jueves, 6 de abril de 2023

"Haced esto en memoria mía" (1 Cor 11, 24; Jn 13,1-15)

 

Entramos en la celebración de la Pascua. Las lecturas de hoy nos hablan del sentido de la muerte y resurrección del Señor, que vamos a contemplar en estos días. Muerte (no lo olvidemos) que es consecuencia y culminación de su vida, y Resurrección que es fuente de Vida Nueva para nosotros. Conectan esta muerte y resurrección con la Pascua judía, que es memoria del paso salvador de Dios, que libera a su pueblo, y afianza su relación con él a través de un pacto, una alianza. En Pascua, de hecho, tuvo lugar la muerte y resurrección de Jesús. Sobre todo, es que la Pascua judía se convierte en anuncio de la de Jesús: su muerte y resurrección son el paso definitivo de Dios por nuestra historia, que nos libera y salva. 

Y por otro lado, conectan la Pascua con la Eucaristía que celebramos a diario; y que, cada día, remite nuestras vidas a la vida, muerte y resurrección de Jesús, y fortalece nuestra relación personal (alianza) con Él. Para que su salvación, su vida, vaya impregnando y transformando nuestra vida. 

El texto de la Carta a los Corintios que escuchamos hoy, es el relato más antiguo de la Última Cena de Jesús. Nos transmite el gesto de Jesús con el pan y el vino. Y Juan nos presenta otro gesto, el lavatorio, que nos ayuda a comprender el sentido de la muerte de Jesús, y también el sentido de la Iglesia, como comunidad que Jesús funda, y de la Eucaristía. Las primeras palabras del relato de Juan revisten de solemnidad este gesto: el lavatorio expresa el sentido de la vida y misión de Jesús (que, el domingo pasado, Pablo nos presentaba como un camino de entrega y humildad: por nosotros "se despojó de si mismo... hasta la muerte". Flp 2, 6-11), y revela el sentido de su muerte, que manifestará la gloria de Dios, su amor que está por encima de todo, y que ha de vencer a la muerte y al mal. 

Una solemnidad que contrasta con la humildad, con la escandalosa humillación del gesto que Jesús hace (un gesto de servicio relegado a los esclavos). Como será también escandalosa la humillación de su muerte en la cruz. El amor que Jesús enseña  no tiene límites, implica asumir lo que no entraría en un plan. Sólo el amor puede afrontar lo imprevisible, y la realidad humana, con sus limitaciones y heridas.

Juan nos dice que Jesús "se ciñe" para realizar este gesto, y vuelve a aludir después al paño que Jesús lleva ceñido. Lo que Jesús está haciendo no es casual. Jesús se ciñe, como el luchador para el combate, o como el pueblo para el Éxodo (en la primera lectura) para el camino de liberación que emprende. De hecho, Jesús se ciñe a la voluntad del Padre, a su amor a toda la humanidad, y afronta así su muerte ya próxima. Esa muerte, que iba a ser una injusticia, un abuso, un plan trazado por otros para eliminarlo, es algo que Jesús asume conscientemente, y lo convierte en entrega, y en vida. 

Juan subraya la iniciativa de Jesús. En el Éxodo se ceñía el pueblo, aquí es Jesús quien se ciñe. Donde cabía esperar que los discípulos sirvieran, es Jesús quien sirve. Aunque todos fallen (Pedro que, a pesar de sus promesas, negará a Jesús; Judas, que lo traicionará), Jesús lleva adelante su misión, y ante ese panorama desolador de traiciones y debilidades, manifiesta su amor hasta el extremo. El amor es más fuerte. El amor de Jesús es el fundamento firme de todo. 

Es preciso dejarse lavar por Él. Es preciso tener la humildad de reconocer su iniciativa, y acogerla. Tomar conciencia de este amor con el que Dios se pone a nuestros pies. En la medida en que llegamos a conocer este amor, a dejarnos rehacer por él, es él quien puede hacernos comprender, impulsarnos.

Y esto pasa por la comunidad. Comunidad que se ha de construir desde el amor y la humildad. Que vamos aprendiendo a construir día a día, al estilo de Jesús, haciendo el esfuerzo de servirnos unos a otros, y de dejarnos lavar unos por otros. 

Entramos en la Pascua. Para que Dios nos ayude a dar pasos, a entrar en la Vida Nueva que nos ofrece. 

Lecturas de hoy (www.domincos.org)

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