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Mostrando entradas de mayo, 2021

"En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo" (Mt 28, 16-20)

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  Así comenzamos cada día la Eucaristía, y así estamos llamados a comenzar cada jornada: en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Sabiéndonos convocados (a la Eucaristía, a la vida...) por un amor que nos sobrepasa y que nos sostiene. Que nos ha dado la vida (" para que tengamos vida en abundancia " (Jn 10,10), se ha hecho nuestro hermano, para compartir con nosotros su Vida, y permanece a nuestro lado, alentando lo mejor de nosotros mismos.  Al hablar de Dios como Misterio, no nos referimos tanto a que sea incomprensible (ciertamente, es más grande de lo que nuestra mente es capaz de abarcar y analizar). Nos referimos, sobre todo, a que a Dios no lo podemos conocer de manera meramente intelectual , desde fuera , como podemos hacer con un objeto que podemos analizar. Lo conocemos cuando entramos en relación con Él, cuando nos involucramos personalmente. Lo conocemos al vivirlo (algo parecido a lo que pasa con el amor, por ejemplo).  Y hablamos de Dios Trinidad,

"Recibid el Espíritu Santo" (Jn 20, 19-23)

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Pentecostés es la fiesta de la plenitud. Terminamos el tiempo de Pascua abriéndonos al Espíritu Santo, que es el que nos comunica la vida del Resucitado, nos renueva, nos hace posible descubrir en el día a día (mañana retomamos el tiempo "ordinario") la presencia y la voz de Dios, que nos llena de gozo, y hacer vida, en lo cotidiano, el Evangelio.  Una vez más, somos llamados a la confianza, a la esperanza. Jesús resucitado se hace presente a pesar de que los discípulos se encuentran bloqueados por el miedo, y les comunica su Espíritu, a la vez que los envía. Él es capaz de abrir nuevos caminos entre nosotros, de ayudarnos a superar nuestros miedos y dificultades.  Somos invitados a contar con el Espíritu. A invocarlo, a abrirnos a Él, buscando la verdad, intentando vivir en apertura, cultivando la acogida y la capacidad de comunión. A discernir su voz y su inspiración, para dejarnos impulsar por Él.  Somos enviados, con un mensaje que es de perdón, de reconciliación y sanaci

"Proclamad el Evangelio a toda la creación" (Mc 16, 15-20)

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  La Fiesta de la Ascensión nos invita, por un lado, a contemplar a Cristo, exaltado a la derecha del Padre, manifestado, ya claramente, como Señor. Su camino de entrega y amor (ese itinerario que, como canta Flp 2, 5-11, ha sido de humildad, abajamiento) es camino de la verdadera plenitud. Y esta plenitud de vida es también para nosotros. Así, la carta a los Efesios pide que Dios " ilumine los ojos de vuestro corazón, para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos, y cuál la extraordinaria grandeza de su poder para nosotros " (Ef 1, 18-19). Esa contemplación de Cristo no es, sin embargo, un quedarse " plantados mirando al cielo " (Hch 1, 11), porque esperamos el retorno de Cristo, y esa esperanza es activa, comprometida en ir abriendo camino al Reino que esperamos (" la cintura ceñida y las lámparas encendidas... " Lc 12, 31-38). Jesús nos envía a ser sus testigos, a proclamar el Evan

"Permaneced en mi amor. Que os améis unos a otros" (Jn 15, 9-17)

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  El Evangelio que hoy escuchamos da continuidad al del Domingo pasado, que nos hablaba de permanecer en Cristo. La clave de esa permanencia y ese arraigo no es otra que el amor. Un amor que se encarna en la unión de la voluntad. Por eso Jesús habla de "guardar los mandamientos" (como Él mismo busca y realiza la voluntad del Padre). Y no se refiere a un conjunto de normas, prohibiciones y preceptos que " acatar ", sino que se centra en el amor. Amar como Jesús nos ha amado. Amar desde Jesús. Si es verdad que normalmente amamos como "hemos aprendido a amar" en la familia en que nacimos y crecimos (y después, en las relaciones que hemos ido tejiendo a lo largo de los años), ahora somos invitados a reconfigurar nuestra afectividad desde Cristo. La Eucaristía, memoria de la vida de Cristo, de su entrega hasta la muerte y su Resurrección, y la oración, como encuentro personal de amistad con Él, son cauces para acoger su amor en nuestras vidas, para que Él nos e

"Yo soy la vid, vosotros los sarmientos" (Jn 15, 1-8)

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  Pascua es tiempo de Vida Nueva, tiempo del Espíritu. En estos domingos, el Evangelio nos ayuda a profundizar en algunos aspectos de lo que significa esa vida, de cómo abrirnos al Espíritu.  Hoy, nos habla de dar fruto, que no sólo son obras o resultados visibles (eso depende de más aspectos, como las posibilidades, o la visibilidad), sino, fundamentalmente, la vida desde el amor.  Nos habla también de la poda. Si una cepa no se poda, pierde su fuerza multiplicando ramas y hojas. También nosotros podemos "irnos por las ramas", de diversas maneras, y es preciso ser conscientes de dónde es preciso cortar, ordenar nuestra vida. Y, en ocasiones, la vida y las circunstancias realizan en nosotros una poda dolorosa, que recorta proyectos, relaciones, ámbitos... Pero, unidos a la vid, podemos experimentar cómo su savia hace brotar de nuevo la vida en nosotros, y dar fruto.  Hoy, el Evangelio nos habla de permanecer. Que significa perseverar, y aún va más allá: enraizarnos en Jesús,