sábado, 1 de enero de 2022

"Envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer" (Gal 4, 4-7; Lc 2, 16-21). Santa María, Madre de Dios

Ocho días después de la Navidad, comenzamos un año nuevo, y lo hacemos de la mano de María. El título con el que la invocamos hoy, Madre de Dios, se afirma en el Concilio de Éfeso (año 431) y apunta, en primer lugar, a la radicalidad de la Encarnación del Hijo de Dios: en Jesús están indisolublemente unidas la realidad divina y la humana, y por eso María, su madre, se hace Madre de Dios. Es lo que dice San Pablo en la carta a los Gálatas: "envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer..." (Gal 4,4). Dios asume nuestra carne, se somete a las leyes de nuestro mundo. Y lo hace para hacernos a nosotros hijos de Dios, abriendo nuestra realidad a una dimensión nueva de libertad y de plenitud. Vivir esto pasa por reconocer en nuestro interior y acoger el Espíritu que Él "ha enviado a nuestros corazones" y que nos mueve a orar con las mismas actitudes de Jesús, con la misma confianza y disponibilidad... "Abbá, Padre" (Gal 4, 6).

Celebrar a María como Madre de Dios nos habla también de la colaboración humana en esta obra de Dios. Porque Dios se hace pequeño y pobre, como lo ven los pastores en Belén (acostado en un comedero de animales adaptado como cuna; Lc 2, 16). Dios ha elegido necesitar de nuestra ayuda. La escena del Evangelio que contemplamos subraya subraya los aspectos maternos de la ternura, el cuidado... tan necesarios hoy. Y añade una nota contemplativa: la actitud de María, que "guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón" (Lc 2, 19; y de nuevo se repite en Lc 2, 51). Somos invitados a recoger esas actitudes. 

Comenzamos un nuevo año, celebrando, a la vez, la Jornada Mundial de la Paz, que nos recuerda la necesidad que tiene nuestro mundo (y cada uno de nosotros) de construirla. ¿Qué nos depararán los próximos días y meses? Muchos acontecimientos no dependen de nosotros, y no podemos predecir cómo serán. Pero sabemos que nos acompaña Dios, que ha asumido entrañablemente nuestra realidad. De la mano de María, somos invitados a contemplarlo, a hacerle sitio en nuestro corazón (y para ello, dedicarle un tiempo...), a abrirnos a su Espíritu, que nos mueve a la confianza, para colaborar con Él. Que, de este modo, sea un año de crecer en la alegría y la paz que Dios nos ofrece. 

"Y son esposos, hermanos y madres de nuestro Señor Jesucristo (cf. Mt 12,50). (…).  Somos madres, cuando lo llevamos en nuestro corazón y en nuestro cuerpo (cf. 1 Cor 6,20), por el amor y por una conciencia pura y sincera; y lo damos a luz por medio de obras santas, que deben iluminar a los otros como ejemplo (Mt 5,16)".
                       (San Francisco de Asís. Carta a los fieles)

 


Lecturas de hoy (www.ciudadredonda.org)

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