sábado, 24 de septiembre de 2022

"Busca la justicia, la piedad, la fe, el amor" (1 Tm 6,11; Lc 16, 19-31)


 El domingo pasado, escuchábamos a Jesús decir que "no se puede servir a Dios y al dinero" (Lc 16, 13). Los fariseos que le oían se burlaron de él. Jesús responde con la parábola del rico y Lázaro.

En el pueblo judío, la riqueza se consideraba signo de la bendición de Dios (así lo encontramos en algunos textos del Nuevo Testamento). Hoy vuelven algunas "teologías de la prosperidad" que intentan conciliar el culto a Dios y al dinero. Y cuando así se hace, el dios al que verdaderamente se sirve es al dinero, que en nuestra cultura es símbolo del éxito. Las primeras líneas de la parábola de hoy podrían retratar el sueño de muchos, publicitado en medios de comunicación: una vida de lujo y placer sin preocupaciones. 

Pero es una vida vacía. Vacía, porque se desentiende del pobre que tiene a la puerta. De hecho, aquel rico, ni siquiera tiene nombre (al revés de lo que pasa en nuestro mundo, donde los ricos son famosos y los pobres se vuelven invisibles). Y esa vida autosuficiente pero vacía, termina en el vacío, en el fracaso total.

El pobre, sin embargo, sí tiene nombre. Lázaro significa "Dios ayuda". Porque Dios no olvida a los pobres y a los que sufren. Dios ofrece su gracia a todos, y se inclina especialmente hacia quienes más lo necesitan. Y los pobres entran en el Reino, porque son capaces de abrirse a Dios, de poner en Él su confianza. 

La parábola habla de un abismo entre el seno de Abraham y el infierno donde sufre el rico. Se corresponde con el abismo que los separaba en vida: el abismo de la indiferencia, de aquella puerta que nunca se abrió para Lázaro, de aquella insensibilidad que encerró irrevocablemente al rico en su nada. Con la actitud ciega y cerrada de aquellos parientes que "no se convencerán ni aunque resucite un muerto"

Ese abismo nos amenaza: la falta de respuesta ante la miseria de millones de personas, la indiferencia ante los demás, la insensibilidad que a veces nos aleja, incluso, de los más cercanos. Son actitudes que nos encierran en nosotros mismos, nos deshumanizan, nos cierran al amor, y por tanto a Dios. 

Jesús nos llama a abrir el corazón, a cultivar la solidaridad y la compasión (capacidad de padecer-con, de empatizar). "Lo que hicisteis con uno de estos, conmigo lo hicisteis" (Mt 25,40).


Lecturas de hoy (www.ciudadredonda.org)

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