sábado, 29 de marzo de 2025

“Reconciliaos con Dios” (2 Cor 5; 20; Lucas 15, 3. 11-32)

 

La parábola que hoy escuchamos es considerada el “corazón” del Evangelio de S. Lucas. Y se plantea también en un contexto central. El hecho de que Jesús “acoge a los pecadores y come (es decir, comparte vida) con ellos”, es lo que pondrá a fariseos y escribas contra Jesús. El judaísmo entendía la santidad como exclusión: apartarse de los pecadores, de los extranjeros, y también de los leprosos y enfermos, y de los que desconocen la Ley, para constituir un resto, una reserva espiritual fiel a Dios en medio de un mundo difícil. Si Jesús se hubiera adaptado a este exclusivismo (y otros, como el rechazo a los romanos, a los no judíos), podría haber tenido éxito. Pero su inquebrantable fidelidad a la misericordia del Padre para todos, hizo que se fuera quedando solo, y terminara en la cruz. Él aceptó este camino: para reconciliarnos, para abrir un camino que nos haga posible encontrarnos con Dios, y superar nuestras divisiones, nuestros enfrentamientos. De ello nos habla también hoy S. Pablo.

Esta parábola se conoce como la del “hijo pródigo”, pero el protagonista es el padre. Un padre incomprendido por sus hijos: uno piensa que va a ser más feliz lejos de él, y así malgasta su vida y sus bienes. Otro permanece en su casa, pero no ha entrado en su corazón: cumple pero no participa de la vida de su padre, de su amor que es la verdadera riqueza (“todo lo mío es tuyo”) y por eso anidan en él los celos y la amargura. Y el padre intenta hacer comprender, a ambos, su amor, y lo que significa ser hijos: un don irrevocable que es fuente de vida (al pequeño, no le deja decir “trátame como a uno de tus jornaleros”: al contrario, lo reviste de dignidad). Y que ensancha el corazón, para poder acoger al hermano, reconocerlo como algo nuestro y valioso, y alegrarse (era preciso celebrar, porque este hermano tuyo ha revivido).

Jesús intenta hacernos comprender cómo es Dios, el Abbá. ¿Hasta qué punto he comprendido este amor personal del Padre por mí, y por cada persona? ¿Siguen aún en mí actitudes del hijo pequeño o del mayor? ¿Puedo reflejar también esta capacidad de acogida y regeneración del Padre?

La Cuaresma es tiempo para la reconciliación: para un encuentro más auténtico con Dios, también con los demás y contigo mismo.


Lecturas de hoy (www.dominicos.org)


martes, 25 de marzo de 2025

La Encarnación del Señor

 

[PADRE]

Ya ves, Hijo, que a tu esposa
a tu imagen hecho había,
y en lo que a ti se parece
contigo bien convenía;
pero difiere en la carne
que en tu simple ser no había

En los amores perfectos
esta ley se requería:
que se haga semejante
el amante a quien quería

(...) 

[HIJO]

Mi voluntad es la tuya
- el Hijo le respondía-
y la gloria que yo tengo
es tu voluntad ser mía,(...)

porque por esta manera
tu bondad más se vería;
veráse tu gran potencia,
justicia y sabiduría;
irélo a decir al mundo
y noticia le daría
de tu belleza v dulzura
y de tu soberanía.

Iré a buscar a mi esposa,
y sobre mí tomaría
sus fatigas y trabajos,
en que tanto padecía;
y porque ella vida tenga,
yo por ella moriría,
y sacándola del lago
a ti te la volvería.

PROSIGUE

Entonces llamó a un arcángel
que san Gabriel se decía,
y lo envió a una doncella
que se llamaba María,
de cuyo consentimiento
el misterio se hacía;
en la cual la Trinidad
de carne al Verbo vestía;
y aunque tres hacen la obra,
en el uno se hacía;
y quedó el Verbo encarnado
en el vientre de María...

S. Juan de la Cruz. Romance sobre la Encarnación del Verbo

domingo, 23 de marzo de 2025

"A ver si da fruto..." (Lc 13, 1-9)

 

Hace años, me impresionó esta reflexión de una amiga esta reflexión: la facilidad con la que respondemos con consejos cuando alguien nos cuenta un problema, a veces, es una “defensa inconsciente” ante la angustia que a nosotros mismos nos provoca el oírlo. Necesitamos sentirnos en un mundo seguro, donde todo tenga explicación. Y tendemos a pensar que, cuando a alguien le sucede una desgracia, es porque, de algún modo, cometió algún error. En el mundo judío, esta tendencia se expresaba en el pensamiento de que las desdichas son consecuencia de un pecado. El Antiguo Testamento recoge esta idea, y también la cuestiona (de ello habla el libro de Job). A ello se refiere Jesús, al hablar de las víctimas de la torre de Siloé y de la crueldad de Pilatos.

Recibimos a diario noticias de desastres y tragedias, y pensamos que sólo les ocurren a otros. Tendemos a vivir en una seguridad ilusoria, relacionada con la indiferencia con que podemos mirar los dolores ajenos, con la superficialidad e inconsciencia de nuestra cultura. Por eso, S. Pablo, en la carta a los Corintios (hablando de cristianos que se sentían muy seguros de sí mismos y participaban en actitudes y en actividades paganas) advierte: “el que se crea seguro, cuídese de no caer” (1 Cor 10, 12). Pero la realidad tiene una vertiente trágica, que, antes o después, de una u otra forma, nos alcanza a todos. ¿Estamos preparados, sabemos situarnos ante esa parte de la vida?

Por eso, hoy Jesús llama a la conversión. Para comprender lo que significa, hemos de ir más allá del típico pensamiento, que muchas veces se centra en el arrepentimiento por algunos pecados concretos. Tampoco se trata de vivir con miedo (conciencia, sí, pero no miedo). Se trata de un cambio de mentalidad, de orientación de la vida entera.

El pasaje del Éxodo que hoy escuchamos nos ofrece una clave para esa reorientación: Dios llama a Moisés, le encomienda la misión de liberar y guiar al pueblo, y entonces le revela su Nombre. Es un nombre misterioso, que trasciende nuestros conocimientos (soy el que soy), pero a la vez está revelando la cercanía de Dios a la humanidad: “he visto la opresión de mi pueblo… he bajado a librarlo”  (Ex 3, 13-15). Dios sale al paso de la historia humana, se revela como misericordia que actúa, y nos llama a colaborar con Él. 

Tejer redes de solidaridad (puede ser en una ONG, o en una comunidad o grupo cristiano. O en nuestra forma de relacionarnos con la familia, los amigos...) nos conecta con la respuesta que Jesús da ante el dolor ajeno; nos ayuda a sostener a las personas, a sostenernos mutuamente. Y es así como podemos acercarnos a Dios, y podemos comprender algo de Él: involucrándonos en la misericordia. Vivir así nos ayuda a encontrar apoyo firme en El, y nuestra vida se puede volver experiencia de su amor, como oramos con el Salmo: “Él perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades; Él rescata tu vida de la fosa, y te colma de gracia y de ternura” (Salmo 102). Jesús nos invita a dar fruto (no es lo mismo que resultados. El fruto, en el Evangelio, tiene que ver con las actitudes que vivimos). ¿Cómo puedo cultivarlo yo?

 

Cercana la fiesta de s. José, podemos recordar unas palabras de la carta Patris Corde, del papa Francisco (n. 4)

“La vida espiritual de José no nos muestra una vía que explica, sino una vía que acoge. Sólo a partir de esta acogida, de esta reconciliación, podemos también intuir una historia más grande, un significado más profundo (…) Sólo el Señor puede darnos la fuerza para acoger la vida tal como es, para hacer sitio incluso a esa parte contradictoria, inesperada y decepcionante de la existencia. (…) Entonces, lejos de nosotros el pensar que creer significa encontrar soluciones fáciles que consuelan. La fe que Cristo nos enseñó es, en cambio, la que vemos en san José, que no buscó atajos, sino que afrontó con los ojos abiertos lo que le acontecía, asumiendo la responsabilidad en primera persona. La acogida de José nos invita a acoger a los demás, sin exclusiones, tal como son, con preferencia por los débiles, porque Dios elige lo que es débil (cf. 1 Co 1,27), es «padre de los huérfanos y defensor de las viudas» (Sal 68,6) y nos ordena amar al extranjero…”


Lecturas de hoy (www.dominicos.org)


miércoles, 19 de marzo de 2025

"Tome este santo por maestro de oración"

 

Querría yo persuadir a todos fuesen devotos de este glorioso santo, por la gran experiencia que tengo de los bienes que alcanza de Dios. No he conocido persona que de veras le sea devota y haga particulares servicios, que no la vea más aprovechada en la virtud; porque aprovecha en gran manera a las almas que a él se encomiendan. Paréceme ha algunos años que cada año en su día le pido una cosa y siempre la veo cumplida. Si va algo torcida la petición, él la endereza para más bien mío.

Si fuera persona que tuviera autoridad de escribir, de buena gana me alargara en decir muy por menudo las mercedes que ha hecho este glorioso santo a mí y a otras personas (…) Sólo pido, por amor de Dios, que lo pruebe quien no me creyere; y verá por experiencia el gran bien que es encomendarse a este glorioso patriarca y tenerle devoción.

            En especial personas de oración siempre le habían de ser aficionadas; que no sé cómo se puede pensar en la Reina de los ángeles, en el tiempo que tanto pasó con el Niño Jesús, que no le den gracias a san José por lo bien que les ayudó en ellos. Quien no hallare maestro que le enseñe oración, tome este glorioso santo por maestro y no errará en el camino.

Teresa de Jesús, Vida, 6, 7-8


sábado, 15 de marzo de 2025

“Este es mi Hijo, el Elegido. ¡Escuchadlo!” (Lc 9, 28-36)

 

En este segundo domingo de Cuaresma contemplamos a Cristo transfigurado. Este episodio, narrado por Mateo, Marcos y Lucas, acontece en la noche, después de que los discípulos han confesado a Jesús como Mesías, y él les ha comenzado a anunciar que el Mesías “debe sufrir mucho,  ser rechazado por las autoridades del pueblo, ser matado y resucitar al tercer día”. Jesús ha indicado también que “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame” (Lc 9, 18-23). El camino del Jesús se ha vuelto oscuro y difícil para sus seguidores, que no le comprenden.

Es, precisamente, en medio de esta noche donde acontece este momento, que manifiesta la luz interior del camino de Jesús, que es la luz de la Resurrección. Jesús aparece conversando con la Ley y los Profetas (Moisés y Elías): las Escrituras confirman su camino (éxodo) hacia Jerusalén, donde realizará su difícil misión (como aparecerá, de nuevo, en el pasaje de Emaús, Lc 24, 27). Jesús se revela, además como el que da sentido pleno a la Escritura. Es confirmado como Hijo de Dios (como ya fue anunciado en el Bautismo, Lc 3, 22). Y se nos invita, a los discípulos, a escucharlo.

La Transfiguración habla de la luz interior que tiene el camino de seguimiento de Jesús, que se hace en la oscuridad de las dificultades que a veces implica. Nos invita a reconocer los momentos de luz que se nos regalan en ese camino, y que son como atisbos de la Vida Nueva de Jesús resucitado. Nos invita a escucharlo. Y en este domingo, además, a buscar su rostro (Salmo 26, 8) y seguirle (Flp, 3) para dejarnos transformar por Él.

(Cristo, luz del mundo: quien te siga, tendrá la luz de la vida)

Lecturas de hoy (www.dominicos.org)


domingo, 9 de marzo de 2025

“Por el desierto, mientras era tentado…” (Lc 4, 1-13)


 

La Cuaresma recuerda los cuarenta días de Jesús en el desierto, y los cuarenta años de Israel, en ese lago camino que lo llevó de la esclavitud a la libertad, a ser Pueblo de Dios. Nos invita, también a nosotros, a buscar momentos de soledad y a ponernos en camino, para avanzar en nuestra vida cristiana. Y, como Jesús, a identificar y enfrentar nuestras tentaciones, y así poder seguirle de forma más lúcida

En este relato, Lucas reúne las tentaciones que Jesús va a ir encontrando a lo largo de su misión. Así, pone al final la tentación de ser un mesías sin tropiezos, capaz de evitar la muerte milagrosamente. La que acompañó a Jesús hasta la Cruz: “a otros salvó; que se salve a sí mismo, si él es el Hijo de Dios” (Lc 23, 35).

Lucas coloca este relato después del Bautismo, donde Jesús ha sido revelado como Hijo de Dios, sobre quien se posa su Espíritu (Lc 3, 15-22). Y después de su genealogía, que Lucas extiende hasta llegar a Adán (Lc 3, 23-38). Jesús es Hijo de Dios y asume el camino de la humanidad. El tema de fondo es: cómo es Dios, y cómo ser hombre. Seducida por el diablo, la humanidad (Adán) pretendió “ser como dioses” al margen de Dios (Gen 3,5). Pero, ¿es que “ser como Dios” consiste en un poder que se ansía e incluso se “roba”?. S. Pablo nos dirá, por el contrario, que el Hijo de Dios “se despojó de sí mismo, tomando la condición de siervo” (Flp 2, 6) y por ese camino de humildad y entrega nos salva y recibe “el Nombre sobre todo nombre” (Fl p 2, 8).

Jesús es conducido por el Espíritu al desierto, y allí enfrenta también las tentaciones del diablo, que intentaron corromper su camino: la tentación de buscar el provecho propio, la de arrodillarse ante el poder, la de ser un mesías espectacular y mágico. Jesús responde con lucidez, desde la fidelidad al Padre. Así, dice “no sólo de pan vive el hombre”, porque “Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado” (Jn 3,34). Y no se inclina ante el poder como un absoluto, porque sólo “al Señor, tu Dios, adorarás”. Esa fidelidad es la clave de su autenticidad, que no tampoco se deja enredar cuando la tentación usa lenguaje religioso y cita la Escritura (que también puede ocurrir). La tercera tentación es la de manipular (“tentar”), a la vez que la de una religiosidad de soluciones mágicas y extraordinarias.

Jesús, el Hijo de Dios nos muestra el camino de la nueva humanidad. El camino que nos lleva, con autenticidad, a ser hijos de Dios. Y nos acompaña en este camino, como llevó al pueblo a la Tierra Prometida (de lo que nos habla la lectura del Deuteronomio). Pablo, en la carta a los Romanos, nos invita a confesar la fe en Jesús y a interiorizar esta Palabra de vida que “está cerca de ti”. (Rom 10, 8).



miércoles, 5 de marzo de 2025

“Dejaos reconciliar por Dios” (2 Cor 5.20; Mt 6, 1-4.16-18)

 

En este día gris, de nubes y lluvia (el agua que hará florecer los campos, dentro de poco, y hará posible las cosechas), empezamos la Cuaresma. Camino de preparación para vivir la Pascua, para entrar, un poco más, en el misterio pascual de la muerte y resurrección de Cristo, al que nos hemos unido por el bautismo. Camino de conversión, de Reconciliación, para que la Paz y la Vida Nueva del Resucitado se vaya haciendo más presente en nuestra vida concreta, la que llevamos este año.

Empezamos con el rito de la imposición de la ceniza, que desde antiguo habla de la vanidad de muchas cosas, nos invita a prescindir de apariencias. La ceniza, lo que queda cuando la leña se ha consumido en el fuego, nos invita a mirar nuestra vida desde el final: ¿a quién habré dado calor y luz? ¿qué quedará de mi vida? ¿qué es lo esencial?

La ceniza, que se usaba como “lejía” para limpiar y como abono para los campos, nos invita a preguntarnos por lo que necesitamos purificar, y lo que hemos de cultivar.

Y el evangelio nos llama también a olvidarnos un poco de la mirada del mundo, de los otros, para vivir más ante Dios, el “que ve en lo escondido” y nos puede ir ayudando a desenredar nuestro interior (tantas veces escondido para nosotros mismos) a encauzar en verdad nuestra vida. Así, nos invita a vivir el ayuno, la oración y la solidaridad (que entonces se llamaba limosna) buscando la autenticidad: la gratuidad (“que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha”), la interioridad (“entra en tu cuarto”), la limpieza (“perfúmate la cabeza y lávate la cara”).

Que esta Cuaresma nos lave de las cosas que nos van contaminando, y nos infunda el “buen olor de Cristo” (2 Cor 2, 15)

Lecturas de hoy (www.ciudadredonda.org)

  La parábola que hoy escuchamos es considerada el “corazón” del Evangelio de S. Lucas. Y se plantea también en un contexto central. El hech...