Van por delante de Jesús: Él mismo completará lo que ellos comienzan, en un campo tan amplio como el mundo, que necesita muchos obreros, urge la misión. Por eso, no han de detenerse a saludar a nadie por el camino. Y van "de dos en dos": no como individuos aislados, sino como comunidad.
A un mundo "de lobos", Jesús los envía "desarmados": sin seguridades, dispuestos a compartir el Evangelio (a curar, anunciar... ) y a dejarse acoger (a diferencia de otros predicadores itinerantes, que llevaban sus propios víveres para no contaminarse), con un mensaje de paz y de cercanía del Reino, incluso para quienes no quieran recibirlos. Su seguridad, más fuerte que otra defensa o medio, es la confianza en Dios, capaz de suscitar, también, relaciones de confianza y acogida mutua.
El Evangelio nos recuerda, hoy, que somos todos enviados a anunciar, con palabras y obras, el Reino, la presencia de Dios entre los hombres, capaz de ir construyendo relaciones nuevas. Es un anuncio de alegría y de paz, como anticipan el profeta Isaías y el salmo. Un anuncio que implica también renovar nuestra forma de vivir, de formar comunidad cristiana, de vivir abiertos a los demás para acoger y dejarnos acoger.
Nos invita, en fin, a ponernos en camino. Puede sonar paradójico, en este tiempo de fin de curso, de vacaciones para muchos. Puede ser una invitación a que, ahora que terminamos el recorrido de un año, pensemos ¿qué camino invita Dios a andar?
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