Magdalena, que madrugó para buscarlo cuando aún estaba oscuro, nos despierta para ponernos en camino. Él ya se nos ha adelantado. No está donde lo habíamos dejado, y nada puede reternerlo: ni las ataduras de la muerte, ni los poderes que pretenden dominar el mundo, ni tampoco nuestras ideas preconcebidas sobre lo que Él puede hacer en nosotros.
En la mañana de Resurrección, amanecer de todos nuestros días, su tumba vacía nos invita a creer. Y a poner ante Él todo cuanto en nosotros se fue apagando o está languideciendo, para que su luz nos saque de nuestros sepulcros y nos llene de vida.
Él va delante de nosotros, a Galilea, la tierra de lo cotidiano. Allí lo encontraremos. Y, como aquellos discípulos de la primera hora, nos costará reconocerlo, pero su palabra encenderá nuestro corazón y su presencia iluminará nuestro camino, sanando nuestras heridas, renovando nuestro ser. Él ha resucitado y nos transmite una Vida Nueva, capaz de hacer florecer y madurar todo lo que hay en nosotros. Somos testigos de su Resurrección. Somos llamados a experimentar su Vida.
"Miradle
resucitado; que sólo imaginar cómo salió del sepulcro os alegrará. Mas ¡con qué
claridad, y con qué hermosura! ¡Con qué majestad, qué victorioso, qué alegre!
Como quien tan bien salió de la batalla adonde ha ganado un tan gran reino, que
todo le quiere para vos, y a Sí con él."
(Santa Teresa de Jesús, Camino de Perfección, 26,4)
Lecturas de hoy (www.vaticannews.va)
No hay comentarios:
Publicar un comentario