El marco de estos avisos sobre seguimientos "a medias", poco meditados o indecisos, es el camino de Jesús hacia Jerusalén: hacia la cruz. La seriedad de ese camino da sentido a la coherencia y decisión con la que quiere que lo sigamos.
Y San Pablo nos recuerda el sentido de ese camino: Cristo da la vida por nosotros "para que vivamos en libertad". Una libertad que no es justificación de egoísmos ni entrega a lo primero que apetece, al igual que tampoco es sujeción a leyes impuestas. Su sentido es el amor. Se entiende desde el amor. ("Ama, y haz lo que quieras", decía san Agustín...). El que ama se entrega libremente: sabe tomar la iniciativa yendo más allá de sus meros intereses, y aprende a escuchar y "hacerse al otro", sin dejar de ser él mismo, sin dejar de crecer como persona en libertad.
La Palabra de Dios, hoy, nos invita a preguntarnos cómo seguimos a Jesús. A tomar conciencia de las excusas, de las indecisiones o tendencias que puede haber en nosotros para hacerlo a medias, o "a nuestra manera". Nos invita (con el salmo), a dejarnos instruir por Él, buscar y encontrar en Él nuestra alegría, nuestro descanso (en Él podemos también "reclinar la cabeza"). Nos invita a preguntarnos cómo vivimos ese seguimiento (y las realidades en que se concreta: nuestro vivir en familia, en comunidad, nuestro participar en la Iglesia...): ¿nos va llevando la inercia? ¿lo hacemos desde algo parecido a un cumplimiento del deber (aunque sean deberes que hemos escogido nosotros)? ¿Vamos encontrando o intuyendo ese camino del espíritu, ese camino del amor que da sentido y ayuda a orientar más afinadamente nuestros pasos?
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