domingo, 22 de mayo de 2022

"Haremos morada en él"


El evangelio que hoy escuchamos, lleno de riqueza, nos prepara para las fiestas de la Ascensión y Pentecostés, que, a su vez, nos remiten a la Pascua. Jesús, en la Última Cena, se despide de los discípulos, antes de volver al Padre que lo envió. Pronto dejará de estar con ellos como estaba antes. Y nos anuncia una nueva forma de presencia. 

Antes, el templo era el lugar, por excelencia, de la presencia de Dios, su morada. Ahora, nosotros, seguidores de Jesús (y unidos a Él por el bautismo) somos su templo, lugar donde Dios tiene su morada, donde resuena su Palabra, donde otros puedan encontrarse con Él. Encontramos a Dios en nuestro interior, donde habita la Trinidad (el Evangelio va hablando del propio Cristo, del Padre, del Espíritu), como fuente de paz, de gozo, de sabiduría, de valor, de amor... Esto no significa, por otra parte, un intimismo desconectado del mundo ni de las enseñanzas concretas de Jesús. La presencia de Dios en nuestro interior está vinculada al amor a Jesús, que se manifiesta en el hecho de guardar sus palabras: de llevarlas en el corazón e intentar hacerlas realidad en la vida. Y el Espíritu nos va enseñando y recordando (literalmente, "haciendo pasar por el corazón") las palabras y gestos de Jesús, para que podamos comprenderlas, podamos experimentar su fuerza sanadora, regeneradora. 

Nos invita Jesús a tener ánimo: "que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde". Y nos ofrece su paz. Una paz que no es como las del mundo (ni la tranquilidad de quien se desentiende de otros, ni la seguridad del poderoso y el vencedor...), una paz nueva, la suya. que brota desde dentro como fuerza ante la adversidad, como experiencia de su amor en medio de lo cotidiano, como armonía que abraza y da vida a nuestra fragilidad, como descanso en nuestro esfuerzo... ¿Qué experiencia tienes de esta paz?

Hablan también, el Evangelio y las dos lecturas, de una Iglesia profundamente arraigada en Cristo, iluminada por Él, que vive su presencia ("es su santuario el Dios todopoderoso y el Cordero"), y abierta a los cuatro vientos, universal, irradiando esa gloria de Dios que es vida para todos, que es su amor manifestado en Cristo. 

Y encontramos también una sutil referencia a María. Ella, la que guardaba en el corazón las palabras de Jesús (dos veces cuenta Lucas cómo guardaba "todas estas cosas": Lc 2, 19.51) nos ayuda también a nosotros a hacerlo. Al lado de ella, nos podemos preguntar cómo guardar la palabra de Jesús, cómo acoger y cultivar su paz, cómo abrir nuestra vida a su Espíritu.



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