sábado, 29 de enero de 2022

"El amor no pasa nunca" (1 Cor 13,8; Lc 4, 21-30)

 


La presentación de Jesús en Nazaret, que comenzamos a contemplar el domingo anterior (L 4, 16-22) acaba en conflicto. Es el conflicto que acompañará toda la vida de Jesús, hasta llevarlo a la Cruz: la radicalidad con la que Jesús anuncia el amor del Padre, sin dejarlo manipular por exclusivismos, hace que, en la mayoría el entusiasmo inicial de por Jesús se vuelva rechazo y, finalmente, deseo de eliminarlo. 

Las primeras frases del Evangelio de hoy (de difícil traducción: no está claro si expresan aprobación y admiración, o una atención llena de extrañeza, cercana al escándalo) transmiten la reacción de los paisanos de Jesús ante su anuncio de sanación, libertad y gracia, y que va desde la atención inicial al escándalo. Es que Jesús ha cortado el pasaje que estaba leyendo de Isaías, que, anunciaba "el año de gracia del Señor... y el día de venganza de nuestro Dios" (Is 61, 1-2). Al cortar el verso que habla de la venganza de Dios, Jesús contraviene el mandato del Deuteronomio, de añadir o quitar nada de la Palabra (Dt 4,2) y, sobre todo, se opone a las expectativas del pueblo, que esperaba un Mesías que liberara a Israel de la opresión romana y lo pusiera a la cabeza de las naciones. De ahí la pregunta "¿No es éste el hijo de José...?", que refleja la expectativa de que Jesús se mantenga fiel a sus raíces, a su tradición y las esperanzas e intereses del pueblo en que se crió. Jesús capta esta postura de sus paisanos ("médico, cúrate a ti mismo; haz también aquí...") y la confronta, recordándoles episodios del Antiguo Testamento que anuncian la universalidad de la gracia de Dios. Pero con ello se hace más claro el rechazo a su anuncio. Aquel "¿No es éste el hijo de José?" tiene también el sentido de "¿quién es éste para reinterpretar la Palabra de Dios?" que encontraremos en otros momentos en que Jesús muestra radicalmente la misericordia del Padre, como cuando perdona pecados. Consecuentemente, intentan matarlo por blasfemo. Llama la atención, por otra parte, que cuando Jesús reivindica su autoridad como Hijo de Dios, es para defender la radicalidad de la misericordia de Dios, que no se ciñe a los intereses de un pueblo o un grupo, sino que "hace salir el sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos" (Mt 5, 46).

El asunto no pierde actualidad. Émile Durkheim, el sociólogo, y otros críticos de la religión, han denunciado la tendencia que tenemos, todas las personas religiosas, a pensar a Dios como un aliado nuestro y enemigo de nuestros enemigos. Por eso las religiones tienen la recurrente tentación de aliarse con nacionalismos y otros movimientos de autoafirmación, de sentirse superiores... Y  en esto, conviene que mantengamos siempre alerta un sentido autocrítico, pues es más fácil ver estas tendencias en los otros que en nosotros mismos. Pero el verdadero Dios, el que Jesús, nos revela ("a Dios nadie lo ha visto jamás. El Hijo único, que está en el seno del Padre es quien lo ha dado a conocer" Jn 1, 19) es amor incondicional e universal, que nos llama a convertirnos. 

La primera lectura, de Jeremías (Jr 1,4-5. 17-19) nos prepara hoy para contemplar la firmeza con que Jesús afronta el conflicto, en fidelidad al Padre. La carta a los Corintios (1 Cor 13) nos invita a profundizar en el sentido de ese amor que Jesús anuncia. Amor, por cierto, que tampoco coincide siempre con lo que nosotros pensamos (la carta habla poco de la retórica sentimental con que hoy se suele hablar del amor). Amor que se traduce, para Pablo, en actitudes que vamos aprendiendo a cultivar. Y que, a diferencia de muchas otras cosas (por brillantes que sean) no pasa: es el que nos introduce en Dios, nos lleva al verdadero sentido de la vida, es lo definitivo. 

Tiene algo de inquietante la escena final del Evangelio de hoy: Jesús se abre paso entre sus paisanos, que quieren matarlo, y se va alejando de ellos. ¿Seré capaz de abrirme paso entre aquello que me impide creer, perdonar, ser paciente... para seguirlo a Él, para no dejar que se aleje de mi vida?


Lecturas de hoy (www.dominicos)

sábado, 22 de enero de 2022

"Hoy se cumple esta Escritura" (Lc 1, 1-4; 4, 14-21)


Celebramos el Domingo de la Palabra de Dios, que nos invita a tomar conciencia de la importancia de la Escritura para la vida del cristiano. Decía S. Jerónimo que "desconocer las Escrituras es desconocer a Cristo". Por otra parte, dentro de la Semana de Oración por a Unidad de los Cristianos en que estamos, tomamos conciencia de que la Palabra de Dios es patrimonio común a todos los seguidores de Jesús, luz que nos nos guía y también nos puede conducir a la unidad. 

Hoy escuchamos dos pasajes diferentes del Evangelio, que tienen en común su sentido" programático". En primer lugar, el prólogo de Lucas, que resume la historia de la redacción de los Evangelios: Lucas (como también Mateo, Marcos y Juan) recoge lo que han relatado los primeros testigos de Jesús ("hechos que se han verificado": hay aquí ya una referencia a la Palabra de Dios que son hechos, y a la Verdad, al cumplimiento de las promesas) y compone un relato ordenado de ellos (con un orden no cronológico, sino orientado a descubrirnos la personalidad de Jesús. Para que conozcamos la solidez de la enseñanza que hemos recibido: una  firmeza que, en definitiva, es Cristo mismo, la experiencia del encuentro con Él. Y es que los Evangelios no son meros relatos informativos, sino puentes para que vivamos un encuentro personal  con el Señor.

A continuación, contemplamos cómo comienza Jesús su misión en Galilea (al volver del desierto), y en Nazaret presenta el sentido de esa misión, llena del Espíritu de Dios (que ya habíamos visto en el bautismo de Jesús) y que es Buena Noticia de sanación, de liberación, de gracia. Una misión que cumple lo anunciado por los profetas, y a la vez le da una nueva dimensión: en este caso, Jesús prescinde del último verso de la profecía de Isaías que lee (Is 61, 1-2), que hablaba de "la venganza de Dios". Ese corte, que escandaliza a sus paisanos (como veremos el próximo domingo) nos muestra ya a Jesús como aquél que reinterpreta y da sentido definitivo a toda la Escritura, pues Él es su centro, es la Palabra definitiva de Dios.

El comentario de Jesús condensa todo un universo de significado en una palabra: hoy.

Hoy se cumple esta Palabra. No sólo en aquella jornada de Nazaret, sino hoy. En el aquí y ahora de tu vida. La Palabra de Dios es viva y actual, y hoy es Buena Noticia para ti. Hoy viene a abrirte los ojos, a darte la libertad de hijo de Dios y liberarte de opresiones y cautividades, para anunciarte lo que hoy significa, en tu vida, el amor gratuito de Dios. Y ser seguidor de Cristo es, con la sencillez y apertura de un pobre, acoger esa Palabra en la realidad actual y cotidiana, para dejarnos iluminar por ella. 

Para terminar con una nota práctica: actualmente hay páginas web y aplicaciones que ayudan a orar con el Evangelio de cada día, y profundizar en su sentido. Entre ellas, podemos citar Rezando voy y Evangelio orado


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sábado, 15 de enero de 2022

"Haced lo que él os diga" (Jn 2, 1-11)


En el Evangelio de san Juan, el primero de los siete signos de salvación que Jesús realiza, acontece en una boda. La fiesta de bodas es una de las imágenes preferidas de Jesús para hablar del Reino de Dios: la presencia y la acción de Dios tiene que ver con el amor que une para siempre, con la alegría, con la sobreabundancia... Por eso el matrimonio es sacramento: signo y cauce del amor de Dios para nosotros.

Por otro lado, este primer signo de Jesús empieza a anunciar la Pascua, con varias alusiones: la hora de Jesús, que manifiesta su gloria, la presencia de María y la forma como Jesús la llama ("mujer", cfr Jn 19, 26), y la alusión temporal "tres días después" (Jn 2,1, aunque se ha cortado en el pasaje que escuchamos). Este episodio es como el arranque y la presentación (en clave simbólica) de lo que será la misión de Jesús. 

Esta lectura simbólica nos ayuda también a comprender el significado del signo: los preceptos rituales de la vieja ley (las tinajas destinadas a las purificaciones de los judíos), que se habían quedado vacíos, dan paso al vino bueno que Dios ha guardado hasta el momento de Jesús. Y ésta es una señal que nos interpela: a nosotros ¿puede habérsenos "aguado" nuestra forma de vivir la fe y el seguimiento de Jesús? ¿En nuestra vivencia religiosa, en nuestra vida, ¿se nos acaba el vino (el sabor, la alegría compartida...)?

La intervención de María ofrece claves fundamentales. Es toda una enseñanza sobre la oración de petición y de intercesión: María se acerca a Jesús con confianza (a pesar de la chocante respuesta de Jesús, sabe que la ha escuchado), presenta la necesidad (sin decirle lo que tiene que hacer) y pone en marcha actitudes de compromiso, de colaboración con la acción de Dios. El esfuerzo, aparentemente sin sentido, de los servidores (¿para qué serviría acarrear 600 litros de agua donde falta el vino?) hace posible el milagro. Éste puede ser el mensaje central de hoy: Jesús transforma la realidad de quien sigue el consejo de María: "haced lo que él os diga" (Jn 2, 5). 

Las otras dos lecturas de hoy (Is 62 1-5 y 1 Cor 12, 4-11) enriquecen con matices nuevos la contemplación de este pasaje evangélico, hablándonos del amor de Dios que renueva todo, de la alegría por ese amor, que lleva a trabajar incansablemente por anunciarlo, de la acción del Espíritu que nos enriquece, con sus dones, para esta labor. 

A la vez, las palabras sobre el Espíritu que reparte dones diferentes con un fin de unidad, introducen la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, que estamos a punto de comenzar. Todos los que creemos en Jesús (católicos, ortodoxos, anglicanos, protestantes...) somos invitados a unirnos en la oración, para pedir al Espíritu Santo que nos reconcilie y nos conduzca hacia la unidad que Jesús pidió para nosotros (Jn 17, 20-23), y que es necesaria para que el mundo crea. 


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domingo, 9 de enero de 2022

"Tú eres mi Hijo, el amado" (Lc 3, 15-16. 21-22)

 

Con la fiesta del Bautismo de Jesús terminamos el tiempo de la Navidad, para entrar en el de los domingos comunes del año. En el Bautismo, Jesús, ya adulto, se manifiesta como el Hijo amado de Dios, a quien vamos a escuchar y seguir a lo largo del año. 

A la vez, este momento es como el paso del Antiguo al Nuevo Testamento. Juan el Bautista afirma que su bautismo es anuncio de aquél que trae el Bautismo radical, "con Espíritu Santo y fuego" (Lc 3, 16). Los versículos 18-20 (que se omiten en el Evangelio que hoy escuchamos) hablan del encarcelamiento de Juan, con el que termina su misión, dando paso a la de Jesús. 

Y, efectivamente, en el bautismo de Jesús se manifiesta, sobre Él, el Espíritu Santo que acompañará toda su obra, y el Padre lo proclama su Hijo amado. 

A la vez, se empieza a dejar ver la novedad que Cristo trae (frente al estilo de justicia rigurosa que Juan anunciaba). En primer lugar, se une al pueblo en un bautismo general de conversión, y así indica el sentido de su misión: el Hijo de Dios se manifiesta en la humildad, y se hace solidario de ese pueblo pecador que busca los caminos de Dios, para salvarnos "desde abajo". 

Además, su forma de actuar se anuncia en el primer canto del Siervo, que escuchamos en la lectura de Isaías (Is 42, 1-4): una misericordia que no quiebra la caña cascada, y que tampoco se quiebra ni doblega, "hasta implantar la justicia en el país" (justicia que, en la Escritura, se equipara con la salvación). Y que se confirma en las palabras con las que Pedro resume la vida de Jesús (Hch 10, 38), "pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con Él". 

Esa solidaridad con la que Jesús se une a la humanidad, nos transmite también, a nosotros, las palabras que Él recibe en el bautismo: "Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco". Por el bautismo, nuestras vidas han quedado unidas a la de Cristo. Y unidos a él, somos también hijos amados de Dios, en quienes Dios se complace.

Somos invitados a profundizar en esta realidad a través de la oración (que ya aparece en el Evangelio de hoy) por la que abrimos nuestro corazón y nuestra vida al Espíritu; y en el vivir, como Jesús, "pasar haciendo el bien".


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miércoles, 5 de enero de 2022

"Hemos visto su estrella, y venimos a adorarlo" (Mt 2, 1-12)


 Desde que, en el siglo IV, se estableció la fiesta de la Epifanía, la tradición ha ido revistiendo de detalles amables el relato de Mateo que, leído en sí mismo, produce sorpresa (o sobresalto, como lo produjo la llegada de los Magos a Jerusalén -Mt 2,3-, y también, años más tarde, el testimonio de la Resurrección en boca de las mujeres -Lc 24,22-):

En la capital de Israel se presentan unos extranjeros de mala reputación: Su condición de forasteros, ya los hace sospechosos para la mentalidad judía, y además se dedican a la magia y la astrología, condenadas por la Ley de Dios, la Torá. Lo hacen preguntando por aquello que es el corazón de la esperanza judía: la llegada del Mesías, y con intención de adorarlo. 

Sorprende, además, que serán esos extranjeros, venidos de lejos, los que se encuentren con Jesús, lo reconozcan y lo adoren, presentándole unas ofrendas que lo reconocen como Dios y hombre verdadero y como rey. Mientras los sabios y las autoridades que están muy cerca, en Jerusalén, y que saben decir dónde ha de nacer, no llegan hasta Él. 

Epifanía es la fiesta de la manifestación de Cristo a todos los pueblos, simbolizados en estos magos de Oriente. Una manifestación que se ofrece a aquéllos que están dispuestos a reconocer sus señales, a ponerse en camino; y mientras la desperdician los que no son capaces de salir de sí mismos, y se quedan en su comodidad o se encierran en actitudes de miedo. 

Esta fiesta nos invita a descubrir a Cristo como regalo de vida para cada uno de nosotros, que nos invita a hacernos ofrenda (en la plegaria eucarística III pedimos que el Espíritu Santo "nos transforme en ofrenda permanente, para que gocemos de la heredad de Dios"). Nos invita a cultivar una actitud de discer



nimiento para descubrir la estrella que Dios enciende en nuestra vida (a veces oculta tras nubes o nieblas que ensombrecen nuestra mirada, o luces artificiales que nos deslumbran). En estos tiempos de Sínodo, nos habla también de la capacidad de escuchar "a los de fuera". Como ocurrió en Jerusalén, entonces, a veces los que parecen lejanos pueden estar preguntando, a su manera, por el corazón de nuestra esperanza.

Feliz fiesta de Epifanía.


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domingo, 2 de enero de 2022

"De su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia" (Jn 1, 1-18)

 

Pasadas las grandes fiestas de la Navidad, la Sagrada Familia y de María, Madre de Dios, este domingo nos propone una reflexión serena sobre el Misterio que celebramos. Vuelve, para ello, sobre el prólogo que San Juan puso al comienzo de su Evangelio, y que anuncia lo que en él vamos a encontrar. "Hemos contemplado su gloria" (Jn 1, 14) es el testimonio de aquel discípulo que un día, a las cuatro de la tarde, se encontró con Jesús (el niño que hoy contemplamos en Belén), y lo siguió hasta la cruz, y lo encontró Resucitado, y experimentó cómo ese encuentro transformó y llenó su vida. 

Esa "gloria que recibe del Padre, como Hijo único" es algo que no cabe en palabras. Las lecturas de hoy nos intentan acercar  a esta experiencia "de gracia y de verdad" que llegan por medio de Jesucristo (Jn 1, 18), de "toda clase de bendiciones espirituales" (Ef 1, 3), de "sabiduría" (Eclo 24,1), de paz y satisfacción (Salmo 147, 14) de "ser hijos de Dios" (Jn 1, 12)...  pero sólo podemos descubrir su verdadero sentido desde una relación personal con este Jesús. La liturgia nos acerca a ese portal, en el que cada uno podemos entrar a través de la oración y del empeño por vivir el amor que Él nos enseña, a fin de que "el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo, e ilumine los ojos de vuestro corazón para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia..." (Ef 1,18).

Esta presencia de Dios que asume nuestra realidad humana se nos ofrece como luz, una luz que nos ilumina desde el amor de Dios que nos elige y accoge. Este comienzo del año puede ser un buen momento para pararnos y observar nuestra vida a esta luz: ¿Dónde está ahora mi corazón ? ¿Qué estoy viviendo (o qué estoy "pasando" sin llegar a vivir de verdad)? ¿Qué orienta mi camino, y qué me mueve (o paraliza)? ¿Cómo quiero, en verdad, vivir este año que comienza?


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sábado, 1 de enero de 2022

"Envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer" (Gal 4, 4-7; Lc 2, 16-21). Santa María, Madre de Dios

Ocho días después de la Navidad, comenzamos un año nuevo, y lo hacemos de la mano de María. El título con el que la invocamos hoy, Madre de Dios, se afirma en el Concilio de Éfeso (año 431) y apunta, en primer lugar, a la radicalidad de la Encarnación del Hijo de Dios: en Jesús están indisolublemente unidas la realidad divina y la humana, y por eso María, su madre, se hace Madre de Dios. Es lo que dice San Pablo en la carta a los Gálatas: "envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer..." (Gal 4,4). Dios asume nuestra carne, se somete a las leyes de nuestro mundo. Y lo hace para hacernos a nosotros hijos de Dios, abriendo nuestra realidad a una dimensión nueva de libertad y de plenitud. Vivir esto pasa por reconocer en nuestro interior y acoger el Espíritu que Él "ha enviado a nuestros corazones" y que nos mueve a orar con las mismas actitudes de Jesús, con la misma confianza y disponibilidad... "Abbá, Padre" (Gal 4, 6).

Celebrar a María como Madre de Dios nos habla también de la colaboración humana en esta obra de Dios. Porque Dios se hace pequeño y pobre, como lo ven los pastores en Belén (acostado en un comedero de animales adaptado como cuna; Lc 2, 16). Dios ha elegido necesitar de nuestra ayuda. La escena del Evangelio que contemplamos subraya subraya los aspectos maternos de la ternura, el cuidado... tan necesarios hoy. Y añade una nota contemplativa: la actitud de María, que "guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón" (Lc 2, 19; y de nuevo se repite en Lc 2, 51). Somos invitados a recoger esas actitudes. 

Comenzamos un nuevo año, celebrando, a la vez, la Jornada Mundial de la Paz, que nos recuerda la necesidad que tiene nuestro mundo (y cada uno de nosotros) de construirla. ¿Qué nos depararán los próximos días y meses? Muchos acontecimientos no dependen de nosotros, y no podemos predecir cómo serán. Pero sabemos que nos acompaña Dios, que ha asumido entrañablemente nuestra realidad. De la mano de María, somos invitados a contemplarlo, a hacerle sitio en nuestro corazón (y para ello, dedicarle un tiempo...), a abrirnos a su Espíritu, que nos mueve a la confianza, para colaborar con Él. Que, de este modo, sea un año de crecer en la alegría y la paz que Dios nos ofrece. 

"Y son esposos, hermanos y madres de nuestro Señor Jesucristo (cf. Mt 12,50). (…).  Somos madres, cuando lo llevamos en nuestro corazón y en nuestro cuerpo (cf. 1 Cor 6,20), por el amor y por una conciencia pura y sincera; y lo damos a luz por medio de obras santas, que deben iluminar a los otros como ejemplo (Mt 5,16)".
                       (San Francisco de Asís. Carta a los fieles)

 


Lecturas de hoy (www.ciudadredonda.org)

  La parábola que hoy escuchamos es considerada el “corazón” del Evangelio de S. Lucas. Y se plantea también en un contexto central. El hech...