sábado, 28 de mayo de 2022

"Seréis mis testigos" (Hch 1, 8; Lc 25, 46-53)


Celebramos hoy un aspecto de la Pascua, que va unido a la Resurrección de Cristo: lo contemplamos en el "cielo", "a la derecha" del Padre. Esos términos simbólicos (cielo, ascender, la derecha del Padre),  hacen referencia a la manifestación de Cristo como Señor, como Hijo de Dios, con todo su poder y fuerza salvadora. 

Por otra parte, al narrar la Ascensión, Lucas nos introduce en el tiempo de la Iglesia: Jesús ya no está físicamente presente en la tierra. Ahora nos toca a nosotros, sus discípulos, continuar su misión, hacer presente su Evangelio con nuestras palabras y nuestras obras: ser sus testigos. Y este término, testigos, significa, a la vez, que Él sigue siendo el centro, y Él sigue siendo quien actúa de forma más importante, con la fuerza de su Espíritu que nos impulsa y guía. Ello nos compromete a ponerlo todo de nuestra parte, y a hacerlo con la sencillez de quien sabe que todo depende de Él, y la atención para dejarnos guiar por su Espíritu. 

S. Pablo nos recuerda, en la Carta a los Efesios (Ef 4, 10-15) (y también en Flp 2, 5-11) que "el que bajó es el mismo que subió por encima de todos los cielos, para llenarlo todo": el Cristo glorificado que hoy contemplamos es el mismo Jesús que ha recorrido el camino de la Encarnación y de la Cruz. Su señorío y gloria pasa por la entrega, el compartir, el dar vida. Y  "El mismo do a unos el ser apóstoles; a otros profetas; a otros evangelizadores..." Él reparte sus diferentes dones para que nosotros participemos de esa vida y misión. Una vida que alcanza a todos. Ese cielo al que Jesús asciende es también la entraña de la historia, en la que Dios está siempre presente, con ese estilo que Jesús ha mostrado: abriendo caminos de vida, humildes pero fecundos, a través del compartir, de la entrega... Y es también, como recuerdan los místicos (Teresa de Jesús, Isabel de la Trinidad...) el corazón humano. La Ascensión nos llama a no quedarnos "plantados mirando al cielo", sino aprender a descubrir su presencia en todo, para dejarnos conducir por El. Sabiendo que su bendición nos acompaña.

Podemos orar, con el pasaje de la Carta a los Efesios que hoy escuchaos, pidiendo a Dios esa sabiduría para conocerlo, para comprender la esperanza "a la que os llama, la riqueza de gloria... la extraordinaria grandeza de su poder en favor de nosotros, los creyentes".

"Considerar nuestra alma como un castillo todo de un diamante o muy claro cristal adonde hay muchos aposentos así como en el cielo hay muchas moradas; que si bien lo consideramos, hermanas, no es ora cosa el alma del justo sino un paraíso adonde dice él tiene sus deleites". (Pr 8, 31).
(Sta. Teresa de Jesús, El Castillo Interior, I,1.1).



domingo, 22 de mayo de 2022

"Haremos morada en él"


El evangelio que hoy escuchamos, lleno de riqueza, nos prepara para las fiestas de la Ascensión y Pentecostés, que, a su vez, nos remiten a la Pascua. Jesús, en la Última Cena, se despide de los discípulos, antes de volver al Padre que lo envió. Pronto dejará de estar con ellos como estaba antes. Y nos anuncia una nueva forma de presencia. 

Antes, el templo era el lugar, por excelencia, de la presencia de Dios, su morada. Ahora, nosotros, seguidores de Jesús (y unidos a Él por el bautismo) somos su templo, lugar donde Dios tiene su morada, donde resuena su Palabra, donde otros puedan encontrarse con Él. Encontramos a Dios en nuestro interior, donde habita la Trinidad (el Evangelio va hablando del propio Cristo, del Padre, del Espíritu), como fuente de paz, de gozo, de sabiduría, de valor, de amor... Esto no significa, por otra parte, un intimismo desconectado del mundo ni de las enseñanzas concretas de Jesús. La presencia de Dios en nuestro interior está vinculada al amor a Jesús, que se manifiesta en el hecho de guardar sus palabras: de llevarlas en el corazón e intentar hacerlas realidad en la vida. Y el Espíritu nos va enseñando y recordando (literalmente, "haciendo pasar por el corazón") las palabras y gestos de Jesús, para que podamos comprenderlas, podamos experimentar su fuerza sanadora, regeneradora. 

Nos invita Jesús a tener ánimo: "que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde". Y nos ofrece su paz. Una paz que no es como las del mundo (ni la tranquilidad de quien se desentiende de otros, ni la seguridad del poderoso y el vencedor...), una paz nueva, la suya. que brota desde dentro como fuerza ante la adversidad, como experiencia de su amor en medio de lo cotidiano, como armonía que abraza y da vida a nuestra fragilidad, como descanso en nuestro esfuerzo... ¿Qué experiencia tienes de esta paz?

Hablan también, el Evangelio y las dos lecturas, de una Iglesia profundamente arraigada en Cristo, iluminada por Él, que vive su presencia ("es su santuario el Dios todopoderoso y el Cordero"), y abierta a los cuatro vientos, universal, irradiando esa gloria de Dios que es vida para todos, que es su amor manifestado en Cristo. 

Y encontramos también una sutil referencia a María. Ella, la que guardaba en el corazón las palabras de Jesús (dos veces cuenta Lucas cómo guardaba "todas estas cosas": Lc 2, 19.51) nos ayuda también a nosotros a hacerlo. Al lado de ella, nos podemos preguntar cómo guardar la palabra de Jesús, cómo acoger y cultivar su paz, cómo abrir nuestra vida a su Espíritu.



sábado, 14 de mayo de 2022

"Como yo os he amado, amaos también entre vosotros" (Jn 13, 31-33a.34-35)

 

El Evangelio que hoy escuchamos se "enmarca" entre la traición de Judas (aludida al principio del pasaje) y las negaciones de Pedro (anunciadas en los versículos siguientes). En ese marco que parecería invitar al lamento y la decepción, Jesús habla de glorificación y de amor. Y es que la gloria de Dios se manifiesta en su amor, ese amor que se sobrepone a la traición y la debilidad, que no duda en entregar la vida por nosotros, y que nos trae la salvación. Ésta es la gloria auténtica, la realización plena: el amor. 

Jesús, sabiendo que le queda poco tiempo, lega a sus discípulos (a nosotros) lo más importante de su vida, el amor. Y nos encomienda vivirlo. Éste es el nuevo mandamiento, la nueva Ley, la Palabra de Vida. Que será nuevo siempre, porque necesita renovarse ante cada persona, en cada situación. 

Este amor es lo esencial de la comunidad. Desde ahí podemos leer el relato de los Hechos de los Apóstoles, que hoy narra la misión de Pablo y Bernabé, enviados por la Iglesia de Antioquía, construyendo comunidades y animándonos a perseverar en la fe. Y la profecía del Apocalipsis, que anuncia el futuro de esa Iglesia (la nueva Jerusalén), en medio de un cielo y una tierra nuevos, llenos de la presencia de Dios, que libera del abismo, el mal y el dolor. Aquel que es capaz de hacerlo todo nuevo, es el mismo que ha encomendado el mandamiento renovador del amor. 

Amar como Jesús. Ésta es nuestra identidad, una bandera que no divide, sino que crea unidad, una señal siempre llena de significado, porque implica toda la vida. 

Amar como Jesús. Que sólo puede hacerse posible amando desde Jesús, unidos a Él, como el discípulo al Maestro, el sarmiento a la vid, como el cauce del río al manantial. 

"Cuando Jesús dio a sus apóstoles un mandamiento nuevo -su mandamiento, como lo llama más adelante-, ya no habla de amar al prójimo como a uno mismo, sino de amarle como él, Jesús, le amó y como le amará hasta la consumación de los siglos...
Yo sé, Señor, que tú no mandas nada imposible. Tú conoces mejor que yo mi debilidad, mi imperfección. Tú sabes bien que yo nunca podría amar a mis hermanas como tú las amas, si tú mismo, Jesús mío, no las amaras también en mí. Y porque querías concederme esta gracia, por eso diste un mandamiento nuevo...
¡Y cómo amo este mandamiento, pues me da la certeza de que tu voluntad es amar tú en mí a todos los que me mandas amar...!
Sí, lo se: cuando soy caritativa, es únicamente Jesús quien actúa en mí. Cuanto más unida estoy a él, más amo a todas mis hermanas
"
(Sta. Teresa de Lisieux, Historia de un alma, Ms. C, 12 vº)



domingo, 8 de mayo de 2022

"Escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen" (Jn 10, 27-30)


El Evangelio de hoy recoge, concisamente, nuestra relación con Jesús: "mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna". 

Vale la pena meditar cada una de esas palabras, preguntarnos por cómo vivimos cada una de estas realidades. Cómo escuchamos la voz de Jesús en medio de los ruidos y voces del mundo (que tienden a tapar su voz, a distraer, a aturdir...). Cómo nos conoce (y este conocer es amoroso: decía Saint-Exupéry que "sólo se ve bien con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos". Y San Juan de la Cruz dice que "el mirar de Dios es amar". Cómo le seguimos (o nos cuesta, a veces, hacerlo...). Cómo Él nos va dando vida eterna, no sólo después de esta vida, sino ya como una profundidad mayor de esa vida...

Las lecturas que hoy acompañan al Evangelio nos ofrecen perspectiva para leerlo. El Apocalipsis habla de los que vienen "de la gran tribulación", de aquéllos que han conocido la persecución. Han vivido la fidelidad a Jesús en medio de la dificultad, el sufrimiento, y así "han lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero", en su vida. Conocen hasta dónde puede llegar la confianza en este pastor es también el cordero que se entregó por nosotros en la Pascua, aquél cuya confianza no defrauda. 

En la lectura de los Hechos de los Apóstoles vemos cómo el anuncio del Evangelio rompe con los límites del mundo judío para abrirse al mundo entero. La resolución que contemplamos en Pablo lleva dentro, sin embargo, un desgarro y una perplejidad que el mismo Pablo compartirá, años más tarde, en la carta a los Romanos: "siento una gran tristeza y un dolor incesante en el corazón.. por mis hermanos, los de mi raza, según la carne..." (Rom 9, 1-5), reflexionando sobre el rechazo de Cristo por los judíos, que ha sido ocasión para que el Evangelio llegue al mundo. Vemos a Pablo seguir a Jesús por caminos que para él resultan desconcertantes, pero que serán de vida. 

El Evangelio de hoy termina con palabras que nos llaman a la confianza. "Nadie las arrebatará de mi mano". En momentos de dificultad, de inseguridad o de incertidumbre es bueno recordar estas palabras, saber que no nos caeremos de su mano, que El siempre nos alcanza. 


Lecturas de hoy (www.ciudadredonda.org)

domingo, 1 de mayo de 2022

"Sígueme" (Jn 21, 1-19)


El Evangelio cuenta el tercer encuentro de Jesús resucitado con los discípulos (Jn 21, 14). La narración está llena de alusiones a otros pasajes del Evangelio (la pesca milagrosa en que Jesús llamó a Pedro, la larga  noche del juicio y las negaciones...) y de referencias a la vida de la comunidad cristiana, que nos alcanzan a nosotros. Juan nos invita a embarcarnos con él (Jn 21, 3) en un relato, que es el de una comunidad que, desde sus pobrezas y sus noches, amanece al encuentro con el Señor. 

Al leer el relato con atención (dejándonos interpelar) podremos, tal vez, reconocernos en esos discípulos que conocen la experiencia de jornadas de trabajo sin fruto, de noches de vacío, en la que Dios parece estar ausente, o parece que hemos perdido su rastro, y no se percibe su recuerdo vivo (llama la atención, en los primeros versos, esa "vuelta a la vida cotidiana" de los discípulos, como si nada hubiera pasado, como si nada hubiera cambiado en sus vidas). Y comprender así que es con Él que llega el amanecer, y el trabajo, perseverante, se llena de frutos, y la Iglesia se hace red capaz de acoger y salvar a muchos, sin romperse. 

Una vez más, destacan Pedro y "el discípulo que Jesús quería" (Jn 21,7). Omite su nombre, tal vez para subrayar la experiencia de amor y de identificación con Jesús, lo que él quiere en sus discípulos. Es el discípulo capaz de reconocer al Señor, de intuir su presencia, y compartirla. Pedro, por su parte, sabe que está desnudo (Ap 3, 17. Como Adán tras la caída. Gn 3,7). Pero, en vez de esconderse, se dirige a Jesús. Ya no pretende andar sobre las aguas (Mt 14, 22), sino que se ata la túnica (como Jesús se ciñó para lavar los pies de los discípulos Jn 13,4) y se lanza al agua, y después trae la red a la orilla. 

Una vez más, el encuentro es comida con el Señor, Eucaristía en la que Él hace sentir su presencia y enseña. Y reconcilia. El diálogo último, de Jesús con Pedro, baja hasta las heridas que dejaron las tres negaciones, para sanarlas, para renovar la llamada al seguimiento y el encargo de la comunidad. Jesús invita a un amor total (agapaô); Pedro responde con un sí consciente de que su amor es mucho más pobre (phileô, es la palabra que usa aquí el evangelio). Y Jesús baja hasta su nivel, y por otra parte, le indica el camino del amor: la entrega del Buen Pastor a la comunidad, que es cuidar y apacentar. Y le anuncia que ese amor llegará a ser capacidad de dar la vida. 

La última palabra de hoy, la última que pronuncia Jesús en el Evangelio, es "Sígueme" (Jn 21,19).


Lecturas de hoy (www.ciudadredonda.org)

 Terminábamos el tiempo de Navidad con la manifestación de Jesús como Hijo de Dios en su Epifanía y en el Bautismo. Hoy contemplamos “ el pr...