“La ética termina
donde empiezan los nervios”. Así reza un titular de una escritora de éxito,
que leí ayer. Me sorprende esta falta de conciencia y de memoria: hace sólo
cuatro años, miles de sanitarios luchaban, en una situación límite que se
prolongó durante meses, por salvar millones de vidas. La frase me parece un
ejemplo (entre muchos) de la desorientación y falta de principios de nuestro
tiempo. Puede hacernos pensar también en la falta de rumbo y sentido de quienes
“pastorean” hoy la cultura (medios de
comunicación, intelectuales…: “vosotros
dispersasteis mis ovejas y las dejasteis ir sin preocuparos de ellas”, dice
la lectura de Jeremías, 23, 1-6).
Este domingo, el evangelio habla de una multitud que “andaban como ovejas que no tienen pastor”.
Describe también la realidad de hoy, con tantas personas extenuadas, corriendo de
aquí para allá sin encontrar lo que buscan, abatidas por la falta de esperanza
y de sentido, desorientadas.
Ante ellos, vemos a Jesús y sus discípulos. Se mueven entre el
anhelo de un lugar tranquilo para estar a solas con el Maestro, y la atención a
esa multitud que tiene hambre de Verdad y de Vida. Marcos nos propone buscar el
equilibrio entre esas dos dimensiones: el discípulo ha de ser apóstol, no puede
desentenderse de la gente; y por otra parte, él también tiene mucho que
aprender, y necesita encontrar tiempo para alimentarse, para “estar muchas veces a solas, con quien
sabemos nos ama” (como describía Teresa de Jesús la oración).
Llama la atención, una vez más, la actitud de Jesús. Quería retirarse
a un lugar tranquilo, pero su plan se frustra, porque ese lugar desierto se ha
llenado de gente que lo requiere. Y, en lugar de impacientarse, Jesús se pone a
enseñar a la gente “muchas cosas”. La
expresión de Marcos también significa “con
calma”. Jesús lleva dentro esa calma, que se hace capacidad para ver a la multitud y reconocer lo que están
viviendo las personas. Esa paz no es un “blindaje” ni un abstraerse de los
problemas de la gente: Marcos nos dice que a Jesús “se le conmueven las entrañas” (ese es el sentido del verbo “compadecerse”). Es una Paz unida a la
Misericordia. Con ella, Jesús va a enseñar a la gente. Y también va a responder
a sus necesidades, dándoles de comer, como veremos en el pasaje que sigue. Esa
Paz y Misericordia de Jesús se nos propone como referencia.
El salmo nos ayuda a enfocar todo esto, al invitarnos a reconocer a Jesús al Buen Pastor. Él es nuestra referencia: nos conduce por el sendero de vida, nos acompaña con su bondad y su misericordia. Él nos alimenta, repara nuestras fuerzas, es nuestro descanso. “Él es nuestra paz”, nos dice San Pablo (Efesios, 2, 14); y ahonda en uno de los sentidos de esa paz: la reconciliación, que es trabajo por la paz y la unión entre los pueblos; es conversión, apertura al amor de Dios; y es también camino personal de sanación de las heridas y contradicciones que nos tensan por dentro.
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