Como apunta el libro de la sabiduría (Sab 9, 13-19), necesitamos que Dios mismo nos dé su espíritu y sabiduría, para comprender su camino, que supera nuestra mente. Seguir a Jesús implica una opción responsable, consciente de lo que implica construir este camino de seguimiento. Y su raíz y su presupuesto, su fuerza, está en el encuentro con Jesús mismo. Quien lo encuentra "lleno de alegría, vende todo lo que tiene y compra el campo aquél" (Mt 13, 44).
Y es que, desde Jesús, todo aquello que se posponía se reencuentra, como el "ciento por uno" (Mc 10, 28-31; Lc 18, 29-30). Cuando Jesús es el primero, cuando acertamos a poner su persona y su enseñanza en el centro, para que ilumine y oriente todo lo que vivimos, todo encuentra su lugar y crece: el amor a la familia; la propia vida, liberada de soberbias y egoísmos, que encuentra el camino de la plenitud...
Y también empieza a construirse un mundo nuevo. En la carta de San Pablo a Filemón, por ejemplo, encontramos una invitación a abolir la esclavitud, desde el amor fraterno. La historia que subyace a este pasaje es que Onésimo era un esclavo escapado de Filemón, en la cárcel se encontró con Pablo y se convirtió. Y Pablo escribe a Filemón invitándole a que lo reciba, en adelante, como hermano.
Seguir a Jesús implica poner toda nuestra vida en juego, a la escucha de su palabra, y apoyados en Él. También en la dificultad. Cuando no cargamos con nuestras cruces (dificultades, sufrimientos, fracasos...) a solas, sino apoyados en Él y aprendiendo de Él, también encontramos otra fuerza y ánimo, y caminos de vida. Como rezamos en el salmo, Él es nuestro refugio, y su misericordia, que acompaña nuestros pasos (y tropiezos) puede saciarnos y llenarnos de alegría. Jesús nos invita a seguirle con radicalidad, desde la raíz de cuanto vivimos. Para que nuestra vida cristiana no quede como una casa a medio construir.
"¿Pensáis, hermanas, que es
poco bien procurar este bien de darnos todas al Todo sin hacernos partes? Y
pues en él están todos los bienes, como digo, alabémosle mucho, hermanas."
Teresa de Jesús. Camino de Perfección 8, 1
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