Los escribas y fariseos intentan “demostrar” que Jesús es un
falso profeta, planteándole un dilem: tendría que elegir entre contradecir la
Ley o consentir la ejecución de una mujer, renunciando a la misericordia que
predica. Pero, en su afán por tender una trampa, ellos mismos han quebrantado
gravemente la Ley, que mandaba apedrear tanto al varón como a la mujer adúlteros
(Lv 20,10; Dt 22,24. Al decir que han sorprendido a la mujer “en flagrante adulterio”, reconocen que
han dejado escapar al hombre). A ello se refiere Jesús con su respuesta: “El que esté libre de pecado, que tire la
primera piedra”. Su afán de condenar, los condena a ellos mismos.
Resulta misterioso el gesto de Jesús, escribiendo en el
suelo mientras lo acosan con preguntas. Tal vez está recordando el dedo y la
autoridad de Yahveh, cuando escribió las Tablas de la Ley. Es posible, también,
que Jesús esté tomándose un momento para entrar en su interior y encontrar una
respuesta ante esa situación indignante: hombres religiosos dispuestos a
sacrificar la vida de una persona, sólo para ganar una discusión.
De hecho, la respuesta que ofrece Jesús es una oportunidad
de vida, para todos. A los acusadores les invita a darse cuenta de que su
actitud de juicio es inviable, los condena a ellos mismos, que también son
pecadores. A la mujer, la llama a una nueva vida: “Anda, y en adelante, no peques más”.
“Yo tampoco te condeno”.
Nuestro mundo malvive en un fuego cruzado de acusaciones y condenas, un ambiente
crispado donde unos y otros “tapan” sus fallos señalando los de otros. Ffalta capacidad
para reconocer los propios errores y entablar diálogo con la parte de verdad
que el otro tiene. Y esto ocurre, probablemente, porque el mismo ambiente de
crítica y condena nos pone “a la
defensiva”. Y, por cierto, al ver esto a mi alrededor, no puedo menos que
preguntarme cómo lo estoy viviendo yo mismo.
¿Qué mirada preside mi vida? ¿La del
juicio y la condena, o la de la misericordia que abre camino a la vida? Hoy
Jesús nos recuerda cómo es la mirada de Dios, del Padre. La del que tiene la
palabra definitiva sobre nosotros.
Hoy se nos invita coger esta mirada de amor. Y darnos cuenta,
con el profeta Isaías, de que, lo que leemos en la Biblia, no son historias del
pasado: el mismo Dios sigue actuando hoy, y en tu vida: “mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis?”
La segunda lectura de hoy (Flp 3 8-14) es una confesión de
vida, de amor. Pablo abre su corazón y nos dice cómo vive alguien que ha
descubierto la fuerza del amor de Dios.
“A mí me ha dado su misericordia
infinita, ¡y a través de ella contemplo y adoro las demás perfecciones
divinas...! Entonces todas se me presentan radiantes de amor; incluso la
justicia (y quizás más aún que todas las demás) me parece revestida de amor...
¡Qué dulce alegría
pensar que Dios es justo!; es decir, que tiene en cuenta nuestras debilidades,
que conoce perfectamente la debilidad de nuestra naturaleza. Siendo así, ¿de
qué voy a tener miedo? El Dios infinitamente justo, que se dignó perdonar con tanta bondad todas las culpas del
hijo pródigo, ¿no va a ser justo también conmigo, que «estoy siempre con
él»...?”
Sta. Teresa del Niño Jesús, Manuscrito A, 84.