Tras hacer milagros y señales y predicar a multitudes en
varios lugares, Jesús va a Nazaret, y no encuentra allí acogida. Este hecho impresionó
a los discípulos, y al propio Jesús. Lo cuentan también Mateo y Lucas, y Juan
lo resume, al principio de su Evangelio: “Vino
a su casa, y los suyos no lo recibieron” (Jn 1, 11-12. Y añade: “pero a los que lo recibieron les dio poder
de hacerse hijos de Dios”). Los detalles con que lo narra Marcos, y las
lecturas con que lo acompaña hoy la Liturgia, nos ofrecen algunas claves:
- La obstinación y la cerrazón. Las dificultades del profeta
Ezequiel ante Israel, un pueblo “de
corazón obstinado” anuncian las de Jesús, y denuncian una tendencia de la
humanidad: la de cerrarnos en nuestra mentalidad, nuestra ideología y esquemas.
Los paisanos de Jesús se escandalizaron ante su mensaje: “¿De dónde saca todo eso?”. Hoy, esta tendencia hace crecer en todo
el mundo una peligrosa polarización: sólo oír a los de nuestro círculo. El
Evangelio nos invita a esforzarnos por mantener abierto el corazón. Ante los
otros, y ante Dios.
- La desconfianza. ¿Cuántas veces hemos oído (o dicho) la frase
“te conozco demasiado bien” en contexto
de reproches? A veces etiquetamos a las personas y no esperamos de ellas nada
nuevo. Los paisanos de Jesús creían saberlo todo sobre Él, su familia y
orígenes. Su falta de fe y de apertura les impidió encontrarse de verdad con Él,
conocer la Vida que les ofrecía: “No pudo
hacer allí ningún milagro. Y se admiraba de su falta de fe.”
- La autosuficiencia y el desprecio. Los de Nazaret se
refieren a Jesús con matices peyorativos (como lo era, en aquella cultura,
omitir al padre). Cuando leemos esta escena desde el salmo, podemos descubrir
que en la desconfianza y obstinación hay una autosuficiencia que desprecia al
otro. Israel tuvo, además, la tentación de despreciar a los demás pueblos. La
predicación de Jesús chocó, repetidas veces, con las pretensiones de supremacía
y poder judías. En contraste con esa arrogancia y desdén, el salmista se vuelve
hacia la misericordia de Dios. Y de ella también habla Pablo, desde una
experiencia dolorosa, en la que aprendió algo: evitar la autosuficiencia, dejar
de soñar con la perfección que él pretendía, para acoger la gracia de Dios que actuaba,
con fuerza, en medio de sus dificultades y su fragilidad.
La sabiduría que Jesús ofrece tiene que ver con eso: con la
vida que Dios regala gratuitamente, que nos acompaña en medio de nuestras
debilidades. La gracia de Dios que nos ayuda a realizar nuestra vida: tal vez
no por el camino que pensábamos, pero por un camino de fecundidad y de amor.
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