domingo, 18 de agosto de 2024

"El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí, y yo en él" (Jn 6, 51-58)

 

Culmina hoy el discurso de Jesús, que comenzó a raíz del signo de la multiplicación de los panes y los peces. Jesús ha invitado a los que se acercan a Él a “trabajar por el alimento que permanece para la vida eterna”, ha señalado que el núcleo de ese esfuerzo es creer en Él, y se propone como alimento: “Yo soy el pan de la vida”. Avanza ahora sobre lo que significa esta fe y este alimentarnos de él: no se trata, simplemente, de que miremos a Jesús como una “figura inspiradora”, o alguien que esperamos que nos otorgue una inmortalidad como quien da un objeto externo. Se trata de una identificación real con la persona concreta de Jesús, con sus hechos y dichos, con su vida entregada: “el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo”.

La Eucaristía nos quiere conducir a esto: Jesús se hace nuestro alimento para que lo asimilemos de la forma más real y atenta posible. El verbo que aquí usa Jesús se traduciría literalmente por “comer masticando” (por eso la resistencia de los oyentes a estas palabras). Estamos llamados a “rumiar” las palabras y los hechos de Jesús, a asimilar lo más concretamente posible sus actitudes en nuestra realidad actual y concreta. A identificarnos y vivir desde Él: “El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí, y yo en Él… Yo vivo por el Padre. Del mismo modo, el que me come, vivirá por mí” Vivir unidos a Jesús es lo que nos introduce en la vida eterna, que es la misma vida de Dios, que Jesús, el Hijo, ha venido a compartir con nosotros. Algo que ya empezamos a realizar en esta vida, y que se completa más allá de ella.

Los distintos momentos de la Eucaristía nos ofrecen la oportunidad de ir viviendo esto, desde las distintas dimensiones de nuestra realidad. Nos acercamos a Jesús desde nuestra debilidad y pecado, para que su misericordia sea medicina que sana las disfunciones y heridas de nuestro corazón, y alimento que nos fortalece. Escuchamos su palabra, para meditarla y “digerirla”. En la oración de los fieles, abrimos a su acción nuestra realidad y la de nuestro mundo, tan lleno de necesidades. En el ofertorio le presentamos, con el pan y el vino, lo que somos y tenemos, lo que nos traemos entre manos, para que también lo consagre, lo llene y lo “reconfigure” con la fuerza de su Espíritu. Recordamos, con la Última Cena, su entrega por nosotros en la Cruz y proclamamos su Resurrección. E invocamos su Espíritu para que nos consagre, nos haga ser (como Iglesia, como comunidad) cada vez más, su Cuerpo, nos ayude a vivir como seguidores suyos. A vivir fortalecidos por su Amor y su Paz, como Él nos propone: “haced esto en memoria mía”.

 

   Aquesta eterna fonte está escondida
en este vivo pan por darnos vida,
aunque es de noche.

       Aquí se está llamando a las criaturas
y de esta agua se hartan, aunque a oscuras,
porque es de noche.

                San Juan de la Cruz

(Jesucristo, Pan de Vida, quienes vienen a ti no tendrán hambre.
Jesucristo, Señor resucitado, quienes confían en ti no tendrán sed).

Lecturas de hoy (www.dominicos.org)

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