domingo, 17 de noviembre de 2024

"Sabed que él está cerca" (Mc 13, 24-32)

 

Estamos llegando al fin del año litúrgico, y las lecturas nos invitan a mirar la vida desde la perspectiva de lo último, lo definitivo. Para situarnos, para saber tomar opciones.

El pasaje de Daniel (Dn 12, 1-3) y del Evangelio de hoy nos llegan como “a medio traducir”. Y es que se pueden traducir las palabras, pero para entenderlas bien, tendríamos que haber vivido en aquel medio oriente antiguo, en que dioses y emperadores se identificaban con los astros, cataclismos y guerras azotaban los pueblos, y ejércitos naciones encumbraban naciones y luego las derribaban hasta hacerlas desaparecer.

En ese contexto nace el género literario apocalíptico. Con él Israel expresa una esperanza, una experiencia: Dios es más fuerte (“el amor es más fuerte” dijo Juan Pablo II). Y su pueblo prevalecerá, aunque parezca insignificante entre esos imperios dominadores, porque Dios no lo abandona. Dios tiene la última palabra, la que permanece cuando parecen tambalearse hasta los cimientos del mundo.

Una experiencia que la Iglesia va viviendo a lo largo de los siglos, entre los vaivenes del mundo y de sus poderes, avasalladores pero transitorios. Es la esperanza que celebraremos el próximo domingo, con la fiesta de Cristo Rey: Él es el Señor de la Historia. Su palabra de misericordia y salvación es la definitiva, la que no pasará. Saber esto nos da fuerza ante las dificultades y las situaciones desconcertantes de nuestro tiempo.

En cada Eucaristía, tras la consagración (donde hacemos memoria de las palabras de Jesús en la Última Cena) reafirmamos esta actitud, rientar nuestra vida mirando a Cristo, muerto y resucitado: “¡Ven, Señor Jesús!”  El Evangelio nos dice que Él está cerca. Y nos llama a estar despiertos, atentos, para descubrir cómo es eso.

La primera comunidad cristiana interpretaba esa cercanía pensando que el retorno glorioso de Jesús acontecería en sus años, en aquella misma generación (1 Tes. 4,17). Poco a poco fueron comprendiendo que “en cuanto al día y la hora, nadie lo conoce… solo el Padre”. Que esa inmediatez no es cronológica, sino de otro tipo. Tiene que ver, más bien, con la presencia de Dios en la entraña de la existencia, abriendo caminos de paz, de bondad, de hermosura. En cada generación. La imagen de la higuera nos ofrece una clave. Entre los fríos y oscuridades de nuestro tiempo, hemos sido elegidos como testigos de esa presencia de Cristo, escondida como la primavera en las yemas tiernas. Testigos que cultivan la Vida, que va brotando para dar fruto.

Hoy celebramos también la Jornada Mundial de los Pobres. Con ellos se identifica Jesús, y lo hace precisamente cuando habla de su retorno como Señor y Juez (Mt 25, 31-46). Dios muestra su gloria haciendo a las personas vivir en plenitud, y nos pide a nosotros dar frutos de solidaridad para ayudar en ello.

 

Señor, escucha la oración de los pobres,
que llega hasta tu presencia con la fuerza de la fe y la esperanza.
Haznos capaces de vivir con humildad,
reconociendo que todos somos necesitados de tu amor. 

Danos un corazón generoso,
dispuesto a compartir el sufrimiento de los que menos tienen
y a ser instrumentos de tu justicia y misericordia.

Que nuestra oración no se quede en palabras,
sino que se transforme en acciones concretas de caridad,
acercándonos a los pobres como hermanos
y compartiendo con ellos el don de tu paz.

Haz que nunca olvidemos
que en los rostros de los que sufren,
vemos el rostro de tu Hijo Jesús,
quien nos invita a amarlos con el mismo amor que Tú nos das.

Por intercesión de María,
Madre de los pobres y de los humildes,
te pedimos que nos guíes en este camino de oración,
servicio y entrega. Amén.



domingo, 10 de noviembre de 2024

"Ha echado todo lo que tenía" (Mc 12, 38-44)

 

Cuando el profeta Elías, perseguido, marchó a territorio extranjero, una viuda pobre le dio cobijo. Aquella mujer estaba en situación límite por la hambruna que causaron tres años de sequía. Y se fió de Dios, haciendo, con su último puñado de harina, un panecillo para el profeta.

Esa confianza y entrega brilla en la viuda del Evangelio de hoy. Jesús ve lo que significa la ofrenda de esta mujer pobre (aunque sea para un culto que él ha criticado, y precisamente por enriquecerse a costa de las viudas). Ve la confianza en Dios y la generosidad de su corazón. Y nos llama a observarlo.

El evangelio nos sitúa así ante una opción:

- utilizar la religión para el propio “provecho” (si es que verdaderamente es un provecho la ostentación, el situarse por encima de otros, o, en el caso de los eclesiásticos, el enriquecimiento económico).

- O vivirla auténticamente, desde la entrega y la confianza en Dios.

Una opción que hemos de renovar a diario, porque es frecuente y sutil la tentación de sacar alguna “ventaja” (sobre todo, en línea de soberbia), apartándonos de la sencillez y entrega confiada en amor a Dios y al prójimo.

La Eucaristía, en el ofertorio, nos invita a poner en manos de Dios, junto con el pan y el vino, cuanto somos y tenemos. La Plegaria Eucarística III pide a Dios que el Espíritu Santo “nos transforme en ofrenda permanente, para que gocemos de tu heredad, junto con tus elegidos: con María, la Virgen Madre de Dios, su esposo san José, los apóstoles y los mártires…”  


 “Cuando un alma comienza (por no alborotarla, de verse tan pequeña para tener en sí cosa tan grande), Dios no se da a conocer hasta que va ensanchándola poco a poco, conforme a lo que más necesita para lo que ha de poner en ella. Por esto digo que trae consigo la libertad, pues tiene el poder de hacer grande este palacio todo. El punto está en que se le demos por suyo con toda determinación, y se lo despejemos para que pueda poner y quitar como en cosa propia. Y tiene razón su Majestad; no se lo neguemos. Y como él no ha de forzar nuestra voluntad, toma lo que le damos; mas no se da a sí del todo hasta que nos damos del todo”.
               Teresa de Jesús, Camino de Perfección,  28,12



domingo, 3 de noviembre de 2024

"Amarás al Señor... amarás a tu prójimo" (Mc 12, 28b-34)

 

El Evangelio nos sitúa hoy en Jerusalén. Antes de culminar su misión en la cruz y la resurrección, Jesús expone una parte fundamental de su mensaje.

Pone en el centro el amor a Dios y el amor al prójimo. Esto es el corazón de la Ley que lleva a la vida. Desde ahí se comprende todo lo demás. Además, los une (Jesús responde al escriba uniendo dos textos: Dt. 6, 4-5  y Levítico 19, 18). La unión entre estas dos dimensiones del amor es profunda y tiene varias facetas. Amar al prójimo hace concreta y real nuestra capacidad de amar. Amar a Dios (y acoger su amor, porque “Él nos amó primero”, 1 Jn 4,10) nos hace capaces de amar, y de hacerlo verdaderamente, al estilo de Dios…

Es un amor total, llamado a hacerse presente en todo. Amar “con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas” (Dt 6,5). Jesús añade “con toda tu mente”. Amar también es aprender a amar, y eso también configura nuestra mente.  

El escriba preguntaba por mandamientos. Pero no se trata sólo de normas que cumplir. Jesús propone todo un estilo de ser y de hacer, que comienza en la escucha (“Escucha, Israel…”), y que nos lleva a centrar toda nuestra vida. Desde Dios, el “único Señor“, todo se puede ir integrando, encontrando su lugar y su orientación.

Es palabra de Vida. Celebramos este domingo al día siguiente de recordar a los Difuntos. Y el pasaje evangélico que escuchamos también sigue a una enseñanza de Jesús sobre la Resurrección. Allí, Jesús llama a “entender las Escrituras y el poder de Dios”, que “no es un Dios de muertos, sino de vivos” (Mc 12, 24.27). El amor nos lleva más allá de nosotros mismos (de nuestros intereses, comodidad…). Y, de alguna manera, nos aproxima a la vida eterna, que va más allá de nuestras fuerzas y posibilidades. La vida de Dios, que es amor (1 Jn 4,8).

 

“Acá solas estas dos que nos pide el Señor: amor de su Majestad y del prójimo es en lo que hemos de trabajar; guardándolas con perfección, hacemos su voluntad, y así estaremos unidos con él. … La más cierta señal que -a mi parecer- hay de si guardamos estas dos cosas, es guardando bien la del amor del prójimo; porque si amamos a Dios no se puede saber, aunque hay indicios grandes para entender que le amamos; mas el amor del prójimo, sí. Y estad ciertas que, mientras más en éste os viereis aprovechadas, más lo estáis en el amor de Dios; porque es tan grande el que su Majestad nos tiene que, en pago del que tenemos al prójimo, hará que crezca el que tenemos a su Majestad por mil maneras; en esto yo no puedo dudar”. 
            (Teresa de Jesús, Moradas V, 3, 7-8)


Lecturas de hoy (www.dominicos.org)

viernes, 1 de noviembre de 2024

Bienaventurados (Mt 5, 1-12)

 

En medio de la desolación  y la muerte que ha dejado la DANA, van brotando testimonios de humanidad: personas que lo han perdido casi todo, pero reparten lo poco que le queda; gente que se organiza como puede para ayudar; militares y profesionales que se esfuerzan  de forma impagable para salvar vidas y paliar el desastre… Como nos dice hoy san Juan, somos hijos de Dios, aunque eso no resulta evidente en este mundo, que muchas veces no conoce a Dios. Dios ha puesto en nuestros corazones algo de su vida, su capacidad de amar.

Hablar de santidad es hablar de esa vida de Dios, que es fuente de bondad y hermosura, de paz y solidaridad. Que es, a la vez, lo que nos hace más humanos. Es hablar de vida humana desarrollada en plenitud. Plenitud dentro de cabe en las situaciones concretas y limitadas (a veces trágicas) de nuestra existencia. Por eso, no significa que todo salga bien, ni siquiera es acertar o hacerlo todo bien (los santos también tuvieron sus debilidades y fallos). Tiene que ver, más bien, con el amor, con el empeño de “pasar haciendo el bien”, como nuestro Maestro (Hch 10,38); y el apoyarnos, desde nuestra fragilidad, en Dios que nos ama incondicionalmente.

Escuchamos hoy, una vez más, el Evangelio (Buena Noticia) de las Bienaventuranzas. Son caminos de vida, cada uno con muchas dimensiones, que se pueden entender mirando a Jesús, el modelo de todas ellas.

Hoy damos gracias a Dios por todos los que han vivido así, y van dejando, en el mundo, huellas de la bondad y hermosura de Dios. Y recordamos que también nosotros llevamos esa vida, y estamos llamados a cultivarla.

 

La conmemoración de los Difuntos es independiente de la de hoy (aunque se tienden a solapar, porque se aprovecha este día de fiesta para visitar los cementerios). Aunque guarda, en el fondo, relación. Ese rastro de vida que los santos (conocidos o anónimos) han dejado en el mundo, es testimonio de la fuerza del Espíritu, de la Vida de Dios, más fuerte que la muerte. La que Cristo manifestó en su Resurrección, y que comparte con nosotros. Por eso recordamos a nuestros difuntos con esperanza.


viernes, 25 de octubre de 2024

"Maestro, ¡que pueda ver!" (Mc 10, 46,52)

 

La curación del ciego Bartimeo (probablemente, alguien conocido en la primera comunidad cristiana, pues se nombra a su padre) es el último signo de Jesús en su camino hacia Jerusalén. Marcos la narra con palabras cargadas de significado: entre líneas, podemos leer toda una historia de fe, un itinerario que puede ser también el nuestro.

Bartimeo aparece en este relato como alguien que “ha perdido el camino”. Ciego, está sentado en la cuneta de la vida, como un mendigo que vive de limosna. En aquella sociedad, es además un marginado.  

Pero en su interior brilla aún la esperanza. Al oír a Jesús que pasa, se despierta, como el atisbo de una luz que empieza ya a guiarlo. Y empieza a llamar a Jesús. Lo invoca como Mesías, hijo de David. A este título (ambiguo aún, como un acercamiento “a tientas” a Cristo) le añade una petición que, en su humildad, alcanza el corazón de Jesús y su mensaje: la misericordia. Y aunque el entorno le invita a desistir, él insiste. Como Jesús nos invita a hacer en la oración: “¡ten compasión de mí!

Acoge la llamada de Jesús, y responde. A diferencia del joven rico, que quedó atrapado en sus muchas riquezas (Mc 10, 21-22), Bartimeo suelta lo que tiene (el manto era “lo único que tiene para protegerse del frío” Éxodo 22:26-27; Dt 24:17-18), y da el salto hacia Jesús. Y ante la pregunta de Jesús (la misma que poco antes hizo a los hijos de Zebedeo, Mc 10,36), él pide lo verdaderamente importante. Que enlaza, además, con los signos del Reino de Dios  (“los ciegos ven, los cojos andan…” Lc 7, 22). Este pasaje es también una enseñanza sobre la oración y la vida: “Maestro, ¡que pueda ver!

Y Bartimeo, verdaderamente llega a ver. Por eso entra en el camino de Jesús (ese mismo que a los discípulos les daba miedo y les resultaba incomprensible, Mc 10, 32).

La otras lecturas de hoy nos iluminan y proponen lo que Bartimeo “ve”: la obra salvadora de Dios, cantada por Jeremías (Jr 31, 7-9) y por el salmo 125, y realizada plenamente por Jesús. Él ha tocado nuestra debilidad y ha sido constituido por el Padre como sacerdote, “puente” (pontífice) que nos permite llegar a Él, a la vida (Hebreos 5, 1-6).  

La fe, que comenzó como atisbo y la esperanza de luz, nos guía a Jesús, se hace plena en el encuentro con Él, y es capaz de curar nuestras cegueras.

“¡Oh almas criadas para estas grandezas y para ellas llamadas!, ¿qué hacéis?, ¿en qué os entretenéis? Vuestras pretensiones son bajezas y vuestras posesiones miserias. ¡Oh miserable ceguera de los ojos de vuestra alma, pues para tanta luz estáis ciegos, y para tan grandes voces sordos, no viendo que, en tanto que buscáis grandezas y gloria, os quedáis miserables y bajos, de tantos bienes, hechos ignorantes …”
   S. Juan de la Cruz, Cántico Espiritual, 39,7


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domingo, 20 de octubre de 2024

"Id e invitad a todos al banquete" (Mt 22, 9)


De nuevo, el Evangelio nos recuerda que servir y entregar la vida es el camino de Jesús para dar vida a todos. Y que es el camino de verdadera realización humana que él nos propone, el camino del amor.

Inmediatamente antes (Mc 10, 32-34), Jesús ha anunciado, por tercera vez y de forma más explícita, su Pasión y Resurrección. También aparecen de forma más explícita los intereses, la ambición de los discípulos (que “no saben lo que piden”: cuando el evangelio vuelva a hablar de los que están a derecha e izquierda de Jesús será en la cruz –Mc 15,27-, donde Jesús manifestará la gloria de Dios. Y allí lo abandonarán). Piensan que su disposición a seguir a Jesús y compartir su suerte (su bautismo y copa) les da derecho, y justifica su ambición.

Jesús llama a sus discípulos (Mc 10,42), porque, en sus actitudes, se están alejando. Nos llama: a tomar conciencia de nuestras actitudes, y también de las consecuencias que tiene, en la vida y en el mundo, optar por el poder o por el servicio. Nos llama, nos invita a su amistad y su propuesta de vida.

El DOMUND nos invita a transmitir esa llamada, que es universal: “invitad a todos” (Mt 22,2-10). Jesús presenta el proyecto de Dios, su Reinado, como un banquete de bodas: celebración de amor, espacio generoso de vida y alegría, de compartir.

La Eucaristía que celebramos cada domingo nos recuerda ese banquete y nos invita a saborear y vivir sus ingredientes: la Palabra y la Presencia viva de Jesús, su alegría, el compartir, favorecer la vida de las personas, servir… Hoy, nos recuerda, en especial, la vocación misionera de la Iglesia, que nos alcanza a todos. Nos recuerda el empeño de tantos misioneros en otros países, y nos invita a compartir con las Iglesias jóvenes. Y el contacto con ellas, con sus retos y su dinamismo, nos ayuda a renovar nuestra creatividad y ánimo para llevar a todos, allí donde estemos, la invitación de Jesús. Que es propuesta de Vida.

Mensaje del Papa Francisco para el DOMUND 2024 


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domingo, 13 de octubre de 2024

"Ven y sígueme" (Mc 10, 17-30)

 

“En el Evangelio de hoy, el personaje central es un judío honrado, recto, cumplidor de la Ley, que se acerca a Jesús con un hondo deseo de “heredar la vida eterna.” Su actitud está llena de respeto hacia el “maestro bueno” ante el que se arrodilla. Frente a la de los fariseos, la suya es clara y sin doblez, y pone de manifiesto que la mera observancia de la Ley no es suficiente para un hombre que vive con fidelidad a la misma. Obedecer los mandamientos le deja insatisfecho. O mejor, en los términos de Jesús: “le falta una cosa.” De manera sutil, Jesús nos muestra que la Ley, aunque se observe minuciosamente, queda lejos y es bien distinta del camino que conduce al Reino de Dios que él proclama. Entrar por la senda estrecha que lleva a él exige algo más que la mera observancia de la Alianza. El consejo que le ofrece Jesús al rico, vender lo que tiene y dárselo a los pobres, es imposible humanamente hablando. Requiere la ayuda de Dios y una confianza en él que desafía nuestro deseo natural de ser dueños de nuestra vida y sentirnos seguros gracias nuestro dinero o nuestros recursos humanos. 

            Es este preciso momento Jesús ofrece un ejemplo práctico de la actitud que subyace a las Bienaventuranzas: quienes confían en Dios pueden sentirse dichosos y “bienaventurados” porque, aunque pasen hambre o sean pobres o se vean perseguidos, su confianza en Dios les dará una seguridad que ningún tesoro podría proporcionarles. En cierto sentido, es también la actitud reflejada en los niños del Evangelio del domingo pasado (Marcos 9:14-15): el Reino les pertenece a quienes sepan aceptarlo como un regalo. El diálogo con el rico justo es también un momento para ver el tipo de exigencias que tendrán que afrontar quienes quieran entrar en el Reino. En varias ocasiones ha mencionado Jesús la confianza en el Padre que debería caracterizar el estilo de vida de sus discípulos. “No se puede servir a Dios y a las riquezas” (Mateo 6:24) podría resumir la actitud de quienes optan por seguirle. Y no es un enfoque ingenuo de la realidad: Dios ya sabe que necesitan alimentos, vestido y vivienda… pero quienes buscan el Reino de Dios “recibirán también todas esas cosas” (Mateo 6:25-34; Lucas 12:23-31). 

            Sin embargo, no estamos ante un planteamiento “ascético” o estoico de la vida. Es, por el contrario, una actitud que brota de la Sabiduría procedente de Dios y que es Jesús mismo, el espíritu y la visión aguda de la Palabra de Jesús, “más cortante que espada de dos filos,” que hace que los humanos podamos ver la realidad con los ojos mismos de Dios. Sólo bajo su guía podemos entender que ni las riquezas ni los recursos humanos (ni siquiera la observancia de la Ley) pueden proporcionarnos “la vida eterna”. Es un don que procede de él únicamente.

                        Mariano Perrón (1947-2019)

             Copio hoy este texto de Mariano Perrón, maestro y amigo, de una Lectio Divina de 2015, que me parece muy bueno para comprender el Evangelio y lecturas de hoy.

 Añado una reflexión de Teresa de Jesús en las Moradas Terceras, sobre el joven rico: “Desde que comencé a hablar en estas moradas le traigo delante, porque somos así al pie de la letra” (Moradas III, 1, 6). Invita Teresa a la humildad (“andar en verdad”) para reconocer cómo seguimos apegados a muchas cosas (materiales o de otros tipos), que “traban nuestros pies” en el camino de seguir a Jesús. porque, como no nos hemos dejado a nosotras mismas, es muy trabajoso y pesado; porque vamos muy cargadas de esta tierra de nuestra miseria” (M III, 2, 9). Y aconseja: “Procurar ejercitar las virtudes y rendir nuestra voluntad a la de Dios en todo, y que el concierto de nuestra vida sea lo que su Majestad ordenare de ella, y no queramos nosotras que se haga nuestra voluntad sino la suya. Ya que no hayamos llegado aquí, como he dicho: humildad, que es el ungüento de nuestras heridas; porque, si la hay de veras, aunque tarde algún tiempo, vendrá el cirujano, que es Dios, a sanarnos” (M III, 2, 6)

 Y una más, de Teresa del Niño Jesús, en una carta a su hermana María, cuando escribió el “Manuscrito B” (Carta 197, 17-IX-1896):

“las riquezas espirituales hacen injusto al hombre cuando se apoya en ellas con complacencia, creyendo que son algo grande...
     Hermana querida, ¿cómo puedes decir, después de esto, que mis deseos son la señal de mi amor...? No, yo sé muy bien que no es esto, en modo alguno, lo que le agrada a Dios en mi pobre alma. Lo que le agrada es verme amar mi pequeñez y mi pobreza, es la esperanza ciega que tengo en su misericordia... Este es mi único tesoro. Madrina querida, ¿por qué este tesoro no va a ser también el tuyo...?”

Lecturas de hoy (www.dominicos.org)


  Estamos llegando al fin del año litúrgico, y las lecturas nos invitan a mirar la vida desde la perspectiva de lo último, lo definitivo. Pa...