lunes, 1 de noviembre de 2021

Bienaventurados. Luz y esperanza (Mt 5, 1-12)

 


Alguien dijo que el paganismo es brillante por fuera y triste por dentro, mientras el cristianismo es sobrio pero lleno de esperanza y vida. Las celebraciones de estos días lo ilustran.

La fiesta de Halloween parece tener su origen en creencias y prácticas célticas en torno al fin de año, que se situaba por estas fechas. Según aquella mentalidad, en ese recomienzo del ciclo del tiempo y del orden del mundo, se abría, momentáneamente, una especie de "brecha" que permitía a los muertos visitar el mundo de los vivos. Parece que los disfraces y otras prácticas (truco o trato...) pretendían, sobre todo, evitar que esos visitantes causaran daño a los vivos. Y como los hombres sabemos (afortunadamente) hacer fiesta con todo, aquello dio lugar a las fiestas y juegos que hoy vemos y podemos disfrutar. 

Aparte del aspecto lúdico y divertido que esto tiene, llama la atención la visión que todo este "imaginario" transmite de la muerte y lo que está más allá: es la visón de un mundo tenebroso, despiadado, monstruoso, destructor. Eso puede enlazar con nuestros miedos más primarios. Pero no se corresponde con la experiencia que tenemos de aquellos seres queridos que ya fallecieron. Su recuerdo no es para nosotros fuente de miedo, sino que tiene el aroma (teñido de nostalgia) del cariño, de la bondad que nos transmitieron. 

Ese recuerdo amable, que con frecuencia es incluso intuición de una presencia velada, se corresponde con la fe que Jesús nos ha transmitido: el Padre nos ha creado para la vida, para siempre. Y la muerte es paso a esa vida. Un tránsito doloroso, porque es despedida, y porque pasa por un despojamiento de fuerzas y capacidades. Pero un paso que nos lleva a las manos misericordiosas del Padre. a participar en la Resurrección de Cristo. Nuestras celebraciones en torno a los difuntos suelen ser sobrias, quizás poco atractivas, pero llevan dentro la luz de la esperanza, una luz que sana las heridas de las despedidas, y que ayuda a vivir. 

Una luz que encontramos ya en la vida de muchos de aquéllos que nos han precedido, en unos casos de forma más escondida, y en otros, de forma resplandeciente. (Yo recuerdo, por ejemplo, a los misioneros que, tras las terribles experiencias de la guerra de Rwanda, volvieron para atender a los refugiados de esa misma guerra. Es inolvidable la impresión de palpar una bondad y paz sobrehumanas, encarnadas en personas sencillas, frágiles como los demás). La bondad, la paz, la alegría que muchas personas han transmitido, son señal de esa Vida Nueva  y eterna que el Espíritu Santo infunde ya en esta existencia. Al celebrar a todos los Santos -los famosos y los anónimos- celebramos la acción del Espíritu Santo, llena de creatividad, que ha impulsado a tantas personas a la plenitud, ha hecho de sus vidas una buena aventura, una existencia Bienaventurada, desbordante, transmisora de vida, y que es anticipo y señal de esa misma vida eterna en que esperamos. 


Lecturas de hoy (www.dominicos.org)

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