sábado, 14 de mayo de 2022

"Como yo os he amado, amaos también entre vosotros" (Jn 13, 31-33a.34-35)

 

El Evangelio que hoy escuchamos se "enmarca" entre la traición de Judas (aludida al principio del pasaje) y las negaciones de Pedro (anunciadas en los versículos siguientes). En ese marco que parecería invitar al lamento y la decepción, Jesús habla de glorificación y de amor. Y es que la gloria de Dios se manifiesta en su amor, ese amor que se sobrepone a la traición y la debilidad, que no duda en entregar la vida por nosotros, y que nos trae la salvación. Ésta es la gloria auténtica, la realización plena: el amor. 

Jesús, sabiendo que le queda poco tiempo, lega a sus discípulos (a nosotros) lo más importante de su vida, el amor. Y nos encomienda vivirlo. Éste es el nuevo mandamiento, la nueva Ley, la Palabra de Vida. Que será nuevo siempre, porque necesita renovarse ante cada persona, en cada situación. 

Este amor es lo esencial de la comunidad. Desde ahí podemos leer el relato de los Hechos de los Apóstoles, que hoy narra la misión de Pablo y Bernabé, enviados por la Iglesia de Antioquía, construyendo comunidades y animándonos a perseverar en la fe. Y la profecía del Apocalipsis, que anuncia el futuro de esa Iglesia (la nueva Jerusalén), en medio de un cielo y una tierra nuevos, llenos de la presencia de Dios, que libera del abismo, el mal y el dolor. Aquel que es capaz de hacerlo todo nuevo, es el mismo que ha encomendado el mandamiento renovador del amor. 

Amar como Jesús. Ésta es nuestra identidad, una bandera que no divide, sino que crea unidad, una señal siempre llena de significado, porque implica toda la vida. 

Amar como Jesús. Que sólo puede hacerse posible amando desde Jesús, unidos a Él, como el discípulo al Maestro, el sarmiento a la vid, como el cauce del río al manantial. 

"Cuando Jesús dio a sus apóstoles un mandamiento nuevo -su mandamiento, como lo llama más adelante-, ya no habla de amar al prójimo como a uno mismo, sino de amarle como él, Jesús, le amó y como le amará hasta la consumación de los siglos...
Yo sé, Señor, que tú no mandas nada imposible. Tú conoces mejor que yo mi debilidad, mi imperfección. Tú sabes bien que yo nunca podría amar a mis hermanas como tú las amas, si tú mismo, Jesús mío, no las amaras también en mí. Y porque querías concederme esta gracia, por eso diste un mandamiento nuevo...
¡Y cómo amo este mandamiento, pues me da la certeza de que tu voluntad es amar tú en mí a todos los que me mandas amar...!
Sí, lo se: cuando soy caritativa, es únicamente Jesús quien actúa en mí. Cuanto más unida estoy a él, más amo a todas mis hermanas
"
(Sta. Teresa de Lisieux, Historia de un alma, Ms. C, 12 vº)



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