aun creo que puedo decir hartas, (…) probarlos su Majestad en cosas no muy grandes, y andar con tanta inquietud y apretamiento de corazón, que a mí me traían temerosa. (…) muchas veces quiere Dios que sus escogidos sientan su miseria y aparta un poco su favor, que no es menester más, para que nos conozcamos bien presto. (…). Procurar ejercitar las virtudes y rendir nuestra voluntad a la de Dios en todo, y que el concierto de nuestra vida sea lo que su Majestad ordenare de ella, y no queramos nosotras que se haga nuestra voluntad sino la suya. Y si no hemos llegado aquí, como he dicho: humildad, que es el ungüento de nuestras heridas; porque, si la hay de veras, aunque tarde algún tiempo, vendrá el cirujano, que es Dios, a sanarnos. (…)

Teresa de Jesús, El Castillo Interior, III, 2,2.6


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sábado, 15 de junio de 2024

"El Reino de Dios... la semilla germina y va creciendo…" (Mc 4, 26-34)


Hoy, comenzamos a escuchar, en el Evangelio de Marcos, las enseñanzas de Jesús. Palabras que hablan del  Reino (o reinado) de Dios. Es lo que anuncian las curaciones y signos que Él está haciendo; es el proyecto para el que llama a sus discípulos, y por el que Él dará su propia vida.

Jesús lo expone  con parábolas, imágenes sencillas y sugerentes, abiertas. El conocimiento de Dios no es una ciencia compleja, reservada a los “sabios y entendidos” (Mt 11, 25), porque Dios está cercano a la vida y sus realidades cotidianas. A la vez, es algo que no cabe en conceptos: podemos describir algo de cómo es y actúa (“se parece a…”) pero no podemos abarcarlo en una definición, porque es siempre mayor. Por otra parte, nos dice Marcos que “a sus discípulos les explicaba todo en privado”. Jesús predica el Reino a todos, con palabras adaptadas a su capacidad de entender. Y enseña de manera más honda a aquéllos que lo siguen, que comparten con Él vida y camino.

Imágenes que hablan de un proceso de crecimiento, desde lo pequeño, que llega a dar fruto. La semilla (anteriormente se ha comparado con la Palabra de Dios) que un hombre ha sembrado, germina y crece por sí sola, hasta dar fruto. Cabe recordar aquí lo que una vez dijo Pablo: “Yo planté, Apolo regó, pero es Dios quien ha dado el crecimiento” (1 Cor 3, 6-9).

Por su parte, el grano de mostaza, que parecía insignificante, crece hasta hacerse mayor que las demás hortalizas, y echar ramas capaces de cobijar la vida. Esta vez, Jesús no utiliza la imagen de un árbol magnífico, como los cedros del Líbano a los que se refiere Ezequiel (en la lectura que hoy escuchamos) para hablar de cómo Dios restauraría a Israel, sino de algo que sigue siendo humilde: un arbusto, pero con capacidad de ofrecer una sombra donde otros pueden anidar. Se abre, a la vez, una perspectiva de acogida, de universalidad.

Imágenes que nos invitan a la esperanza. Se nos ha confiado una semilla que puede parecer pequeña, pero dará fruto. Y aunque estamos llamados a trabajar (precede a esta parábola la del sembrador, que habla de las tierras en que puede o no puede crecer la semilla), no todo depende de nuestros planes, proyectos, criterios de eficacia. La vida de Dios se abre camino, sin que sepamos cómo. Y nuestras comunidades, aunque sean humildes como arbustos, son signo de Dios capaces de ofrecer amparo.

El salmo nos ofrece otra perspectiva de lectura: nuestra propia vida, abierta a Dios (el justo, el que “se ajusta” a Dios) puede ser esa realidad que él va haciendo crecer, de día y de noche, hasta dar fruto.

Otras veces, viene aquí un texto de algún santo, para ilustrar el Evangelio. Hoy es un hecho que he vivido: 
Hace tres o cuatro días, me llamó un amigo camerunés. Lo conocí hace 18 años, cuando era un inmigrante sin papeles, que había dormido varias noches en el pasadizo de la Pza. España –aquél que se clausuró después de que, un invierno, murieran en él uno o dos indigentes-, y acababa de ser acogido en un piso de Cruz Roja. Él pasó, antes y después de eso, múltiples penalidades: la travesía por el desierto, las noches de calabozo, en Madrid, cuando lo detenían por no tener papeles… Por fin, consiguió poner en regla su documentación, ha encontrado trabajo y se ha instalado en Francia, con la familia que ha formado. Y ahora, me comentaba que ha acogido en su casa a un inmigrante que no tenía dónde ir. Y me decía: “antes me han ayudado a mí. Ahora yo puedo ayudar a otros".




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domingo, 9 de junio de 2024

"Estos son mi madre y mis hermanos" (Mc 3, 20-35)

 


Este domingo retomamos la lectura continuada del Evangelio según S. Marcos. Las fiestas pasadas han hecho que “saltemos” tres episodios: la curación de un paralítico, y las discusiones de Jesús con los escribas y fariseos a causa del ayuno y del sábado. Desde el principio, Jesús se aleja de una interpretación de la Ley centrada en cumplimientos, y pone en el centro a las personas. Y manifiesta el poder de Dios liberando a las personas del poder del mal (ése es el sentido fundamental de las curaciones de endemoniados).

Hoy encontramos a Jesús entre dificultades. Dicen de Él que está “fuera de sí”: trastornado (o tal vez, en aquella mentalidad, dominado por un espíritu). Y vienen escribas desde Jerusalén para condenarlo como endemoniado e instrumento de los demonios. Hasta su misma familia va a intentar retirarlo de su misión y reconducirlo a la vida doméstica.

Jesús enfrenta la situación con radicalidad y serenidad a la vez:

-  Por un lado, no se deja manipular por su familia, aunque, para hacer más fuerza, hayan llevado a su propia madre. Y frente a unas tradiciones familiares que (como en este caso) podían convertirse en una atadura, sienta las bases de una nueva familia, que, como el propio Jesús, reconoce como Padre a Dios y busca su voluntad (Jn 15, 12-13). Una voluntad que se expresa en el mandamiento del amor, y que abre caminos de vida para las personas, como se ve en el actuar de Jesús. Una voluntad de vida y amor que se ofrece a todos.

 - Por eso, a los mismos que condenan a Jesús, Él “los invitó a acercarse”, y para intentar hacerles comprender, empieza a hablar en parábolas, como luego hará en la predicación a todos. Les advierte de que, con esa actitud de “no querer ver”, de denigrar los gestos de salvación que se les ofrecen, ellos mismos se cierran al perdón y a la vida. Porque lo que se está manifestando en las obras de Jesús, es que el amor de Dios es más fuerte que el mal. Y se ofrece de manera total: “todo se les podrá perdonar a los hombres”.

Pablo, en su carta a los Corintios, se sitúa en esa experiencia y esperanza del amor de Dios, siempre más fuerte. Él está pasando por la tribulación, por situaciones de pérdida en que siente cómo “el hombre exterior se va desmoronando”. Pero ve más hondo, “sabiendo que quien resucitó al Señor Jesús también nos resucitará a nosotros con Jesús”, y que, en medio de esas situaciones difíciles, Dios está construyendo una nueva realidad, está haciendo llegar su amor y su vida a la comunidad por la que él se desvive, y a él mismo: “Todo es para vuestro bien”.

“Todos los que aman al Señor con todo el corazón, con toda el alma y con toda la mente, con todas las fuerzas, y aman a sus prójimos como a sí mismos (cf. Mt 22,37.39; Mc 12,30) (…) ¡Oh cuán bienaventurados y benditos son ellos y ellas, mientras hacen tales cosas y en tales cosas perseveran!,  porque descansará sobre ellos el espíritu del Señor (cf. Is 11,2) y hará en ellos habitación y morada (cf. Jn 14,23), y son hijos del Padre celestial (cf. Mt 5,45), cuyas obras hacen, y son esposos, hermanos y madres de nuestro Señor Jesucristo (cf. Mt 12,50). Somos esposos cuando, por el Espíritu Santo, el alma fiel se une a nuestro Señor Jesucristo. Somos para él hermanos cuando hacemos la voluntad del Padre que está en los cielos (Mt 12,50); madres, cuando lo llevamos en nuestro corazón y en nuestro cuerpo (cf. 1 Cor 6,20), por el amor divino y por una conciencia pura y sincera; y lo damos a luz por medio de obras santas, que deben iluminar a los otros como ejemplo (cf. Mt 5,16)”.
      S. Francisco de Asís, Carta a los fieles, 1


Anotación sobre los "hermanos de Jesús

Aparecen en este pasaje del evangelio los “hermanos de Jesús”, que han hecho a algunos pensar que María tuvo más hijos. Hay que aclarar que en algunas lenguas (como el arameo) se usa el término “hermano” para designar también a los primos y otros parientes. Mc 6,10 (y Mt 13,55) identifica a algunos de estos hermanos: Joset, Judas y Simón. Y en el relato de la cruz, nos dice quien era su madre, otra de las mujeres que estaban al pie de la cruz: “María la madre de Santiago el menor y de Joset” (Mc 16,1. Mt 27, 56).

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