domingo, 27 de abril de 2025

“Paz a vosotros” (Jn 20, 19-31)

Hace ocho días, el Evangelio nos asomaba al sepulcro vacío, testimonio de la Resurrección de Jesús. Hoy el Evangelio nos vuelve a llevar a “aquel día, el primero de la semana”. Que conecta con el primer día de la Creación, “en el principio”  (Gn 1, 1. 5. Cuando Dios creó la luz). Con la Resurrección de Jesús comienza una Nueva Creación y una nueva historia.

Y nos cuenta el encuentro de los discípulos con Jesús resucitado. Ahora es cuando los discípulos constatan que Él es el Viviente, que vive por los siglos de los siglos y es capaz de cerrar para siempre el paso a la muerte y el abismo. (Apocalipsis, 1, 17-18). La experiencia que viven de Jesús (de su gloria, su vida, su fuerza, su hermosura…) los llevará a comprender que es el Hijo de Dios.

Sobre todo, ese encuentro los transforma a ellos. Jesús llega a ellos aunque están “con las puertas cerradas” llenos de miedo. Y les comunica sus dones. Entre ellos, destaca la Paz (tres veces dice Jesús “Paz a vosotros”). Y la alegría. En este relato, cada palabra tiene una profundidad que conecta con lo sobrenatural, con Dios. Y esa paz y alegría son experiencia de plenitud, del sentido de todo… Es experiencia de la vida de Dios dentro de ellos, que a partir de ese momento los impulsará.

El Resucitado muestra las manos y el costado, e invitará a Tomás a tocar sus llagas. Muestra así que es el mismo Jesús que predicó en Galilea, y el que murió en la Cruz. Las llagas hablan de una relación entre la Resurrección y la Cruz que tiene varias dimensiones y es profunda (va más allá de lo que se puede explicar). La Resurrección de Jesús tiene relación con su vida entregada. También con el sufrimiento humano que Jesús ha asumido en la Cruz. El Resucitado lleva en sus manos las heridas de la Humanidad, y no podemos llegar a Él sin acercarnos a los que sufren. Esas llagas que Jesús invita a Tomás a tocar tienen también relación con las heridas de los propios discípulos (y con las nuestras): su desconcierto y dolor, su miedo, el hecho de haber abandonado y negado a Jesús… Jesús no lo pasa por alto. Lo sana en profundidad. “Sus heridas nos han curado”, dirá Pedro (1 Pe 2, 24). Y los hará capaces de pasar, como Jesús, curando a otros, como escuchamos en Los Hechos de los Apóstoles (5, 16).

El Resucitado envía a los discípulos, los asocia a su propia misión. Que subraya, precisamente, la reconciliación, el perdón. El encuentro con Él es experiencia de su misericordia que sana, da vida y se transmite a otros.

Toda esta experiencia y estos dones tienen que ver con el Espíritu Santo, que Jesús comunica a los discípulos.

Pascua es tiempo del Espíritu. Somos invitados a pedirle a Jesús su Espíritu, que nos guíe. Que nos ayude a encontrarnos con Él. Y también a mirar, en sus manos, las llagas que nos duelen. A descubrir cómo Él nos sana y renueva. El Evangelio de hoy termina con una bienaventuranza para nosotros, los discípulos que no hemos visto, no hemos tenido una experiencia tan intensa como la de aquellos primeros. En la humildad de nuestros caminos, con sus ambigüedades y tropiezos, Él nos acompaña y nos comunica su Vida.  


Lecturas de hoy (www.dominicos.org)


martes, 22 de abril de 2025

En recuerdo agradecido (fray Miguel Márquez, superior general OCD)


 Queridos hermanos y hermanas de la gran familia del Carmelo Descalzo, frailes, monjas, OCDS y todas las familias afiliadas: ¡PAZ Y ESPERANZA!


Recién conocida la noticia del fallecimiento de nuestro Santo Padre, el Papa Francisco, nos unimos de corazón, como Orden, todo el Carmelo Descalzo, hijos de Teresa y Juan de la Cruz, hijos de la Iglesia, para dar gracias a Dios por su vida y su servicio durante estos doce años de Pontificado. Confiamos su vida a las entrañas maternales de María, que lo conduzca al hogar del Cielo, con todos los santos, con los Papas precedentes, con todos sus familiares.

Oramos intensamente para que el Espíritu provea a la Iglesia del Papa que sea oportuno y obedezca a la necesidad de este tiempo de la historia y de la Iglesia, según el corazón de Dios. Lo acogeremos en espíritu de obediencia y de fidelidad.

En este momento y siempre, somos uno en el seguimiento de Jesús y en la fidelidad a la Iglesia y al Pastor que nos guía. Lo hemos sido al Papa Francisco y lo seguiremos siendo a su sucesor, en el espíritu de nuestra Santa Madre, Teresa de Jesús.

Recordamos dos de sus frases, al Capítulo General ocd el 11 septiembre 2021:

Queridos hermanos, la armonía entre estos tres elementos: la amistad con Dios, la vida fraterna y la misión, es una meta fascinante, capaz de motivar vuestras opciones presentes y futuras. Que el Espíritu Santo —es Él quien crea la armonía— ilumine y guíe vuestros pasos en este camino. Que la Virgen Santísima os proteja y acompañe. Os bendigo de corazón.
Y en el encuentro con las Carmelitas Descalzas, durante la revisión de las Constituciones, Nemi 18 abril 2024:

…ustedes me enseñan que la vocación contemplativa no lleva a custodiar cenizas, sino a alimentar un fuego que arda de manera siempre nueva y pueda dar calor a la Iglesia y al mundo… Miren al futuro con esperanza evangélica, con los pies descalzos, es decir, con la libertad del abandono en Dios. Miren al futuro con las raíces en el pasado. Y que ese estar totalmente sumergidas en la presencia del Señor les dé siempre la alegría de la fraternidad y del amor recíproco. Que la Virgen las acompañe.


En comunión con la Iglesia, y orando con los discípulos en la mañana de Resurrección, repito las palabras que le dije al Papa en mi saludo aquel 11 de septiembre con todos los hermanos, durante la audiencia a nuestro capítulo general, si os parece, las podemos ya dirigir al próximo sucesor de Pedro:
Santo Padre, quiero con mis hermanos y hermanas arriesgar nuestras vidas, sin esperar a mañana, sin miedo a ser heridos, como "caballeros sin paga", como dijo Teresa, (Vida 15:11), ayudando a Jesús a llevar la cruz, ayudando al Papa a llevar la cruz, con nuestra obediencia y servicio, sin echarnos atrás.

¡FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN! ¡DESCANSA EN PAZ, querido Papa Francisco!

Roma, 21 de abril de 2025Lunes de la Octava de Pascuafr. Miguel Márquez CalleSuperior General OCD

sábado, 19 de abril de 2025

“Ha resucitado. Recordad cómo os habló…” (Lc 24, 1-12)


Lucas, en el relato que escuchamos en la Vigilia, y Juan, en el que escuchamos el Domingo, recogen el desconcierto que provoca en los discípulos la noticia del sepulcro vacío. El sepulcro vacío y esa sorpresa atestiguan que la Resurrección aconteció realmente.

Y nos dice algo más: los discípulos han de vivir un proceso de “conversión”, para abrirse a algo que desborda su capacidad de comprender y que cambiará sus vidas definitivamente. El Resucitado es el mismo Jesús que les enseñaba en Galilea. Lucas subraya esa identidad, y a la vez señala que los discípulos no comprendían su anuncio de su muerte y resurrección. Porque, aunque es el mismo Jesús, su Resurrección no es la vuelta a la vida que tenía antes de morir. Es algo más grande, es una novedad que no cabe en palabras.

La Vida de Jesús Resucitado es vida que va más allá de la muerte, que ha asumido la muerte y el dolor, que tiene que ver con el perdón y la regeneración, con el amor misericordioso de Dios ofrecido a todos. Tiene que ver con lo que Jesús ha vivido y enseñado, que tiene una hondura mayor de la que percibían. Acoger al Resucitado significa ir entrando en esa hondura. Por eso, el primero en “ver y creer” será el discípulo amado (“el discípulo que Jesús quiere”): el que ha apoyado su cabeza en el pecho del Señor y lo ha seguido hasta la cruz…) será el primero en “ver y creer”. Y las primeras testigos de la Resurrección serán Magdalena y las mujeres que también estuvieron al pie de la cruz, madrugaron para ir en su busca, y recordaron sus palabras. Es una búsqueda movida por el amor (“buscaré al amor de mi alma” Ct 3, 2). Y una búsqueda como “ a tientas”, “cuando aún estaba oscuro”, hasta que Él mismo las ilumina: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado”.

Es todo un camino, un proceso, abrir el corazón a la Buena Noticia y la presencia de Jesús, el Viviente. De ello nos hablan las cartas a los Romanos (esta noche), y a los Colosenses (mañana), haciéndonos reflexionar sobre lo que significa el bautismo, que renovamos en esta noche: nos unimos a Cristo, para siempre. Entramos en un camino que significa “morir al hombre viejo” (el ser humano encerrado en su propio egoísmo y soberbia). “Para que, lo mismo que Cristo resucitó … así también nosotros andemos en una vida nueva” (Rom 6,4). En consecuencia, “si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo”. (Col 3, 1) Las que Él nos enseña.

Lecturas de la Vigilia Pascual 

Lecturas del Domingo

viernes, 18 de abril de 2025

“Junto a la Cruz de Jesús” (Jn 18,1- 19-42)

 

Contemplamos a Jesús en la Cruz.

Él es la palabra que nos da el Padre, ante tantos sufrimientos y tantas muertes que suceden en nuestro mundo, y a las que no encontramos explicación. El cuarto Canto del Siervo de Yahveh (Is 52, 13 - 53,12) nos asoma a esta realidad que desborda nuestra capacidad de comprensión: “El soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores… él fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes”. Jesús asume la historia de sufrimiento de la humanidad, se hace solidario de cuantos sufren. Y, predicando la misericordia del Padre sin límites, afronta nuestras divisiones y violencias que tantas veces, como ocurrió con Él, provocan muerte. 

Lo asume en obediencia al Padre. Nos habla la carta a los Hebreos de cómo Él, el Hijo amado, vive y aprende la obediencia al Padre en medio de sufrimientos. Y por eso nos puede acompañar a nosotros en ese camino de buscar la voluntad de Dios, que es siempre voluntad de vida y amor; y que, sin embargo, a veces tiene caminos complicados de entender y de vivir, en medio de la complejidad de nuestro mundo. 

Él es el sacerdote auténtico (y la fuente de todo sacerdocio), el que une a Dios con la humanidad, y así nos salva. Él asume nuestra muerte. Juan, en su relato de la Pasión, nos deja ver los escarnios, los tormentos y el despojo que sufre Jesús. Y a la vez, nos ofrece atisbos de su realeza, que lo hace capaz de interpelar a los mismos que lo juzgan; y de su divinidad, ese “Yo soy”, ante el cual caen postrados en tierra los mismos que iban a detenerlo. 

Juan nos invita a contemplar cómo en Jesús, de una forma insospechada, se cumplen las promesas de Dios. Y nos invita a contemplar el agua que sale de su costado. Como el agua del costado del templo, que vio Ezequiel (Ez 4,7 1-12), que se convierte en un río que va saneando todo a su paso. La vida entregada de Jesús es fuente de Vida nueva, la de Dios . Una vida que podemos encontrar en medio de todas las situaciones de dificultad y dolor que se nos cruzan.

Lucas, el domingo pasado, nos sugería diversas maneras de acercarnos, desde la cruz, a Jesús. A veces, como Simón de Cirene, ayudamos a cargar la cruz de otros, con los que se solidariza Jesús. A veces, nuestra cruz es, como la de Dimas, consecuencia de nuestros propios actos, pero desde ella podemos volvernos a Jesús y recibir la salvación. Otras veces serán enfermedades, circunstancias diversas... Desde todas estas situaciones, nos podemos encontrar con Jesús y su Vida. 

Hoy, Juan nos invita a contemplar la Cruz, como el discípulo amado, junto a María. En la cruz, Jesús se hace, definitivamente, hermano nuestro. Y nos da a María como madre, para que ella nos ayude a crecer como hermanos suyos. Para que ella nos ayude a acercarnos a Jesús, el crucificado y resucitado, con fe y esperanza, en cada momento de nuestras vidas. 


jueves, 17 de abril de 2025

“Haced esto en memoria mía” (1 Cor 11, 24; Jn 13,1-15)

 

En esta Cena, Jesús deja a sus discípulos y amigos, como legado, lo que es la esencia, el fundamento de su vida, de su misma persona, de su misión como enviado del Padre.

Lucas, en el Evangelio que escuchamos el Domingo, nos ofrece el contexto, nos asoma a la complejidad del ambiente en que se desarrolla: se presiente la cercanía del Reino de Dios (Lc 22,17.29-31), y a la vez la inminencia de la crisis en que todo se tambaleará (“Satanás os ha reclamado para zarandearos como a trigo en la criba” (Lc 22, 31). Los discípulos no están preparados, y se manifiestan, una vez, dinámicas que los contaminan: “Entre ellos hubo también un altercado sobre quién de ellos se consideraba el más importante” (Lc 22, 24). Jesús dice entonces: “Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve” (Lc 22, 27).

Es lo que expresa con el gesto que Juan nos transmite, revestido de solemnidad, y también de amor a esos discípulos inmaduros: “sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”.

Jesús se quita el manto (“se despojó de sí mismo, tomando la condición de siervo” Flp 2, 7. El manto era signo de dignidad) y se pone a lavar los pies de los discípulos, que era tarea de esclavos.

El gesto de Jesús nos alcanza, nos interpela. Es preciso descalzarse (como Moisés, Ex 3,5: “porque el lugar donde estás es sagrado”), para acogerlo. Pedro, lleno de buena voluntad para seguir a Jesús con sus fuerzas (que sucumbirán poco después) es un signo para nosotros: “Si no te lavo, no tienes nada que ver conmigo”. ¿De qué tengo que descalzarme, precisamente ahora, qué debo dejar que Jesús lave en mí? ¿Cómo necesito que Él, el que sanaba a los enfermos, toque en mi forma de caminar, para que pueda seguir sus pasos?

La Eucaristía de hoy nos recuerda cómo toda Eucaristía es memoria de la vida de Jesús, entregada en amor y servicio humilde hasta la Cruz, y de la Vida Nueva que nos transmite. Nos introduce en el Misterio Pascual, con un mandato: “Haced esto en memoria mía” (1 Cor 11, 24) y una pregunta: “¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros?”


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martes, 15 de abril de 2025

"Voy a celebrar la Pascua en tu casa" (Mateo 26, 14-25)

 

El Evangelio nos habla de preparativos. Judas se pone de acuerdo con las autoridades judías, y buscan ocasión para prender a Jesús. Los discípulos organizan la celebración de la Pascua. Jesús también se prepara: sabe que llega su hora, que esta Pascua es definitiva. 

Alguien, que ha quedado en el anonimato, ha abierto su casa para acoger a Jesús y a sus discípulos. En ese hogar, Cristo va a revelar a los suyos el sentido de su misión y de su muerte, va a entregarles toda su vida y su persona, antes de entregarla en la cruz. De alguna manera, en esa casa nace la Iglesia.

Esa noche, Jesús anuncia que será entregado por uno de los suyos. Han compartido caminos, encuentros con multitudes, acontecimientos asombrosos y también momentos amargos; y están sentados a una mesa en la que Jesús comparte lo más íntimo y valioso… Pero hay un camino que cada uno recorre por sí mismo.

El anuncio de Jesús sacude a los discípulos. Les mueve a preguntarse, porque no están seguros: a veces, terminamos haciendo lo que no pensábamos; a veces, sin darnos casi cuenta, nos vamos dejando arrastrar por las circunstancias, las presiones, por tantas cosas… 

Hoy, Jesús mueve a los suyos a preguntarse cómo se sitúan ante Él.

¿Seré yo…? ¿Seré yo quien te traicione, quien te cambie por otros intereses, quien pierda tu camino…?

¿Seré yo, tal vez, quien te siga, quien comprenda tu palabra y tu entrega y pueda vivirla?

La casa en la que Jesús va a celebrar la Pascua puede ser la tuya. ¿Cómo vas a preparar esta Pascua?

¿Qué momentos vas a preparar para estar con Jesús, para ponerte a la escucha de su Palabra, para contemplarlo? ¿Cómo vas a preparar esos momentos? ¿De qué quieres hablar con Jesús, en estos días?  ¿Qué pasos, tal vez has de dar? Lo que vamos a celebrar, ¿qué tiene que ver con tu vida?

Y esta preparación personal, también puede pasar por los otros. ¿Necesitas reconciliarte con alguien para renovar la fraternidad? ¿O tal vez es momento oportuno para compartir con alguien tus inquietudes y buscar consejo? ¿Es, tal vez, momento de acercarte a alguien que sufre y necesita una presencia amiga?...


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lunes, 14 de abril de 2025

“Era de noche” (Jn. 13, 21-33. 36-38)


 Las lecturas de hoy siguen acercándonos a la Pascua, y hoy lo hacen por su vertiente de oscuridad. Asistimos a los pasos siniestros de Judas, que se pierde en la noche, en la traición.

Y vemos también a Pedro. La noche se le viene encima, y él no está preparado. Tiene una imagen irreal de sí mismo, no conoce su debilidad, que le va a hacer caer.

En el centro de la escena está Jesús. Juan nos invita a apoyarnos en su pecho, como ha hecho él. A sentir su soledad, su conmoción interior, tal vez su desencanto, en este momento en que sabe que va a ser traicionado por uno y abandonado por otros.

Con todo, Jesús mantiene el rumbo. Lo sostiene la confianza en el Padre. Una confianza expresada por Isaías: “Y yo pensaba: «En vano me he cansado, en viento y en nada he gastado mis fuerzas». En realidad el Señor defendía mi causa” (Is 49,4). Jesús, así, incluso tiende su mano a Judas, con ese bocado de comida (que significaba un gesto de cariño). Y a Pedro. Jesús anuncia que, en esa historia de abandono, ultrajes y sufrimiento, que le aguarda, se ha de manifestar la gloria de Dios. El amor es más fuerte.

Hoy es un día para pararnos a tomar conciencia de nuestras debilidades, de nuestros tropiezos y desvíos. De cómo (y por qué) negamos a veces a Dios, y también a los que están cerca de nosotros, o traicionamos nuestras opciones, nuestros valores y nuestros mejores proyectos. En esta conciencia de nuestras propias contradicciones y debilidades, nos preside esa mirada de Jesús que nos acoge, que nos tiende siempre su mano, que nos invita a confiar, como Él. Cuando la realidad que nos rodea, o nuestra propia realidad, nos decepciona; cuando sentimos la soledad o la perplejidad, Él sigue siendo apoyo firme

 

"Hay otros que, cuando se ven imperfectos, con impaciencia no humilde se aíran contra sí mismos; acerca de lo cual tienen tanta impaciencia, que querrían ser santos en un día. De éstos hay muchos que proponen mucho y hacen grandes propósitos, y como no son humildes ni desconfían de sí, cuantos más propósitos hacen, tanto más caen y tanto más se enojan, no teniendo paciencia para esperar a que se lo dé Dios cuando él fuere servido: que también es contra la dicha mansedumbre espiritual; que del todo no se puede remediar sino por la purgación de la noche oscura. Aunque algunos tienen tanta paciencia en esto del querer aprovechar, que no querría Dios ver en ellos tanta"             

                                            San Juan de la Cruz, Noche Oscura, 1, 5,3


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domingo, 13 de abril de 2025

“La casa se llenó de la fragancia del perfume” (Jn 12 1-11)


      Hay cosas que “no sirven para nada”, pero pueden significarlo todo. Como un abrazo o un gesto de ternura, como escuchar a alguien en un momento de dificultad o sufrimiento, aunque no puedas darle ninguna solución…

            En una sociedad que ha centrado todo en la eficacia; en una cultura que pone precio a todo y que a veces sólo ve lo inmediato, el gesto de María nos interpela. Es un gesto de amor sin medida. Y sin vuelta atrás, como ese frasco quebrado y su perfume derramado. Como la vida de Jesús, que ha pasado haciendo el bien, hasta el fin: esos pies que María ha ungido con el perfume, y que van ya camino de la Cruz.

            Y es que los medios y la eficacia son necesarios. Pero son inútiles si no hay una opción personal, una orientación de fondo, que les dé sentido.

A los pobres los tenéis siempre con vosotros, pero a mí no siempre me tenéis”. Quizás este pasaje se lee completo en diálogo con otro: “lo que hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis” (Mt 25, 31-46). El servicio más radical (y eficaz) a los pobres nace, en la Iglesia, del encuentro con Jesús, de tenerle presente: Francisco de Asís, Teresa de Calcuta (las Misioneras de la Caridad dedican a la oración varias horas del día)… A la vez que el encuentro con Jesús se hace real al vivir el amor al prójimo.

             Imagina la escena. Piensa, también, en gestos que para ti han sido importantes. ¿Y tú? ¿Eres capaz de dar sin buscar algo a cambio? ¿Eres capaz de hacer algo sin buscar resultados enseguida?

            Aquí tenemos una clave, “una llave” para entrar en el Misterio Pascual que celebramos. Dedicar tiempos a la oración, a escuchar la Palabra de Jesús, a meditarla, puede parecer que “no sirve para nada”. Pero nos acercan a esa amistad en la que todo puede encontrar sentido, y en la que encontramos fuerza y luz para toda nuestra vida.

Un salmo habla de la oración como un perfume:

           “suba mi oración como incienso en tu presencia,
El alzar de mis manos, como ofrenda de la tarde” (Salmo 141, 2)


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sábado, 12 de abril de 2025

“Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 22,14 - 23,56)

 

Entramos en la Semana Santa aclamando al Señor. Nuestra aclamación de los Ramos ya anuncia su victoria definitiva sobre la muerte y el mal. Tal vez también, al hacer nuestros los gestos de aquellos discípulos en Jerusalén (los que luego lo abandonaron, lo negaron…), nos recuerda que en alguna medida, también nuestro seguimiento de Jesús tiene aún mucho por comprender, por asimilar, por vivir. Lo que vamos a vivir en estos días es más grande de lo que nos damos cuenta.

Las dos lecturas que preceden al Evangelio nos ofrecen dos acercamientos a la Pasión. El tercer canto del Siervo de Yahveh (Is 50, 4-7) nos habla de un conocimiento de Dios desde el “reverso” de la historia, desde el lugar de los que sufren. De una experiencia profunda de confianza y amparo en medio de la dificultad y humillación, que hace capaz de “decir al abatido una palabra de aliento”. El himno de Flp 2, 6-11 resume la vida de Jesús, el Ungido de Dios, el Hijo, como un camino de abajamiento y entrega de sí (kénosis) que nos salva y que muestra la gloria de Dios (tan diferente a las glorias humanas y a la lógica del mundo).

El relato de la Pasión nos pone, una vez más, ante el hecho central de nuestra fe: la muerte de Jesús, que terminará en la Resurrección.

Lucas resalta algunos detalles, que han ido apareciendo a lo largo del Evangelio: la presencia de las mujeres (iconos de misericordia y testigos de su sepultura), la importancia de la oración (“orad, para no caer en tentación”)… Nos deja ver el desgarro de aquella jornada: las discusiones de los discípulos en la Cena, la constatación del desorden y violencia del mundo (“si esto hacen con el leño verde, ¿qué harán con el seco?”), la angustia de Jesús en el huerto.

Sin embargo, en medo de esos acontecimientos en los que parece que todo se desmorona (“lo que se refiere a mí toca a su fin”), encontraremos a Jesús que se mantiene fiel a la voluntad del Padre y, con confianza, termina su vida entregándola en sus manos. A Jesús que está “en medio de vosotros como el que sirve” y hasta el fin sigue transmitiendo misericordia: cura al soldado que viene a prenderlo, perdona a los que lo crucifican. Y, poco antes de morir, promete el Paraíso al ladrón que se vuelve a Él. Veladamente, en medio de las tinieblas que cubren la tierra, se anuncia la luz de la Resurrección, y la nueva Alianza de Dios con la humanidad, que abre a todos el acceso a Dios (“el velo del templo se rasgó”). La que Jesús anuncia en la Cena, y celebramos en la Eucaristía.


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viernes, 11 de abril de 2025

"Para reunir a los hijos de Dios dispersos" (Jn 11, 45-57)

 



Entramos en la Semana Santa con este relato, que nos cuenta cómo la muerte de Jesús es algo decidido de antemano por las autoridades judías. Saduceos (el grupo al que pertenecían los Sumos Sacerdotes) y fariseos, habitualmente enfrentados, se unen para eliminar a Jesús, porque lo ven como una amenaza para el Templo y la Nación-

Es una situación injusta e impía. Porque saben que Jesús es justo y que está haciendo signos en nombre de Dios, y aun así lo eliminan.

Y, sin embargo, Dios también se hace presente, y, misteriosamente, en esos renglones torcidos escribe su plan.

Confluyen, en ese momento, dos dimensiones de la historia: la libertad del ser humano (en su peor posibilidad: hacer el mal) y la fidelidad de Dios: Él acompaña la historia humana y, sin manipularla, abre un camino. Un camino nuevo, de salvación. Se manifiesta aquí cómo Dios se hace presente y actúa en la historia, aunque ello rebasa nuestra capacidad de comprender.

Nos dice el Evangelio, también, que la muerte de Jesús forma parte del plan de Dios para salvar a la humanidad. Sabemos, además, que, aunque los poderosos del mundo hayan decidido quitarle la vida, Él ha dicho: “nadie me la quita; yo la doy voluntariamente” (Jn 10,18).  Jesús asume libremente esta entrega, unido a la voluntad del Padre (cfr. Jn 12, 27-28, paralelo a los relatos de la agonía de Getsemaní). Se podría decir que Jesús es víctima de los manejos de los poderosos. Se hace así solidario de tantos que en nuestro mundo son víctimas de la violencia y la injusticia. Pero Él va a ser víctima, sobre todo, en otro sentido muy distinto: el del sacrificio. Él hace de su vida una ofrenda total. Aquí tiene su origen el lenguaje sacrificial para hablar de Jesús, que recoge el simbolismo de los sacrificios del Antiguo Testamento.

Y nos da la razón con la que Jesús entrega su vida: para reconciliar, para reunir a los hijos de Dios dispersos. S. Pablo profundizará en esa clave de reconciliación, de reunión de una humanidad dividida y rota: alejada de Dios, enredada en conflictos y guerras, herida por contradicciones y escisiones en cada persona.

Entramos en la Semana Santa para vivir este misterio.

domingo, 6 de abril de 2025

"Yo tampoco te condeno" (Jn 8, 1-11)

 

Los escribas y fariseos intentan “demostrar” que Jesús es un falso profeta, planteándole un dilem: tendría que elegir entre contradecir la Ley o consentir la ejecución de una mujer, renunciando a la misericordia que predica. Pero, en su afán por tender una trampa, ellos mismos han quebrantado gravemente la Ley, que mandaba apedrear tanto al varón como a la mujer adúlteros (Lv 20,10; Dt 22,24. Al decir que han sorprendido a la mujer “en flagrante adulterio”, reconocen que han dejado escapar al hombre). A ello se refiere Jesús con su respuesta: “El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”. Su afán de condenar, los condena a ellos mismos.

Resulta misterioso el gesto de Jesús, escribiendo en el suelo mientras lo acosan con preguntas. Tal vez está recordando el dedo y la autoridad de Yahveh, cuando escribió las Tablas de la Ley. Es posible, también, que Jesús esté tomándose un momento para entrar en su interior y encontrar una respuesta ante esa situación indignante: hombres religiosos dispuestos a sacrificar la vida de una persona, sólo para ganar una discusión.

De hecho, la respuesta que ofrece Jesús es una oportunidad de vida, para todos. A los acusadores les invita a darse cuenta de que su actitud de juicio es inviable, los condena a ellos mismos, que también son pecadores. A la mujer, la llama a una nueva vida: “Anda, y en adelante, no peques más”.

“Yo tampoco te condeno”. Nuestro mundo malvive en un fuego cruzado de acusaciones y condenas, un ambiente crispado donde unos y otros “tapan” sus fallos señalando los de otros. Ffalta capacidad para reconocer los propios errores y entablar diálogo con la parte de verdad que el otro tiene. Y esto ocurre, probablemente, porque el mismo ambiente de crítica y condena nos pone “a la defensiva”. Y, por cierto, al ver esto a mi alrededor, no puedo menos que preguntarme cómo lo estoy viviendo yo mismo.

 ¿Qué mirada preside mi vida? ¿La del juicio y la condena, o la de la misericordia que abre camino a la vida? Hoy Jesús nos recuerda cómo es la mirada de Dios, del Padre. La del que tiene la palabra definitiva sobre nosotros.

Hoy se nos invita coger esta mirada de amor. Y darnos cuenta, con el profeta Isaías, de que, lo que leemos en la Biblia, no son historias del pasado: el mismo Dios sigue actuando hoy, y en tu vida: “mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis?”

La segunda lectura de hoy (Flp 3 8-14) es una confesión de vida, de amor. Pablo abre su corazón y nos dice cómo vive alguien que ha descubierto la fuerza del amor de Dios.

“A mí me ha dado su misericordia infinita, ¡y a través de ella contemplo y adoro las demás perfecciones divinas...! Entonces todas se me presentan radiantes de amor; incluso la justicia (y quizás más aún que todas las demás) me parece revestida de amor...

¡Qué dulce alegría pensar que Dios es justo!; es decir, que tiene en cuenta nuestras debilidades, que conoce perfectamente la debilidad de nuestra naturaleza. Siendo así, ¿de qué voy a tener miedo? El Dios infinitamente justo, que se dignó  perdonar con tanta bondad todas las culpas del hijo pródigo, ¿no va a ser justo también conmigo, que «estoy siempre con él»...?”

Sta. Teresa del Niño Jesús, Manuscrito A, 84.


  La fiesta de hoy nos invita a contemplar a Dios, como se ha revelado en la Pascua, en la Resurrección de Jesús y el don del Espíritu Santo...