Hace ocho días, el Evangelio nos asomaba al sepulcro vacío,
testimonio de la Resurrección de Jesús. Hoy el Evangelio nos vuelve a llevar a “aquel día, el primero de la semana”. Que
conecta con el primer día de la Creación, “en
el principio” (Gn 1, 1. 5. Cuando
Dios creó la luz). Con la Resurrección de Jesús comienza una Nueva Creación y una nueva historia.
Y nos cuenta el encuentro de los discípulos con Jesús resucitado.
Ahora es cuando los discípulos constatan que Él es el Viviente, que vive por los
siglos de los siglos y es capaz de cerrar para siempre el paso a la muerte
y el abismo. (Apocalipsis, 1, 17-18). La experiencia que viven de Jesús (de su
gloria, su vida, su fuerza, su hermosura…) los llevará a comprender que es el
Hijo de Dios.
Sobre todo, ese encuentro los transforma a ellos. Jesús
llega a ellos aunque están “con las
puertas cerradas” llenos de miedo.
Y les comunica sus dones. Entre ellos, destaca la Paz (tres veces dice Jesús “Paz a vosotros”). Y la alegría. En este
relato, cada palabra tiene una profundidad que conecta con lo sobrenatural, con
Dios. Y esa paz y alegría son experiencia de plenitud, del sentido de todo… Es
experiencia de la vida de Dios dentro de ellos, que a partir de ese momento los
impulsará.
El Resucitado muestra las manos y el costado, e invitará a
Tomás a tocar sus llagas. Muestra así
que es el mismo Jesús que predicó en Galilea, y el que murió en la Cruz. Las llagas hablan de una relación entre la
Resurrección y la Cruz que tiene varias dimensiones y es profunda (va más allá
de lo que se puede explicar). La Resurrección de Jesús tiene relación con su
vida entregada. También con el sufrimiento humano que Jesús ha asumido en la
Cruz. El Resucitado lleva en sus manos las heridas de la Humanidad, y no
podemos llegar a Él sin acercarnos a los que sufren. Esas llagas que Jesús invita a Tomás a tocar tienen también relación con
las heridas de los propios discípulos (y con las nuestras): su desconcierto y
dolor, su miedo, el hecho de haber abandonado y negado a Jesús… Jesús no lo
pasa por alto. Lo sana en profundidad. “Sus
heridas nos han curado”, dirá Pedro (1 Pe 2, 24). Y los hará capaces de
pasar, como Jesús, curando a otros, como escuchamos en Los Hechos de los
Apóstoles (5, 16).
El Resucitado envía a los discípulos, los asocia a su propia
misión. Que subraya, precisamente, la reconciliación, el perdón. El encuentro
con Él es experiencia de su misericordia que sana, da vida y se transmite a
otros.
Toda esta experiencia y estos dones tienen que ver con el
Espíritu Santo, que Jesús comunica a los discípulos.
Pascua es tiempo del Espíritu. Somos invitados a pedirle a
Jesús su Espíritu, que nos guíe. Que nos ayude a encontrarnos con Él. Y también
a mirar, en sus manos, las llagas que
nos duelen. A descubrir cómo Él nos sana y renueva. El Evangelio de hoy termina
con una bienaventuranza para nosotros, los discípulos que no hemos visto, no hemos tenido una experiencia
tan intensa como la de aquellos primeros. En la humildad de nuestros caminos,
con sus ambigüedades y tropiezos, Él nos acompaña y nos comunica su Vida.
Lecturas de hoy (www.dominicos.org)