domingo, 20 de noviembre de 2022

"Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino" (Lc 23, 35-43)

 

En esta fiesta de Jesucristo, Rey del Universo, contemplamos a Jesús en la cruz, convertido en objeto de escarmiento y burla. El cartel sobre la cruz anunciaba el motivo de la condena (y a la vez, su falsedad e injusticia: Jesús siempre rechazó los intentos judíos de proclamarlo rey, y ante Pilato afirmó que su reino no es de este mundo) y también era una especie de aviso para quien se levantara contra el poder romano (por eso, la protesta de los sumos sacerdotes, Jn 19, 21-22). Sus adversarios, ante todo el pueblo (Lc 23,35: "Estaba el pueblo mirando") se regodean del fracaso de Jesús, burlándose de su desvalimiento. 

El relato vuelve, una y otra vez, sobre el título de Jesús como rey y Mesías (ungido de Dios), y sobre la salvación. Resuena también, de fondo, una de las tentaciones que Jesús ya enfrentó en el desierto, la del Mesías del éxito, sin tropiezo ni fracaso (Lc 4, 9-13). 

El relato nos invita a un camino de acercamiento a la verdad de este Cristo en la cruz. Los magistrados, desde la distancia de su soberbia, desprecian a ese Cristo que parece incapaz de salvarse a sí mismo. También se burlan los soldados, aunque se acercan a ofrecerle vinagre (en algunos lugares, y a falta de cosa mejor, se añadía vinagre al agua para provocar sensación refrescante). Junto a la cruz de Jesús, crucificados como Él, hay dos malhechores, tal vez bandoleros, o guerrilleros antirromanos. De ahí, tal vez, la imprecación exasperada de uno de ellos, ante ese Mesías que no lucha, que parece no hacer nada ante la injusticia y ante el dolor que alcanza a los tres: "Sálvate a ti mismo y a nosotros". Y por último, el otro malhechor, que toma conciencia del fracaso del camino de violencia que ha seguido hasta entonces, y se vuelve hacia Jesús, lo llama por su nombre (es el único, de cuantos piden algo a Jesús en el Evangelio, que lo llama así) y le pide algo que parece no acertar a concretarse, pero expresa una confianza, una relación personal: "acuérdate de mí". 

Y entonces, Jesús desvela su realeza y su poder, que se apoyan en la misericordia y el perdón. No ha venido a salvarse y enaltecerse a sí mismo, sino a ofrecer a todos la salvación de Dios, y para ello no ha dudado en entregar su vida. 

Y la ofrece "hoy". Él siempre está presente. Ese "hoy" del Evangelio nos interpela, nos invita a dirigirnos a Jesús desde el aquí y ahora de lo que somos y vivimos, para dejarnos alcanzar por esta vida. Podemos hacer nuestras las palabras de la primera lectura: "hueso tuyo y carne tuya somos" (1 Sam 5,1), porque Él ha asumido nuestra condición humana. Abrirnos a ese reino que pedimos cada vez que rezamos el Padre nuestro. Ese reinado de Dios que se manifiesta donde la violencia deja paso a la paz; donde la justicia avanza; donde se abren caminos de solidaridad. Cristo empieza a reinar cuando no nos "gobiernan" los miedos, complejos, odios... sino que crecemos en libertad y en amor.

La carta a los Colosenses (Col 1, 12-20) nos invita a mirar esta realeza de Cristo en una perspectiva más amplia. Cristo es Rey del Universo porque todo el cosmos lleva su huella, su impronta. La armonía del universo expresa la sabiduría eterna del Padre, que es el Hijo (como decía S. Juan de la Cruz:
"Mil gracias derramando
pasó por estos sotos con presura
y yéndolos mirando,
con sola su figura,
vestidos los dejó de hermosura"),

Una armonía que nos habla de que hemos sido creados para el amor. Y reconciliados por la misericordia de Dios, su amor entrañable en nuestra fragilidad, para que vivamos en plenitud. Cristo es rey impulsando nuestras vidas a esa plenitud.

Lecturas de hoy (www.dominicos.org)

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