domingo, 13 de agosto de 2023

"Ánimo, soy yo, no tengáis miedo" (Mt 14, 22-33)


El relato evangélico que hoy escuchamos sigue a la multiplicación de los panes y los peces. Jesús no se queda en el entusiasmo de la gente, ni deja a sus discípulos quedarse ahí. Mateo subraya la fuerza con la que "los apremia" a embarcarse para ir a otra orilla. Más de una vez repetirá Jesús ese mandato. A nosotros, tentados por la seguridad de nuestra orilla (de "nuestro mundo" y sus intereses, de lo  conocido y acostumbrado...) nos impulsa a buscar otras fronteras, a salir al encuentro de los alejados y los otros, de lo aún desconocido...

Va a ser un viaje en la noche, sin sentir la presencia de Jesús a su lado. Un viaje azaroso, de una comunidad lejos de tierra firme, con viento contrario, zarandeada por las olas. Pero Jesús no está lejos. De hecho, hacia el final de esa noche difícil (en el cuarto turno de vela) de la oscuridad y dificultades, experimentan cómo Jesús les sale al paso y se les revela como Dios: como el que es capaz de dominar el abismo (andar sobre las aguas) y, sobre todo, como Aquél que extiende su mano para salvar (aquél "brazo extendido" que tanto recordaba Israel en el Antiguo Testamento, es una mano tendida hacia Pedro que se hundía). Esos gestos ayudan a comprender el sentido de sus palabras: "¡Ánimo, soy yo. No tengáis miedo!". Palabras que somos invitados a guardar en el corazón, para reconocerlas cuando, de alguna manera, también llegan a nosotros. 

Y el Evangelio esboza una especie de diálogo entre esa presencia animosa de Jesús, como Señor, y la fe incipiente, insegura, del discípulo. Entre la noche y el encuentro sorprendente, aparecen el miedo, y la tendencia a "ver fantasmas". Y la palabra de Jesús, que infunde ánimo e invita a reconocerlo. También se cuela la tendencia pedir más señales. Y en las palabras de Pedro se mezclan la inseguridad de quien sigue pidiendo pruebas ("si eres tú"...), y la temeridad de quien pretende lo extraordinario, y el deseo de acercarse a Jesús... En ese intento de seguir a Jesús con más impulso que conciencia, y al sentir la violencia de los vientos, Pedro se siente hundir. Y en esa ambigüedad de su miedo y su deseo, se vuelve a Jesús, y experimenta cómo él lo salva. Pues Dios es el que tiende su mano a nosotros, para salvarnos en medio de la ambigüedad de nuestra vida. Y su reproche amistoso invita a dejar atrás dudas. El Evangelio de hoy nos invita también a hacer memoria y dar gracias a Dios, por tantas veces que su mano nos ha agarrado, y su palabra nos ha invitado a dejar atrás dudas y crecer en la fe

De fondo, en las lecturas de este domingo hay una invitación a descubrir el rostro y la presencia de Dios. Con el salmo 84 rezamos "muéstranos, Señor, tu misericordia, y danos tu salvación"... En el relato del libro de los Reyes vemos a Elías, el gran profeta, que "afina el oído" para descubrir la presencia de Dios, que ya no llega aparatosamente en el huracán, el fuego y el terremoto, sino "en el susurro de una brisa suave" (o, más literalmente, "la voz de un silencio sutil"). En la carta a los Romanos, Pablo nos abre su corazón, roto por el dolor de que su propio pueblo, el heredero de las promesas de Dios, ha rechazado al Mesías prometido. A continuación, en esa carta nos habla de cómo, incluso a través de esa oposición incomprensible a Dios, Él ha abierto un camino de bien, para que su salvación llegue a todos los pueblos. Elías y Pablo nos invitan a cultivar esa capacidad de escucha capaz de descubrir el paso de Dios en formas y hechos inesperados. 

Y la oración. Jesús se retira al monte, a orar. Con ese encuentro, a solas con el Padre, tiene que ver cuanto despliega: la capacidad para responder a la gente sin dejarse arrastrar por ella, para llegar hasta sus discípulos y trazar senderos en el mar, para infundir ánimo, calmar vientos y guiar en la fe.


Lecturas de hoy (www.dominicos.org)



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