domingo, 7 de abril de 2024

"Entró Jesús, se puso en medio y les dijo: "Paz a vosotros..." (Jn 20, 19-31)

 

En la liturgia, toda esta semana que hemos pasado es un eco del Domingo de Pascua. Y el Evangelio nos vuelve a situar en "el día primero de la semana". Ese día iluminado por la Resurrección de Jesús es para nosotros siempre el primero, la referencia de toda nuestra vida. 

Los discípulos ya han recibido la noticia de la Resurrección del Señor. Juan, con Pedro, "vio y creyó" (Jn 20,8); María Magdalena se encontró con el Resucitado y ha transmitido a los demás su palabra (Jn 20,11-18). Cuando Jesús aparece, lo reconocen sin las vacilaciones iniciales. Sin embargo, están encerrados en una sala con miedo. Han empezado a comprender y creer, pero su fe y su vida tienen límites y lastres. El Evangelio está narrando un camino de fe que puede ser también el nuestro. 

Nos habla de una experiencia con notas que contrastan: la paz, la alegría ... y las llagas de Jesús, que aparecen tres veces en el relato. Tomás, aquel discípulo decido y generoso que en un día difícil dijo "vayamos también nosotros y muramos con Él" (Jn 11, 16), necesita tocarlas para creer que es verdad la Resurrección. Parece que la impresión del sufrimiento del Crucificado le hace preguntarse si es el mismo que los demás afirman haber visto, resucitado. ¿Cómo puede ser eso, qué camino hay de la Cruz a la Resurrección? 

Y precisamente, Jesús se identifica mostrando esas llagas. Su paz no es la tranquilidad de quien está a salvo de conflictos. Su alegría ha conocido el dolor, no está "más acá" de la cruz, sino "más allá". Por eso, el Resucitado ofrece respuesta a cuantos experimentan el dolor, el fracaso y la muerte. Es más: sigue llevando en sus manos la señales de la Cruz en que se ha unido a todos los que sufren, los sigue teniendo presentes. Y ante Él, Tomás pronuncia la confesión más completa de todos los Evangelios: "Señor mío y Dios mío". 

En este Evangelio aparecen también, con fuerza, el envío y la comunión. Comunión con Él: nos envía como el Padre lo ha enviado, y con su mismo Espíritu. La misión no es la simple realización de una tarea encargada. Es comunión con Jesús. Está llamada a dejarse impulsar por su Espíritu (y por su estilo, sus palabras y obras) y a hundir sus raíces en la misma experiencia de amor que Jesús tiene del Padre. 

Comunión que crea comunidad, y de alguna manera se hace "palpable" en la comunidad. Jesús se hace presente en medio de los discípulos reunidos en su nombre. Y es ahí, en comunidad, donde Tomás lo encuentra. La experiencia de Dios, de Jesús es personal, y a la vez comunitaria (es singular, pero no individual). Y los Hechos de los Apóstoles nos muestran una de las consecuencias de ese encuentro de Jesús Resucitado con sus discípulos, de esa transmisión del Espíritu y ese envío: la comunidad que comparte vida y da testimonio de El. Una comunidad que, con todas sus pobrezas y limitaciones (Los Hechos de los Apóstoles irán contando las dificultades y discusiones de aquellos primeros cristianos) es lugar de encuentro con Jesús y continúa su obra. 

El Evangelio nos habla de Jesús que se hace presente en el primer día de la semana (el Domingo), en ese encuentro semanal de los discípulos. Se hace presente en la Eucaristía que celebramos, para transmitirnos su Paz y su Alegría, para invitarnos a acercarnos a Él (y "poner el dedo en la llaga", hablar con Él de nuestras dificultades, nuestros miedos, nuestras puertas cerradas), para comunicarnos su Espíritu y enviarnos.


Lecturas de hoy (www.dominicos.org)

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