domingo, 11 de septiembre de 2022

"Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores" (1 Tim 1, 15; Lc 15, 1-32)

 

El evangelio del Domingo pasado hablaba de la radicalidad que implica seguir a Jesús. Esta radicalidad, sin embargo, se funda en una experiencia de misericordia, de amor entrañable que acoge a cada persona, con su debilidad. Más aún, que la busca incansablemente, como la mujer que pone "patas arriba" toda la casa, hasta que da con aquella moneda perdida, o el pastor que deja 99 ovejas en el desierto para irse a buscar la perdida. 

Jesús escandaliza a las personas religiosas de su tiempo, porque "acoge a los pecadores y come con ellos" (Lc 15, 2). Aun a cosa del rechazo de los suyos, y aunque le cueste la muerte, Jesús muestra, sin regaetos, esa misericordia del Padre que salta sobre los límites de la ley (curar en sábado...) y los exclusivismos de los judíos. Y ante las críticas, intenta, con estas parábolas que escuchamos, dar a comprender cómo es el corazón del Padre. 

Podemos profundizar en estas parábolas a partir de diferentes detalles y perspectivas. Una es el propio Jesús, que nos puede ayudar a comprender sabe lo que es cargar sobre sus hombros con nuestra realidad extraviada. Él se ha hecho nuestro hermano para venir a buscar a un hijo que se ha perdido y no encuentra el camino de vuelta a casa del Padre.

Otro dato, repetido hoy varias veces, es la singularidad de persona, que Dios no puede olvidar. Por uno solo que se ha perdido, vale la pena todo el esfuerzo de la búsqueda. El Padre de la parábola repite una y otra vez:  porque "estaba muerto y ha vuelto a la vida, porque estaba perdido y lo hemos encontrado" (Lc 15, 24.32). 

Y la alegría, la fiesta, repetida tantas veces en estos relatos. Dios, lejos de ser el impasible, lejos de ser una especie de principio universal y abstracto, es Padre que se conmueve y que se llena de alegría. Por ti. 

Una alegría contagiosa, como la mujer o el pastor que convocan a amigas y vecinos para alegrarse con él. Como el padre de la parábola, que intenta hacer entrar al hijo de actitud distante, caer en la cuenta: "hijo, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo... ese hermano tuyo...".

Las palabras de Jesús, en fin, nos invitan a implicarnos. ¿Me quedaré entre los 99 "justos" que "no necesitan conversión"? ¿O me reconoceré invitado a volverme, a entrar en la fiesta? La carta de San Pablo a Timoteo nos ofrece como un resumen y una propuesta para leer este evangelio, en primera persona: "Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, y yo soy el primero; por esto, precisamente, se compadeció de mí..." (1 Tim 1, 15-16)


Lecturas de hoy (www.ciudadredonda.org)


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