En los primeros domingos de Pascua, contemplamos el
encuentro de Jesús resucitado con los discípulos. Lo siguientes nos ofrecen
pistas para ir entrando en la Vida Nueva que Él nos ofrece, a la vez que nos
invitan a contemplarlo como Hijo de Dios y descubrir lo que significa su
gloria.
Y hoy nos dice: “Yo y
el Padre somos uno” (Jn 10, 30). Una
palabra que se apoya en sus obras, porque “las
obras que hago en nombre de mi Padre son las que dan testimonio de mí” (Jn 10, 25). En virtud de esta unión profunda
del Hijo con el Padre, aquellos que se ponen en sus manos pueden saberse
seguros: “nadie las arrebatará de mi mano”,
“no perecerán para siempre.”
Con esta confianza ha vivido esa muchedumbre incontable “de todas naciones, razas, pueblos y lenguas”
que Juan describe en el Apocalipsis. El redil
de Jesús se ha abierto a toda la humanidad. Éstos han pasado por la gran tribulación: han sufrido las
persecuciones, y las dificultades de nuestro mundo. No están limpios porque se
hayan inhibido del barro y las luchas del mundo, sino porque “han lavado y blanqueado sus vestiduras” en la vida (la sangre) de Jesús: lo han seguido en profundidad. Y con Él, el Cordero, el que venció a la muerte a
través de su entrega por amor, se alcanza la palma de la victoria.
Jesús describe, breve y hondamente, la relación que nos
invita a establecer con Él. Vale la pena que meditemos cómo la vivimos:
Cómo escuchamos su voz, que nos habla en la Escritura, y
también en nuestro corazón, a través de su Espíritu. Cómo le prestamos atención
y la destacamos, entre tantas voces y ruidos que nos circundan.
Cómo nos conoce, con esa mirada suya que ve lo más hondo,
que nos acoge, nos ama.
Cómo le seguimos: seguimos sus enseñanzas, sus actitudes,
sus pasos… Sabiendo que Él conoce los anhelos más profundos de nuestro corazón,
y también el barro del que estamos hechos.
Cómo nos da la vida eterna, la que atisbamos en pequeños
signos que van floreciendo en esta existencia, y la que va más allá de lo que
cabe en nuestro pensamiento.
Hoy, el día del Buen Pastor, oramos también por las
vocaciones, especialmente por las llamadas al ministerio sacerdotal y la vida
consagrada. Que cada uno sepamos escuchar su voz y seguirle, para acoger la
vida que nos ofrece.
Y oramos también por el Papa León XIV, dando gracias por su
sí al Señor y a la Iglesia, y pidiendo que el Espíritu lo acompañe con sus
dones .
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