domingo, 12 de mayo de 2024

"Proclamad el Evangelio a toda la creación" (Mc 16, 15-20)

La fiesta de la Ascensión resalta la divinidad de Jesús, manifestada en su Resurrección. Y habla de la forma de estar Jesús ahora con nosotros, y de la forma de situarnos nosotros ante Él (más bien, “en Él”, como escuchamos los domingos anteriores) y en el mundo.

Los textos utilizan la expresión “ascender”, “ser llevado al cielo”, que no se refieren a un espacio físico, sino más bien al lugar que tiene en la historia, en el mundo, en nuestras vidas. Como dice la carta a los Efesios, Él está “por encima de todo principado, poder, fuerza y dominación, y por encima de todo nombre conocido, no sólo en este mundo, sino en el futuro”. Por encima de los poderes de nuestro mundo, por encima de las cosas que a veces nos llenan de temor, y por encima de las que nos fascinan, nos ofuscan y acaparan toda nuestra atención. La oración que  hoy escuchamos: “que el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo, e ilumine los ojos de vuestro corazón…”, “rima” con el “levantemos el corazón” que repetimos en la Eucaristía. Frente a la tendencia de nuestro mundo a recortar nuestros anhelos  y a achantar nuestra mirada y reducirla a intereses “a ras de suelo”, Pablo pide a Dios (y nos invita a pedir) “que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos, y cuál la extraordinaria grandeza de su poder para nosotros”.

Porque ese lugar de Jesús, a la derecha del Padre, no es lejano a nosotros. El ha enseñado que su gloria (la de aquél que “por nosotros se despojó de su rango, tomando la condición de siervo, …”, Flp 2, 6-11), se manifiesta en dar vida. De esa vida hablan los signos que “acompañarán a los que crean en Él”. Signos que, en su literalidad, vemos cumplidos en los Hechos de los Apóstoles (y también en la actualidad, hay testimonios de estas cosas). Y que, como signos, apuntan a otra realidad, de la que todos podemos hacer experiencia: vencer al mal y sanear situaciones, relaciones…, ampliar nuestra capacidad de comprensión y diálogo para llegar a otras sensibilidades, manejar situaciones peligrosas con buen resultado, superar situaciones tóxicas sin que nos envenenen, ser presencia sanadora… Jesús está a nuestro lado, infundiendo vida, y colaborando con nosotros. Y nos envía a colaborar con Él.

(Cabe apuntar un dato de estudio bíblico: el pasaje evangélico que hoy leemos no fue escrito por S. Marcos, sino añadido después. S. Marcos escribió el primer Evangelio como un relato conciso de Jesús, que se ciñe a su misión, muerte y resurrección, y no se detuvo a hablar ni de su nacimiento –resume su origen diciendo que es Hijo de Dios- ni de la expansión del Evangelio. Cuando los demás Evangelios comienzan a circular entre las comunidades, la Iglesia “completa” el final de este Evangelio con unas líneas, que resumen las apariciones de Jesús descritas por Lucas y Juan. Y hace esto, impulsada por el Espíritu -como autor verdadero del Evangelio-, porque comprende la importancia de incorporar esta dimensión: que Jesús nos envía).

 

 Nosotros, con los pies en la tierra y arraigados en Cristo, somos enviados a llevar su palabra y sus hechos, su persona, su amor salvador. Somos ahora sus testigos, los que lo hacemos presente, y para ello necesitamos ser guiados por la fuerza del Espíritu Santo. Y esa misión se extiende "a toda la creación", con la dimensión universal y también la ecológica que hoy podemos descubrir en estas palabras. 


Lecturas de hoy (www.dominicos.org)

domingo, 5 de mayo de 2024

"Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor" (Juan 15, 9-17)

 

Tras hablarnos de cómo se arraiga el sarmiento en la vid, el Evangelio nos invita a permanecer así en el amor de Jesús. Un amor que es como el que une a Jesús con el Padre: ese amor que lo ha sostenido en su misión, y en la entrega de su propia vida, que se expresa en esa plenitud de vida que Jesús transmite. Jesús, el Hijo, viene a compartir con nosotros el mismo amor que Él vive.

Toma conciencia de quién eres para Dios. No eres siervo, sino amigo. Amigo con quien Jesús comparte todo y por quien da la vida. Así te llama hoy Jesús. Y te invito a orar este Evangelio hoy así: pasando de los términos genéricos a los personales, al yo-tú que Jesús usa hoy.

Para ser exactos, Jesús dice Yo-vosotros. Lo que nos descubre la importancia de la comunidad, que no reduce la importancia y peculiaridad personal de cada uno, sino que nos ofrece el camino para ese ser “yo mismo” ante Dios. El laborioso camino del amor fraterno, como nos explica Juan en su carta, es el que nos conduce al “conocimiento” de Dios. Un conocimiento que no es meramente intelectual, es experiencia viva de ese amor, de esa relación de la que está hablando Jesús.    

En nuestra forma de hablar, “vosotros sois mis amigos si hacéis lo que os mando” podría sonar como una condición, una forma de coacción. Pero Juan nos aclara, en su carta, que “en esto consiste el amor; no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino el que él nos amó y nos envió a su Hijo”. Es Él quien ha tomado la iniciativa, nos ha elegido gratuitamente. Y Jesús ofrece incondicionalmente su amor (como el del Padre, que “hace salir su sol sobre buenos y malos, y manda la lluvia a justos e injustos” Mt 5, 45). Nuestro amor es respuesta agradecida. Y guardar su mandato, su enseñanza (que, como ya hemos visto es creer en Él y amar, 1 Jn 3, 23) es la forma de abrir nuestro corazón y nuestra vida a su amor, de arraigarnos en ese amor. De la misma manera que Jesús vive su unión con el Padre como comunión con su corazón, que le lleva a hacer su voluntad. (No sólo cumplir. Guardar, como “María guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón” Lc 2, 19.51).

De manera parecida “lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé” no es la expresión de un favoritismo (un “enchufe” para conseguir cualquier cosa), sino que tiene que ver con esa comunión que nos lleva a mirar el mundo con los ojos de Dios y así “saber pedir lo que nos conviene” (Romanos 8, 26), vivir en esa comunión de nuestra voluntad con la suya, en la que Él se inclina hacia nosotros, para escucharnos y responder con generosidad a los deseos auténticos de nuestro corazón.

Como discípulos, estamos en ese camino de “prender” en su amor, descubrir la plenitud que nos ofrece. “Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría llegue a plenitud”.

 “Con tan buen amigo presente, con tan buen capitán, que se puso en lo primero en el padecer, todo se puede sufrir; es ayuda y da esfuerzo; nunca falta; es amigo verdadero. Y veo yo claro ‑y he visto después‑ que para contentar a Dios y que nos haga grandes mercedes, quiere sea por manos de esta Humanidad Sacratísima, en quien dijo Su Majestad se deleita (Mt 3,17). Muchas veces lo he visto por experiencia; me lo ha dicho el Señor. He visto que por esta puerta hemos de entrar si queremos nos muestre la soberana Majestad grandes secretos.
 Así que vuestra merced, señor, no quiera otro camino, aunque esté en la cumbre de la contemplación. Por aquí va seguro. Este Señor nuestro es por quien nos vienen todos los bienes; El lo enseñará. Mirando su vida, es el mejor modelo. ¿Qué más queremos de un tan buen amigo al lado, que no nos dejará en los trabajos y tribulaciones, como hacen los del mundo? Bienaventurado quien de verdad le amare y siempre le trajere junto a sí”.

Teresa de Jesús, Vida, 22, 6-7


Lecturas de hoy (www.ciudadredonda.org)


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