El Evangelio nos sitúa en la Última Cena. Al salir Judas del
Cenáculo para preparar el arresto de Jesús, comienza la Pasión. En ella, se
manifiesta la gloria de Dios. En la entrega de Jesús por nosotros se manifiesta
el amor de Dios que nos salva, asumiendo y redimiendo el dolor de nuestro mundo.
Jesús sabe que le queda
poco tiempo, y abre a sus discípulos su corazón (el término “hijitos” indica ese tono entrañable). Nos
transmite lo esencial. Así nos da el “mandamiento
nuevo: que os améis unos a otros”
Ya el Levítico mandaba “amarás
al prójimo como a ti mismo” (19, 18). El mandamiento de Jesús es nuevo por su referencia a Jesús. Es la Nueva Ley de Jesús, que no consiste en
cumplir normas, sino en amar, guiados por el Espíritu Santo. Amar como Jesús es
precisamente, lo que nos introduce en la Vida Nueva que Él nos ofrece. Y anuncia
(y empieza a hacer realidad) el cielo y la
tierra nuevos de que nos habla hoy el Apocalipsis (21,1).
Este mandamiento es, sobre todo, un don (por eso dice Jesús “Os
doy”). Es el legado de Jesús. Así
es como lo seguimos, y nos introducimos en su amistad. Así dirá Jesús: “Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que os
mando” (Jn 15,1), que no consiste en “cumplir
órdenes”, sino, precisamente, en vivir en este amor. El amor a Cristo se
forja en el amor al hermano, que construye la comunidad (1 Jn 4, 7-13),
comunidad en la que Él se hace presente (Mateo 18,20: “donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo, en medio de
ellos”). Este amor nos identifica con Jesús, como discípulos suyos. De
hecho, el amor fraterno de las primeras comunidades interpelaba a la gente en
el mundo antiguo, y llevó a muchos a Jesús.
“Como yo os he amado”:
el amor de Jesús es nuestro modelo y también nuestra fuente. Lo que, a su
vez, nos remite a la forma como Jesús vive el amor: “Como el Padre me ha amado, así os he amado yo” (Jn 15, 9). Este
amor no es voluntarismo, sino respuesta a un amor que estamos llamados a
experimentar. Es preciso comprender cómo nos ama Dios, acoger ese amor, para que
Él nos haga capaces de amar. La oración puede ser esto: acoger el amor de Dios,
para dejarnos transformar por Él.
El evangelio y la liturgia de hoy sitúan ese amor en el
contexto de nuestra debilidad y de la complejidad del mundo: Jesús habla de esto
entre el anuncio de la traición de Judas y el de la negación de Pedro. Por otra
parte, en esa comunidad que se abre al mundo (Hechos de los Apóstoles), en un
proceso que tuvo tribulaciones e incertidumbres. Así se va abriendo paso, de
manera humilde pero decisiva, ese “hago
nuevas todas las cosas” del Apocalipsis (21, 5). En medio de nuestros
tropiezos, debilidades y dudas, vamos aprendiendo a amar.
Amar como Jesús (en griego hay muchos términos para hablar
del amor. Aquí es ápape: el amor
desinteresado, que es puro don). Podemos mirar la vida de Jesús para comprender
ese amor que va unido a la verdad, que no ata sino que libera, que dialoga, que
sana, que lava los pies de los discípulos… ¿Cómo puedo hacerlo concreto hoy?
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