El mar embravecido era, para Israel, ejemplo de las fuerzas
de la naturaleza, admirables y temibles, que pueden desatar un caos capaz de
engullir y destruir a la persona. Hoy, la Palabra nos muestra a Dios como el
que es capaz de dominar esas fuerzas, poniendo orden y paz el que puede serenar
la tormenta (y lo que nos atormenta). Y por eso nos invita a la confianza.
La primera lectura sitúa la fe en un contexto de dolor. Job,
desde un sufrimiento atroz, ha clamado a Dios. En la respuesta de Dios se hace
ver cómo Él conoce todo, lo ha creado y mantiene su orden. Pero hay un “algo
más” que queda en misterio. El libro no termina de dar una explicación ante el
mal y el dolor que campan por el mundo y se han cebado en Job. Sin embargo,
Dios ha salido a su encuentro, (“antes te
conocía de oídas, mas ahora te han visto mis ojos” Job 42,5), y en ese
encuentro responde, verdaderamente, a su clamor, y restaura a Job.
En el Evangelio, Jesús dice a sus discípulos: “Vamos a la otra orilla”. Esa otra orilla
es un territorio semipagano (la Decápolis) donde van a encontrarse,
precisamente, con situaciones de sufrimiento y destrucción de la persona: el
endemoniado de Gerasa, la hija moribunda de Jairo… La premura del relato (“se lo llevaron en barca, como estaba”) sugiere
que apenas están preparados para la travesía. Es el atardecer del día en que
Jesús hablaba del Reino de Dios a través de parábolas, y pronto cae sobre los
discípulos la noche, la oscuridad y la tormenta. Entre líneas, podemos leer, en
este relato, las desavenencias e incertidumbres, las dificultades y peligros en
que se veía la Iglesia en su misión, cuando Marcos escribía estas líneas. Y también
las nuestras.
Mientras, Jesús duerme. Parece no tener respuesta para la
desorientación y las fatigas de los discípulos. Estos, al final, claman al
maestro con unas palabras que expresan su pavor (casi, desesperación). Y Jesús
se pone en pie y calma la tempestad. Muestra su capacidad para dominar vientos
y realidades que parecían ingobernables. Un poder creador de armonía, que
sobrecoge a sus discípulos. Y que nos permite descubrir que antes, Él duerme porque
confía en el Padre, que hace presente en el mundo su Reino, su Vida, como
semilla que crece también durante la noche y en la oscuridad.
Pablo, en la segunda carta a los Corintios, nos ofrece una
nueva perspectiva sobre nuestras vidas (y también para este relato): nos afecta
la entrega de Cristo. No puede ser como si Cristo no hubiera pasado por nosotros,
porque estábamos perdidos, si Él no nos hubiera salvado. Estamos tocados por un
amor que nos mueve a no vivir para nosotros mismos, sino para El, que nos
ofrece nueva vida en su Resurrección y nos lleva a mirar todo de una forma
nueva.
Es también una travesía “a
otras orillas”. Como los discípulos, que están sobrecogidos pero aún no
tienen fe plena, también podemos encontrar noches y tempestades, y momentos en
que Dios parece “dormido”. Si nuestra
confianza parece quebrarse ante las dificultades, siempre podemos acudir a Él.
Orar, aunque a veces casi no sepamos cómo. El que respondió a la queja amarga
de Job y a la llamada intempestiva de los discípulos, también nos irá revelando
su capacidad de serenar las aguas, nos irá guiando para abandonar los miedos y
crecer en la fe.
Yo he conocido
algunas almas, y aun creo que puedo decir hartas, (…) probarlos su Majestad en
cosas no muy grandes, y andar con tanta inquietud y apretamiento de corazón,
que a mí me traían temerosa. (…) muchas veces quiere Dios que sus escogidos
sientan su miseria y aparta un poco su favor, que no es menester más, para que
nos conozcamos bien presto. (…). Procurar ejercitar las virtudes y rendir
nuestra voluntad a la de Dios en todo, y que el concierto de nuestra vida sea
lo que su Majestad ordenare de ella, y no queramos nosotras que se haga nuestra
voluntad sino la suya. Y si no hemos llegado aquí, como he dicho: humildad, que
es el ungüento de nuestras heridas; porque, si la hay de veras, aunque tarde
algún tiempo, vendrá el cirujano, que es Dios, a sanarnos. (…)
Teresa de Jesús, El Castillo Interior, III, 2,2.6
Lecturas de hoy (www.dominicos.org)
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