domingo, 15 de junio de 2025

“El Espíritu de la verdad os guiará” (Jn 16, 12-15)

 

La fiesta de hoy nos invita a contemplar a Dios, como se ha revelado en la Pascua, en la Resurrección de Jesús y el don del Espíritu Santo. La confesión de fe en la Trinidad nace de la experiencia de los discípulos: en las palabras y obras de Jesús, y sobre todo en el encuentro con Jesús Resucitado, con su fuerza creadora y la vida que Él transmite, descubren que Él es Dios. Además, experimentan al Espíritu Santo como presencia personal de Dios, llena de fuerza vivificadora, creadora, que los “guiará hasta la verdad plena”. Y ambos, Jesús y el Espíritu, llevan al Padre: Jesús nos ha enseñado a llamarlo Abbá (Lc 1,2), y el Espíritu “se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios” y “nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre!” (Rom 8, 15-16). Esta experiencia fue tan fuerte que rompió sus esquemas religiosos (el estricto monoteísmo judío), y los llevó a confesar a las Tres Personas: Padre, Hijo y Espíritu, que son un solo Dios, porque como Jesús mismo afirma, “somos uno” (Jn 10, 30).

La Iglesia habla de Dios Trinidad desde el encuentro personal (y comunitario) con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Por eso, son también los místicos quienes más hablan de la Trinidad, desde la experiencia. Dios es misterio, y la forma principal de acercarnos a él no es el pensamiento abstracto, sino la relación personal. En esa relación insisten las lecturas de hoy, desde el libro de los Proverbios (“mis delicias están con los hijos de los hombres”), y el salmo 8, que canta, a la vez, la pequeñez de hombre ante Dios, y la inmensa dignidad de la que Dios lo reviste. Pablo, en la carta a los Romanos, nos habla de Jesucristo, que nos ha reconciliado con Dios (de quien nos habíamos alejado) y nos da acceso a la gracia de Dios. Y de “el Espíritu Santo que se nos ha dado” y derrama en nuestros corazones el amor de Dios. El mismo Espíritu que nos anuncia lo de Jesús y lo del Padre, y nos guía hasta la verdad plena. Dios vive en relación. Y nos llama a entrar en relación con Él.

¿Cómo es tu relación con Dios? La fiesta de hoy te invita a profundizar en tu relación de hermano (Heb 2,11), discípulo y amigo (Jn 15, 14) con Jesucristo. En tu apertura al Espíritu que “se une a nuestro espíritu” Rom 8, 16) y nos hace capaces de vivir y “adorar al Padre en Espíritu y en verdad” (Jn 4,23-24). En tu relación de confianza filial con Abbá, el Padre.

 

¡Oh, Dios mío, Trinidad a quien adoro! Ayúdame a olvidarme enteramente de mí para establecerme en Ti, inmóvil y tranquila, como si mi alma estuviera ya en la eternidad. Que nada pueda turbar mi paz, ni hacerme salir de Ti, ¡oh mi Inmutable!, sino que cada minuto me sumerja más en la hondura de tu Misterio.

Inunda mi alma de paz; haz de ella tu cielo, la morada de tu amor y el lugar de tu reposo. Que nunca te deje allí solo, sino que te acompañe con todo mi ser, toda despierta en fe, toda adorante, entregada por entero a tu acción creadora.

Santa Isabel de la Trinidad

 


Hoy celebramos la jornada “Pro Orantibus”. En este día, oramos por los contemplativos, que oran por nosotros continuamente, y con su oración son, de manera callada y silenciosa, como una puerta abierta a la fuerza, la luz y la vida de Dios, para que impulsen a la Iglesia y lleguen a cada uno de nosotros.


Lecturas de hoy (www.dominicos.org)

domingo, 8 de junio de 2025

“Recibid el Espíritu Santo” (Jn 20, 19-23)

 

Pentecostés es la plenitud de la Pascua.

Inicialmente (cuando Pascua era la fiesta del paso del invierno a la primavera), era la fiesta de la cosecha. Después comenzó a celebrarse, en esta fiesta, el don de la Ley: Dios, tras liberar a los hebreos de Egipto, les da, en el Sinaí, la Ley (vuestra sabiduría e inteligencia, Dt 4, 6), que los reúne y los identifica como pueblo, el pueblo de Dios.

El Espíritu Santo es el don de Jesús resucitado a sus discípulos. El que abre su mente para comprender su Palabra (Lc 24, 45). El que les transmite a su corazón (El Espíritu habla, se une a nuestro espíritu… Rom 8,16) el gozo, la Paz, el amor de Jesús. El que les hace posible identificarse con el Maestro y, cada uno desde su propia personalidad, vivir el Evangelio y transmitirlo. El gesto de Jesús, soplando sobre ellos, recuerda al de Dios soplando sobre Adán (Gn 2,7): los re-crea, los renueva profundamente.

El fuego, símbolo de la presencia de Dios (que bajó sobre el Sinaí en la Alianza, Ex. 19, 18) ahora baja sobre cada uno de los discípulos. Y los lanza a la misión, para llegar a todos, de manera que cada uno los oiga hablar de las grandezas de Dios en su propia lengua (Hch 2, 4-11). Las lecturas, hoy, subrayan esa diversidad de lenguas, sensibilidades, actuaciones, carismas… “para el bien común”  (1 Cor 12, 7): que conduce a la comunión. El Evangelio alude de una misión de reconciliación. Un reto para nuestro tiempo.

Esta fiesta nos invita a pedir el don del Espíritu. Y, sobre todo, a recibirlo. Nos ofrece algunas claves de cómo hacerlo: con actitud de discípulos, en comunidad (reunidos, como un cuerpo con miembros diversos…). En otros lugares hablará de la búsqueda de la Verdad, de las actitudes del amor…

¿Cómo puedo abrir mi vida al Espíritu? ¿Qué puede estar alentando el Espíritu en mí?

¡Oh llama de amor viva
que tiernamente hieres
de mi alma en el más profundo centro,
pues ya no eres esquiva,
acaba ya, si quieres;
rompe la tela de este dulce encuentro!

¡Oh cauterio suave!
¡Oh regalada llaga!
¡Oh mano blanda! ¡Oh toque delicado
que a vida eterna sabe
y toda deuda paga;
matando, muerte en vida la has trocado!

¡Oh lámparas de fuego
en cuyos resplandores
las profundas cavernas del sentido,
que estaba oscuro y ciego,
con extraños primores
calor y luz dan junto a su querido!

¡Cuán manso y amoroso
recuerdas en mi seno
donde secretamente solo moras
y en tu aspirar sabroso
de bien y gloria lleno
cuán delicadamente me enamoras!

San Juan de la Cruz



domingo, 1 de junio de 2025

“Seréis mis testigos” (Lc 24, 46-53)

 

Con Pablo, hoy podemos orar, pidiendo que “El Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo, e ilumine los ojos de vuestro corazón para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos, y cuál la extraordinaria grandeza de su poder en favor de nosotros, los creyentes, según la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo” (Ef 1, 17-20)

La fiesta que hoy celebramos está unida a la de la Resurrección de Jesús, es como una faceta de este misterio. Cristo resucitado está “sentado a la derecha del Padre”, participa de su gloria y de su señorío sobre el mundo y la historia.

Pidamos a Dios que nos ayude a atisbar esa experiencia del Resucitado y de su Espíritu, que no cabe en palabras ni conceptos, y que los evangelistas nos transmiten con un lenguaje lleno de simbolismo. Contemplemos a Jesús “elevado al cielo”, que está por encima de todo. Y que nos acompaña, aunque ya no lo vemos sensiblemente.

Lucas, en el Evangelio, sitúa este misterio en “Aquel mismo día” (Lc 24,13. El primer día de la semana” Lc 24,1). En los Hechos de los Apóstoles, él mismo nos dice que estuvo “apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles del reino de Dios” (Hch 1,3). Con estas referencias temporales simbólicas (40 días refiere un tiempo de preparación, de transformación personal y comunitaria), nos transmite que los primeros discípulos vivieron un tiempo de experiencia singularmente fuerte de la presencia viva de Jesús Resucitado: Jesús resucitado tomó la iniciativa, salió a su encuentro, y ese encuentro con El los transformó  y los reunió, formando una comunidad viva. Esa experiencia inenarrable dio paso a otra etapa o situación, en que la comunidad ha de aprender a dejarse conducir por el Espíritu Santo, para ser testigos de Jesús hasta el confín de la tierra.

Esta nueva etapa es tiempo del Espíritu Santo, la fuerza que viene de lo alto, que enseña, capacita, guía en la misión y en la vida. Y sigue siendo un tiempo de aprendizaje, en que la Iglesia ha estar siempre atenta para superar actitudes equivocadas, como la de pensar las cosas de Dios al estilo del mundo (“¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel?”), o la de olvidarse del mundo y quedarse “plantados mirando al cielo”. Sobre todo (el Evangelio y los Hechos insisten en ello), es tiempo de ser testigos de Jesús: de su muerte, resurrección y de su invitación a una vida nueva (conversión). Ser testigos, que implica cultivar la experiencia personal de encuentro con Cristo, y salir al encuentro de las personas, del mundo.

Es nuestro tiempo.



  La fiesta de hoy nos invita a contemplar a Dios, como se ha revelado en la Pascua, en la Resurrección de Jesús y el don del Espíritu Santo...