domingo, 25 de agosto de 2024

"Tú tienes palabras de vida eterna" (Jn 6, 60-69)

 

Muchos buscaban a Jesús, fascinados por hechos como la multiplicación de los panes y los peces. Pero se echan atrás ante la radicalidad de su propuesta: asumir como camino de vida y de plenitud las enseñanzas y el estilo de vida de Jesús, su persona y su mismo camino vital. En la Escritura, cuando se habla del hombre como “carne”, se subraya su debilidad y carácter perecedero, frente al Espíritu, que manifiesta el poder de Dios que es eterno. La insistencia de Jesús en su carne y su sangre (su vida derramada, entregada) nos remite al Jesús que sufrió fatigas, que lloró ante la tumba de Lázaro, que sintió terror y angustia en Getsemaní, que murió en la cruz. Que no salva “pasando de puntillas” sobre los aspectos más difíciles de nuestra vida, ni nos evade de ellos, sino que los asume. Como hoy escuchamos, es en esa vida de Jesús y en sus palabras donde se manifiesta la fuerza del Espíritu, que abre camino a la Vida. Jesús no es simplemente un hombre ejemplar o inspirador. Es quien nos transmite una palabra capaz de dar sentido a todo y de guiarnos, y quien nos transmite la vida de Dios. Es lo que Pedro reconoce, con una confesión de fe que hoy podemos hacer nuestra, para repetirla y orar con ella.

Una confesión que encuentra su fuerza en el propio Jesús. Pedro habla en primera persona (“nosotros creemos”…), pero el centro de este pasaje es ese de Jesús. Dios siempre es un para nosotros: podemos vivir en diálogo con Dios, descubriendo la fuerza de vida que tiene su palabra. Por eso, aunque quien hace esta confesión sigue siendo débil y caerá en algún momento, su fe ha encontrado una fuente más hondo que él mismo, un fundamento desde el cual levantarse y seguir, unido al Maestro.



La lectura de la carta a los Efesios, hoy, puede resultar chocante, y tiene un contenido profundo. Para comprenderla, hay que tener en cuenta, por una parte, que es Palabra de Dios encarnada, escrita en un contexto histórico, del siglo I (“el marido es cabeza de la mujer” es una idea común en aquel tiempo, de forma parecida a como el salmo 103 habla de la Tierra “asentada sobre cimientos”). 

Lo esencial de este pasaje es un estilo de vida, para todos, basado en una actitud de servicio, respeto y atención mutua (el término traducido por “sumisión”, “someterse a” tiene todos esos sentidos). Así lo señalan las primeras palabras.

Esa actitud sigue al Maestro que se hizo servidor de todos (Lc 22-27; Jn 13). Pablo, tras plantearla a todos, la concreta en el ámbito del matrimonio y la familia. Y “reparte”, de manera retórica, unos roles que son mutuos: las mujeres se sometan (en ese sentido de Jesús) a sus maridos, y éstos amen a sus mujeres. Y viceversa: es claro que la mujer ha de amar también al marido. Lo mismo ese sometimiento, que es para todos, como se ha indicado al principio.

La novedad que trae la Palabra de Dios es que esto no es sólo por los sentimientos naturales o por la lógica de convivencia de una familia unida, sino que encuentra su modelo y fuerza. Pablo descubre que el amor y la unión profunda, radical y fecunda del matrimonio es la mejor imagen y lo que más nos acerca a comprender la unión de Cristo (que ha asumido nuestra carne, nuestra condición humana) con la Iglesia. Por eso el matrimonio es sacramento. 

Lecturas de hoy (www.dominicos.org)

domingo, 18 de agosto de 2024

"El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí, y yo en él" (Jn 6, 51-58)

 

Culmina hoy el discurso de Jesús, que comenzó a raíz del signo de la multiplicación de los panes y los peces. Jesús ha invitado a los que se acercan a Él a “trabajar por el alimento que permanece para la vida eterna”, ha señalado que el núcleo de ese esfuerzo es creer en Él, y se propone como alimento: “Yo soy el pan de la vida”. Avanza ahora sobre lo que significa esta fe y este alimentarnos de él: no se trata, simplemente, de que miremos a Jesús como una “figura inspiradora”, o alguien que esperamos que nos otorgue una inmortalidad como quien da un objeto externo. Se trata de una identificación real con la persona concreta de Jesús, con sus hechos y dichos, con su vida entregada: “el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo”.

La Eucaristía nos quiere conducir a esto: Jesús se hace nuestro alimento para que lo asimilemos de la forma más real y atenta posible. El verbo que aquí usa Jesús se traduciría literalmente por “comer masticando” (por eso la resistencia de los oyentes a estas palabras). Estamos llamados a “rumiar” las palabras y los hechos de Jesús, a asimilar lo más concretamente posible sus actitudes en nuestra realidad actual y concreta. A identificarnos y vivir desde Él: “El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí, y yo en Él… Yo vivo por el Padre. Del mismo modo, el que me come, vivirá por mí” Vivir unidos a Jesús es lo que nos introduce en la vida eterna, que es la misma vida de Dios, que Jesús, el Hijo, ha venido a compartir con nosotros. Algo que ya empezamos a realizar en esta vida, y que se completa más allá de ella.

Los distintos momentos de la Eucaristía nos ofrecen la oportunidad de ir viviendo esto, desde las distintas dimensiones de nuestra realidad. Nos acercamos a Jesús desde nuestra debilidad y pecado, para que su misericordia sea medicina que sana las disfunciones y heridas de nuestro corazón, y alimento que nos fortalece. Escuchamos su palabra, para meditarla y “digerirla”. En la oración de los fieles, abrimos a su acción nuestra realidad y la de nuestro mundo, tan lleno de necesidades. En el ofertorio le presentamos, con el pan y el vino, lo que somos y tenemos, lo que nos traemos entre manos, para que también lo consagre, lo llene y lo “reconfigure” con la fuerza de su Espíritu. Recordamos, con la Última Cena, su entrega por nosotros en la Cruz y proclamamos su Resurrección. E invocamos su Espíritu para que nos consagre, nos haga ser (como Iglesia, como comunidad) cada vez más, su Cuerpo, nos ayude a vivir como seguidores suyos. A vivir fortalecidos por su Amor y su Paz, como Él nos propone: “haced esto en memoria mía”.

 

   Aquesta eterna fonte está escondida
en este vivo pan por darnos vida,
aunque es de noche.

       Aquí se está llamando a las criaturas
y de esta agua se hartan, aunque a oscuras,
porque es de noche.

                San Juan de la Cruz

(Jesucristo, Pan de Vida, quienes vienen a ti no tendrán hambre.
Jesucristo, Señor resucitado, quienes confían en ti no tendrán sed).

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jueves, 15 de agosto de 2024

"Bienaventurada la que ha creído, porque lo que ha dicho el Señor se cumplirá" (Lc 1, 39-56)

 

Madre, Muéstranos a Jesús

             "Madre de Dios y Madre nuestra,
Madre de Cristo el Señor,
el Salvador, Madre de la Iglesia,
enséñanos a Jesús, muéstranos a Jesús,
danos a gustar por dentro a Jesús.
Que seamos dóciles a su Palabra
y que mediante esta Palabra seamos fieles
a la voluntad del Padre.

 María: enséñanos a descubrir a Jesús en la noche
y en la mañana, en la cruz y en la alegría,
en la vida y en la muerte.
Madre: muéstranos a Jesús todos los días,
para que al final de nuestro camino
nos muestres clara y definitivamente
a Jesús, el fruto bendito de tu vientre. Amén


Lecturas de hoy (www.dominicos.org)


domingo, 11 de agosto de 2024

"Yo soy el Pan de la Vida" (Jn 6, 41-51)

 

Jesús se ofrece como Pan de Vida, y nos invita a alimentarnos de Él. Hacerlo implica aceptar que Jesús es quien nos revela quién es y cómo es Dios, y quien nos transmite verdaderamente la Vida.

El Evangelio deja ver que esto tiene sus dificultades, como les ocurrió a los que lo escuchaban aquel día. Esperaban un enviado de Dios que apareciera de manera extraordinaria y deslumbrante. Les resulta difícil reconocer a Dios en Jesús, que ha crecido en una familia humilde.

Y Jesús, precisamente invita “convertir” nuestra forma de pensar: en lugar de esperar un Dios de hechos sobrehumanos, pero a la medida de nuestras expectativas, nos invita a aprender. Son nuestras expectativas e ideas las que han de abrirse a lo que Él enseña y ofrece, a su forma de hacer las cosas, porque es Él quien ha visto al Padre.  Y su carne, su realidad histórica y concreta, es el alimento que nos da la vida definitiva. Toda la vida de Dios pasa por las formas humildes y humanas (y humanizadoras) de Jesús. Por su forma de descubrir y gozar cuanto tiene de hermoso y bueno la existencia, y su manera de compartirlo. Por su forma de asumir el dolor, las dificultades, las contradicciones que encuentra la vida humana, y por su forma de abrir camino para superarlas…. Jesús, el que pasó por la muerte, es quien nos ofrece vida eterna. Vida que va más allá de la muerte, porque es la vida de Dios. Y a la vez, fuerza y amor que nos hacen capaces de vivir esta vida de otra manera, participando de la libertad y la paz de Jesús, de su capacidad de pasar haciendo el bien...  

Celebramos la Eucaristía para esto: para alimentarnos de Jesús, de su Palabra y del encuentro personal y vivo con Él; para recibirlo y comulgar con Él, con sus actitudes, sus sentimientos, su Vida, su Espíritu.

San Pablo nos recuerda que esto implica un estilo de vida: “Sed imitadores de Dios, como hijos queridos, y vivid en el amor como Cristo…”

Y la historia de Elías, en la primera lectura, nos anuncia también algo que muchos han experimentado en la Eucaristía. Si el camino de la vida, a veces, es muy largo (superior a tus fuerzas, decía otra traducción) y podemos experimentar el cansancio y el desánimo, en este encuentro con Cristo, Pan de Vida, encontramos el alimento que nos fortalece para seguir, y nos guía al encuentro con Dios.  



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domingo, 4 de agosto de 2024

"Señor, danos siempre de este pan" (Jn 6, 24-35)

 

Hoy, vemos en el Evangelio una tensión entre la gente que busca a Jesús, que intuye la Vida que Él ofrece, pero intenta “domesticarlo”, traerlo a su modo de vivir y sus intereses, y Jesús que quiere revelar y entregar Vida, pero en Verdad.

Así, aunque Jesús ha frustrado sus esperanzas de tener un rey, siguen buscándolo.

Y entablan un diálogo difícil. Las preguntas de la gente “se van por las ramas”, por cuestiones colaterales: la curiosidad por cómo llegó al lugar sin tener barca, las obras que hay que hacer, los mediadores y las mediaciones (como Moisés, y el maná). Y Jesús, en cada respuesta, intenta centrarlos en lo fundamental:

- Llama a buscar y esforzarse, sobre todo, “por el alimento que permanece para la vida eterna”.

- Ante la pregunta por las obras (cumplimientos, actividades…) Jesús remite a lo que es previo, a la raíz: creer en Él, aceptarlo como fuente de Vida y Verdad, acoger su propuesta de vida.

- Como Jesús afirma estar marcado con el sello del Padre, ellos preguntan por la señal de ese sello, y recuerdan a Moisés, que les transmitió el maná y la Ley. De fondo está, precisamente, el deseo de quedarse en esa Ley, en cumplimientos externos (por eso Juan anota que han vuelto a cruzar a la orilla judía, a Cafarnaúm, y luego situará la discusión en la sinagoga). Y Jesús señala la verdadera fuente, más allá de Moisés, del maná y la Ley: es Dios quien envió a Moisés y quien ofrece el pan que verdaderamente baja del cielo y da la vida al mundo. Y ese pan es el propio Jesús. Su palabra, sus hechos, su propia persona, se nos ofrecen como verdadero alimento que sacia nuestros anhelos y nutre nuestra vida.

Pablo, en la carta a los Efesios, nos llama a preguntarnos por los criterios con los que vivimos, para no dejarnos seducir por cuestiones insustanciales y deseos que corrompen:

- Es necesario trabajar por el alimento y las demás necesidades cotidianas. Pero, ¿hasta qué punto nos absorben estas cuestiones –para muchos parece que todo es poseer y gozar-, o las situamos como medio para vivir, para compartir, para amar? ¿Hasta qué punto cultivamos el hambre y sed de justicia y de paz, el hambre de Dios, de Vida?

- Tenemos normas y rutinas de actividades que nos ayudan (¡y mucho!) para vivir en concreto nuestros valores. ¿Intentamos también ir a la raíz, al encuentro con Dios?

Pablo nos invita a renovarnos en la mente y el espíritu, para alcanzar la vida que Dios nos está ofreciendo, que él quiere crear en nosotros. Con el Evangelio, hoy podemos orar:  Señor, danos siempre de este pan”.



  El pasaje que hoy contemplamos, es un momento central en el Evangelio. Jesús ya ha hablado del Padre y de su amor a las multitudes, y con ...