Dios es misterio: no llegamos a conocerlo bien “desde fuera”,
como se puede analizar un fenómeno físico. Pasa algo parecido con las personas:
sólo se conoce a alguien en el encuentro personal, y desde el amor, que abre la
capacidad de comprender. Por eso, el Evangelio narra encuentros con Jesús, y el
Evangelio es para nosotros “puente” para encontrarnos personalmente con Él.
Quien se encuentra con Jesús entra en una relación de fe y
de amor con Él (“a vosotros os llamo
amigos” (Jn 15, 15), en la que recibimos su Palabra. Su Palabra es Sabiduría
y Vida (la palabra de Jesús es, al fin, su misma vida, entregada por nosotros).
Su Palabra es amor, que es don y tarea: el “mandamiento
nuevo: que os améis unos a otros” (Jn 13, 34). La recibimos para “guardarla”: para no dejarla perder, sino
“llevar dentro” (como hacía María, Lc
2, 19.51). Y a la vez, realizarla,
ponerla por obra (si no se vive, se pierde, porque esta palabra es vida).
Llevar la Palabra y el amor de Jesús en el corazón y en nuestro obrar.
Jesús promete que cuando nos disponemos a vivir esto, no
estamos solos: Él viene a nosotros. Y con Él, el Padre y el Espíritu Santo.
Ahí encuentra la plenitud nuestra vocación, nuestra dimensión
espiritual (1 Cor 3, 16: “¿No sabéis que
sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?”). Esa
presencia de Dios en nosotros es fuente de Paz (esa paz que el mundo no nos
puede dar), y nos va transformando, nos ayuda a desarrollar en plenitud nuestra
personalidad.
Particularmente, Jesús nos habla hoy del don del Espíritu
Santo, que nos acompaña (Paráclito significa
eso: “junto a”: el que acompaña:
p.ej., para consolar en la dificultad o para defender en un juicio). El nos va
recordando, llevando de nuevo al corazón, la Palabra y la Vida de Jesús. Y nos
enseña, nos va haciendo capaces de comprenderla.
“Dentro de nosotras
está un palacio de grandísima riqueza, todo su edificio de oro y piedras
preciosas, en fin, como para tal Señor; y que sois vos parte para que este
edificio sea tal, como a la verdad es así (que no hay edificio de tanta
hermosura como un alma limpia y llena de virtudes, y mientras mayores, más
resplandecen las piedras), y que en este palacio está este gran Rey, que ha
tenido por bien ser vuestro Padre, y que está en un trono de grandísimo precio,
que es vuestro corazón.
(…) entendamos con
verdad que hay otra cosa más preciosa, sin ninguna comparación, dentro de
nosotras que lo que vemos por de fuera. No nos imaginemos huecas en lo
interior.”
Teresa de Jesús, Camino
de Perfección, 28, 9-10.