domingo, 30 de noviembre de 2025

“Estad en vela” (Mt 24, 37-44)

 

Comenzamos un nuevo año litúrgico, con el tiempo de Adviento. El evangelio de hoy conecta con el de hace 15 días, que también hablaba del fin de los tiempos… Este recomienzo del ciclo litúrgico no transmite un “eterno retorno”. Al contrario, nos pregunta sobre cómo avanza nuestra vida, a través de los años y de las épocas que atravesamos. Como dice Pablo, “la salvación está más cerca de nosotros que cuando abrazamos la fe” (Rom 13,11).

S. Pablo nos interpela: “Comportaos reconociendo el momento en que vivís”: ¿cómo vivimos la esperanza, en este tiempo?

Tal vez, nos sentimos saturados de noticias y mensajes que llevan a la decepción, al tedio (los medios de comunicación silencian otras voces, que hablan de iniciativas de cambio, y de situaciones dramáticas que piden respuesta). Tal vez, también, el ritmo cotidiano de tareas, distracciones y ruidos nos aturde (ya hace semanas que ha comenzado otra preparación de la Navidad, desde el consumo: luces, compras…)

El evangelio nos llama a “estar en vela”. Porque la vida, que parece discurrir indefinidamente (“la gente comía y bebía, se casaban…), tiene un término. Y un sentido. Y, además está jalonada de momentos que nos exigen “estar preparados”. De situaciones (quizás ya tenemos alguna experiencia de ello) que llegan inesperadamente (“como un ladrón en la noche”) y “abren un boquete” en nuestras vidas; de momentos que piden una respuesta que no se improvisa.

El Adviento nos llama a estar en vela, a prepararnos: para celebrar la venida del Hijo de Dios a nuestro mundo (hace 2025 años); para la última venida del Señor (al término de nuestra vida, y al de nuestro mundo); para acoger a Dios que sigue viniendo a nosotros, a veces de forma misteriosa, a Dios que viene en la noche.

 Él no llega para robar (las parábolas de Jesús tienen mucho de paradojas), sino para traer vida, para hacer posible caminos de alegría, de justicia y de paz. Isaías nos dice que “El nos instruirá en sus caminos”. Sus palabras no son una simple poesía utópica, sino anuncio de algo que podemos ir construyendo, a una escala limitada, que va haciendo sitio, en nuestra vida, a la Vida Nueva, ilimitada, de Dios.

Caminemos a la luz del Señor”. Revestíos del Señor Jesús”. ¿Qué puede significar esto, para mí, hoy?



sábado, 29 de noviembre de 2025

Retiro Online

 

Los Carmelitas Descalzos te invitan a dejarte acompañar durante este Adviento por Santa María de Jesús Crucificado, “La Arabita”. Nacida en Tierra Santa, humilde carmelita analfabeta, fundó sin embargo varios Carmelos en Oriente y en la India. Su vida sencilla y luminosa, guiada por el Espíritu Santo, nos invita a dejarnos amar y transformar por Jesús...

Pinchando en el enlace siguiente, encontrarás el formulario de inscripción, para recibir, cada viernes, un e-mail gratuito con la reflexión. Además, un calendario de Adviento acompañará cada día con una breve cita e imagen

retiro-online.karmel.at

domingo, 23 de noviembre de 2025

“Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino” (Lc 23, 35-43)

 

En esta fiesta de Jesucristo, Rey del Universo, contemplamos a Jesús en la cruz.

El relato de Lucas repite, una y otra vez, el título de rey, que cuelga sobre el patíbulo como motivo de su condena. Una y otra vez, también, los magistrados y soldados le dicen: “sálvate a ti mismo”. Y lo mismo grita uno de los crucificados con él: un guerrillero (ese es el sentido que tiene aquí el término ladrón o malhechor), que ha dedicado su vida a luchar contra los romanos, y que se exaspera ante ese Mesías que no lucha, que parece no hacer nada, no poder nada ante la injusticia y el dolor que los alcanza: “Sálvate a ti mismo y a nosotros”.

De fondo un par de cuestiones: ¿cómo es rey Jesús? ¿cómo es la salvación? En el momento de las tentaciones, el diablo proponía a Jesús un mesianismo ajeno al fracaso y al dolor (“tu pie no tropiece en piedra alguna” Lc 4,11), cercano a la idea que el mundo tiene del éxito, y que tantas veces lleva a la imposición por la fuerza, a los abusos de poder.

El segundo malhechor empieza a comprender. El camino de violencia que ha seguido (para salvar a Israel de los romanos), lo ha llevado al fracaso. Y se vuelve hacia Jesús. En ese momento en que Cristo aparece despojado de todo, lo llama por su nombre (gesto único en el Evangelio). Y le pide: “acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino”. Da la impresión de que no sabe bien cómo es ese Reino, pero se confía a Jesús, en una relación personal, cordial, de fe.

Y Jesús (este nombre significa “Dios salva”) revela su realeza y su poder, que se realizan, precisamente, salvando: en la misericordia y el perdón, en la entrega en el amor. Él no ha venido a “salvarse a sí mismo” ni enaltecerse, sino a salvarnos: nos ofrecer la vida al estilo de Dios. La verdadera, la misma que se revelará, llena de luz y fuerza, en el Resucitado.

Pablo, en la Carta a los Colosenses, nos habla de ese paraíso que Jesús ofrece, de ese Reino al que nos conduce. Tomando una perspectiva más amplia, nos descubre a Jesús como “imagen del Dios invisible”, aquél “en quien quiso Dios que residiera toda la plenitud” y que es capaz de “reconciliar todas las cosas”. El Hijo de Dios es la clave de la Creación: “el primero en todo”. Es el modelo de la humanidad. Un modelo conforme al cual hemos sido creados, y que, libremente podemos elegir seguir, para, a través de Él, encontrar la plenitud, llegar a Dios. Es el que da sentido a todo, y “todo se mantiene en él”.

Uno poco como aquel ladrón del Evangelio, apenas empezamos a comprender cómo es ese Reino de Jesús, de Dios. Pero, como Él, somos invitados a acercarnos personalmente, con confianza, a Jesús: a su vida entregada, que es fuente de luz y de salvación. Un reino que en el que entramos viviendo como Jesús nos enseña, y que es experiencia interior de reconciliación, de ánimo, de la fuerza del Espíritu: “justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo (Rom 14,17)”. Un reino que se va realizando también en el mundo: ninguna entidad humana es el Reino de Dios, pero Dios va reinando a través de las iniciativas que tejen reconciliación, que construyen paz, que cultivan la solidaridad y justicia.

La fiesta de hoy nos invita a orar con hondura la petición que repetimos en el Padrenuestro: “venga a nosotros tu Reino”.  ¿Qué significa en mi vida? ¿Cómo se va realizando algo de ello en el mundo que me rodea?



"Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino"

domingo, 16 de noviembre de 2025

"Con vuestra perseverancia, salvaréis vuestras almas" (Lc 25, 5-19). Jornada Mundial de los Pobres

 


Nos acercamos al final del año litúrgico, y la liturgia nos invita a situarnos ante la vida con la perspectiva de considerar qué es definitivo y sólido, dónde podemos poner nuestra confianza.  

Jesús advierte de la inconsistencia de las construcciones, de las instituciones humanas: son transitorias (“no quedará piedra sobre piedra”), y están también tocadas por la violencia y la injusticia (“reino contra reino…”). Anuncia la destrucción del templo de Jerusalén (que era centro y emblema de la nación judía) y las vicisitudes de la historia: guerras, catástrofes, epidemias, fenómenos espantosos… Y también, las dificultades que sus seguidores tendrán que afrontar a veces: persecuciones, rechazo y violencia de los cercanos... Cuando Lucas transcribe estas palabras, la comunidad cristiana ya conoce muchas de estas cosas.

Ante esto la actitud que propone Jesús es de serenidad y confianza en Él.

Llama a no asustarse por los sucesos adversos (“no tengáis pánico”). Ni dejarse embaucar por mensajes apocalípticos, que muchas veces tienen un sesgo sectario (podemos pensar en los anuncios del fin del mundo que a veces aparecen… Y también en algunos extremismos, tanto religiosos como políticos, que cargan las tintas en las situaciones críticas, para presentarse como solución salvadora).

                E invita a mantenernos firmes en Él: “con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas”. Confianza que ayuda a vivir con sentido incluso situaciones críticas: “Esto os servirá de ocasión para dar testimonio… yo os daré palabras y sabiduría”.

Pablo nos expone una concreción de esa perseverancia, que es el vivir nuestro tiempo con dignidad y responsabilidad. Escribe para algunos cristianos que pensaban que ya no tenía sentido trabajar en un mundo que creían próximo a su fin, y presenta su propio ejemplo, de laboriosidad y entrega motivadas, precisamente, por el anuncio del Evangelio.   

«Por amor de nuestro Señor les pido se acuerden cuán presto se acaba todo … Pongan siempre los ojos en la casta de donde venimos, de aquellos santos Profetas. ¡Qué de santos tenemos en el cielo que trajeron este hábito! Tomemos una santa presunción, con el favor de Dios, de ser nosotros como ellos. Poco durará la batalla, hermanas mías, y el fin es eterno. Dejemos estas cosas que en sí no son, si no es las que nos allegan a este fin que no tiene fin, para más amarle y servirle, pues ha de vivir para siempre jamás, amén, amén».
    (Teresa de Jesús, Fundaciones, 29, 33).



domingo, 9 de noviembre de 2025

“Sois edificio de Dios” (1 Cor 3,9; Jn 2, 13-22)

 

Celebramos hoy la dedicación de la Basílica de S. Juan de Letrán, la sede del Papa como obispo de Roma. Esta fiesta nos recuerda el vínculo que nos une con Pedro, y a través de él, con Jesús. Y nos recuerda nuestra vocación. El templo de piedra, sobre todo, es signo de la Iglesia, de la comunidad cristiana, que es el lugar donde Dios está presente (Mt 18, 20, “donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy Yo”), para transmitir su vida al mundo.

En el Evangelio, Jesús se revela como el Templo auténtico: Él es la presencia plena de Dios entre nosotros, su revelación plena. Revela a Dios en su entrega por amor (“Destruid este templo, y en tres días lo levantaré… Él hablaba del templo de su cuerpo”). Y nos propone un culto nuevo, el auténtico. Ya no se trata de ofrecer a Dios animales o cosas que se compran. No se trata, de ninguna manera, de intentar “comprar a Dios”: “no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre”. Se trata de entrar en una relación de Dios basada en la gratuidad y el amor: acoger el amor de Dios que se nos da gratuitamente, y responder desde el amor, con lo que somos y vivimos.

Y Pablo (1 Cor 3) nos revela que, fundados en Jesús, nosotros somos templo de Dios, porque hemos recibido su Espíritu. Estamos llamados a construir nuestra vida de manera que Dios esté presente en ella; que transmitamos la obra del Espíritu, el obrar de Dios, y ayudemos a los demás a encontrarse con Él. Como el manantial de agua que, en la visión de Ezequiel (Ez 47), sanea todo y hace brotar la vida a su paso.


Lecturas de hoy (www.dominicos.org)


domingo, 2 de noviembre de 2025

“Yo soy la Resurrección y la Vida” (Jn 11, 25-26)

 

Recordamos hoy a nuestros difuntos, y oramos por ellos. Lo hacemos desde la fe en Cristo resucitado, que nos dice que hemos sido creados para la vida. Para llegar a compartir la vida de Dios.

El punto de partida de nuestra fe es el encuentro con el Resucitado. Es lo primero que María Magdalena y los apóstoles anunciaron. No se trata sólo de su palabra (testimonio refrendado con la entrega de sus vidas), sino, además, de la profunda transformación que el encuentro con Cristo resucitado realizó en ellos: aquellos hombres desanimados (Lc 24,21), incapaces de entender las enseñanzas de Jesús (Lc 18, 31), llenos de miedos (Lc 22,56-60), y de divisiones (Mt 20, 24), al encontrarse con Jesús resucitado, y reconocerlo, convertirse a Él, se transformaron en personas capaces de comprender, explicar y vivir la palabra de Jesús: llenos de valor (Hch 5,29), formando una comunidad que comparte lo que es y tiene (Hch 4, 32-36). En ellos se hace patente la fuerza del Espíritu Santo, que transforma su vida terrena, nos lleva a la vida eterna.

A lo largo de los siglos, esa fuerza y luz se sigue haciendo presente en los seguidores de Jesús. A veces de manera extraordinaria, como capacidad para llevar hasta los confines del mundo el Evangelio (como S. Francisco Javier) o la caridad hacia los necesitados (Teresa de Calcuta); como sabiduría capaz de iluminar la vida (s. Agustín, Sta. Teresa de Lisieux…)… O, de forma más humilde, en tantas personas que pasan por el mundo transmitiendo vida y amor. Todos esos testimonio de vida son signos de la Vida Nueva del Resucitado, y de la Vida eterna a la que somos llamados.

En el encuentro con el Resucitado, los discípulos comprenden, definitivamente, que Él es el Hijo de Dios. Y eso significa un misterio de solidaridad de Dios con la humanidad: el Hijo de Dios ha asumido nuestra realidad humana, ha compartido nuestra vida y nuestra muerte. Y lo hace para que nosotros podamos compartir su Vida, para siempre (Rom 6, 3-6)

Hablar de esa Vida (lo que llamamos el Cielo), que va más allá de la existencia que conocemos, no es fácil, porque está también más allá de nuestra capacidad de pensar. Sabemos, en todo caso, que en ella conservaremos nuestra personalidad, transfigurada (el Credo, al hablar de “la resurrección de la carne”, se refiere a eso: no esperamos una especie de “disolución en el Todo” como dicen algunas corrientes espirituales, sino una vida personal, transfigurada por Dios). Tal vez, la experiencia del amor es lo que mejor nos asoma, nos acerca a comprender lo que es esa Vida que esperamos. Jesús, que nos promete una vida más allá de nuestra capacidad biológica, nos manda amar: ir más allá de nosotros mismos, abriéndonos al otro. Y Dios, que nos llama a participar de su vida, es amor (1 Jn 4,8)

En este día, oramos confiadamente a Dios por nuestros difuntos, para que los introduzca en su vida. Para que, había que purificar algo en ellos para poder vivir en ese amor, lo haga. Aunque ya no los vemos físicamente, mantenemos con ellos el vínculo del amor, que ahora se expresa en la oración.


sábado, 1 de noviembre de 2025

“Bienaventurados” (Mt 5, 1-12)

 

Desde muy pronto, la Iglesia venera a los mártires como testigos de Cristo resucitado: su fidelidad recuerda a Jesús, que entrega su vida por nosotros, y que nos comunica esa fuerza que vence a la muerte. En la persecución de Diocleciano (a principios del siglo IV), hubo numerosos mártires y, ante la dificultad de conmemorarlos por separado, surgió una celebración para recordarlos todos juntos. Con el correr del tiempo, a la memoria de los mártires se ha unido la de muchos otros, cuyas vidas también manifiestan esa fuerza del amor de Dios: en su entrega generosa a los demás, en su servicio a la comunidad cristiana, en su sabiduría y rectitud de vida… En el siglo IX, el Papa Gregorio IV fijó esta fiesta de Todos los Santos en el 1 de noviembre.

Hoy damos gracias a Dios por tantos seguidores de Jesús, conocidos y anónimos, que han vivido plenamente el amor de Dios. Su entrega a los demás y al servicio del Evangelio, su serenidad y alegría en los momentos de dificultad, su sabiduría de vida, son muestra de la fuerza y la luz del Espíritu Santo, de su creatividad para renovar nuestras vidas y hacerlas fecundas.

Y recordamos que todos estamos llamados a la santidad: a enraizarnos en la vida de Dios, en su amor. Un santo no es alguien absolutamente perfecto (seguimos siendo de vasijas de barro, 2 Cor 4,7), sino alguien que vive desde el amor de Dios, en medio de sus circunstancias, y que transmite esa vida y ese amor.  

Las Bienaventuranzas nos muestran caminos de santidad, de plenitud de vida.

Son paradójicas, como lo es la vida misma: porque el camino de la alegría profunda, el del amor, también pasa por las lágrimas, y la plenitud pasa por la pobreza, la capacidad de despojarse de muchas cosas (“Para venir a poseerlo todo, no quieras poseer algo en nada”, dice S. Juan de la Cruz). El evangelista Mateo las transmite a una comunidad cristiana que ya conoce la persecución. Y apuntan a algo que la Iglesia va descubriendo: que para seguir a Jesús, en nuestro mundo, hay que superar contradicciones, como sufrir hambre y sed de justicia y aprender a buscarla con mansedumbre (sin violencia); que es necesario limpiar el corazón con humildad y capacidad de compartir, para transmitir paz y misericordia…  

Estas palabras tienen varios niveles de lectura y poco a poco vamos descubriendo su sentido: hablan de transformación interior y de esa humanidad nueva que Dios va creando; del Dios misericordioso que se acerca a los que sufren y necesitan, y de nuestra capacidad de ser cauces de ese amor hacia los demás. Hablan de una dimensión más profunda de plenitud que empezamos a gustar en esta vida y que ya nos asoma a la Plenitud de Dios que viviremos más allá de esta vida.

Para comprenderlas, hay que mirar a Jesús, el que las ha vivido en plenitud. Como rezamos con el salmo, buscamos su rostro y su presencia. Queremos aventurar la vida con Él.


Lecturas de hoy (www.dominicos.org)


  Comenzamos un nuevo año litúrgico, con el tiempo de Adviento. El evangelio de hoy conecta con el de hace 15 días, que también hablaba del ...