domingo, 25 de mayo de 2025

“Vendremos a él y haremos morada en él” (Jn 14, 23-29)


 Judas Tadeo había preguntado “¿Por qué vas a manifestarte a nosotros y no al mundo?” (Jn 14,22). Jesús responde con estas palabras, que muestran la conexión que hay entre el amor a Él, el vivir su palabra, y el conocerle. En profundidad.

Dios es misterio: no llegamos a conocerlo bien “desde fuera”, como se puede analizar un fenómeno físico. Pasa algo parecido con las personas: sólo se conoce a alguien en el encuentro personal, y desde el amor, que abre la capacidad de comprender. Por eso, el Evangelio narra encuentros con Jesús, y el Evangelio es para nosotros “puente” para encontrarnos personalmente con Él.

Quien se encuentra con Jesús entra en una relación de fe y de amor con Él (“a vosotros os llamo amigos” (Jn 15, 15), en la que recibimos su Palabra. Su Palabra es Sabiduría y Vida (la palabra de Jesús es, al fin, su misma vida, entregada por nosotros). Su Palabra es amor, que es don y tarea: el “mandamiento nuevo: que os améis unos a otros” (Jn 13, 34). La recibimos para “guardarla”: para no dejarla perder, sino “llevar dentro” (como hacía María, Lc 2, 19.51). Y a la vez, realizarla, ponerla por obra (si no se vive, se pierde, porque esta palabra es vida). Llevar la Palabra y el amor de Jesús en el corazón y en nuestro obrar.

Jesús promete que cuando nos disponemos a vivir esto, no estamos solos: Él viene a nosotros. Y con Él, el Padre y el Espíritu Santo.

Ahí encuentra la plenitud nuestra vocación, nuestra dimensión espiritual (1 Cor 3, 16: “¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?”). Esa presencia de Dios en nosotros es fuente de Paz (esa paz que el mundo no nos puede dar), y nos va transformando, nos ayuda a desarrollar en plenitud nuestra personalidad.

Particularmente, Jesús nos habla hoy del don del Espíritu Santo, que nos acompaña (Paráclito significa eso: “junto a”: el que acompaña: p.ej., para consolar en la dificultad o para defender en un juicio). El nos va recordando, llevando de nuevo al corazón, la Palabra y la Vida de Jesús. Y nos enseña, nos va haciendo capaces de comprenderla.


Dentro de nosotras está un palacio de grandísima riqueza, todo su edificio de oro y piedras preciosas, en fin, como para tal Señor; y que sois vos parte para que este edificio sea tal, como a la verdad es así (que no hay edificio de tanta hermosura como un alma limpia y llena de virtudes, y mientras mayores, más resplandecen las piedras), y que en este palacio está este gran Rey, que ha tenido por bien ser vuestro Padre, y que está en un trono de grandísimo precio, que es vuestro corazón.

(…) entendamos con verdad que hay otra cosa más preciosa, sin ninguna comparación, dentro de nosotras que lo que vemos por de fuera. No nos imaginemos huecas en lo interior.”

Teresa de Jesús, Camino de Perfección, 28, 9-10.


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domingo, 18 de mayo de 2025

“Como yo os he amado, amos también unos a otros” (Jn 13, 31-35)

 

El Evangelio nos sitúa en la Última Cena. Al salir Judas del Cenáculo para preparar el arresto de Jesús, comienza la Pasión. En ella, se manifiesta la gloria de Dios. En la entrega de Jesús por nosotros se manifiesta el amor de Dios que nos salva, asumiendo y redimiendo el dolor de nuestro mundo.

Jesús sabe que le queda poco tiempo, y abre a sus discípulos su corazón (el término “hijitos” indica ese tono entrañable). Nos transmite lo esencial. Así nos da el “mandamiento nuevo: que os améis unos a otros”

Ya el Levítico mandaba “amarás al prójimo como a ti mismo” (19, 18). El mandamiento de Jesús es nuevo por su referencia a Jesús. Es la Nueva Ley de Jesús, que no consiste en cumplir normas, sino en amar, guiados por el Espíritu Santo. Amar como Jesús es precisamente, lo que nos introduce en la Vida Nueva que Él nos ofrece. Y anuncia (y empieza a hacer realidad) el cielo y la tierra nuevos de que nos habla hoy el Apocalipsis (21,1).

Este mandamiento es, sobre todo, un don (por eso dice Jesús “Os doy”). Es el legado de Jesús. Así es como lo seguimos, y nos introducimos en su amistad. Así dirá Jesús: “Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que os mando” (Jn 15,1), que no consiste en “cumplir órdenes”, sino, precisamente, en vivir en este amor. El amor a Cristo se forja en el amor al hermano, que construye la comunidad (1 Jn 4, 7-13), comunidad en la que Él se hace presente (Mateo 18,20: “donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo, en medio de ellos”). Este amor nos identifica con Jesús, como discípulos suyos. De hecho, el amor fraterno de las primeras comunidades interpelaba a la gente en el mundo antiguo, y llevó a muchos a Jesús.

Como yo os he amado”: el amor de Jesús es nuestro modelo y también nuestra fuente. Lo que, a su vez, nos remite a la forma como Jesús vive el amor: “Como el Padre me ha amado, así os he amado yo” (Jn 15, 9). Este amor no es voluntarismo, sino respuesta a un amor que estamos llamados a experimentar. Es preciso comprender cómo nos ama Dios, acoger ese amor, para que Él nos haga capaces de amar. La oración puede ser esto: acoger el amor de Dios, para dejarnos transformar por Él.

El evangelio y la liturgia de hoy sitúan ese amor en el contexto de nuestra debilidad y de la complejidad del mundo: Jesús habla de esto entre el anuncio de la traición de Judas y el de la negación de Pedro. Por otra parte, en esa comunidad que se abre al mundo (Hechos de los Apóstoles), en un proceso que tuvo tribulaciones e incertidumbres. Así se va abriendo paso, de manera humilde pero decisiva, ese “hago nuevas todas las cosas” del Apocalipsis (21, 5). En medio de nuestros tropiezos, debilidades y dudas, vamos aprendiendo a amar.

Amar como Jesús (en griego hay muchos términos para hablar del amor. Aquí es ápape: el amor desinteresado, que es puro don). Podemos mirar la vida de Jesús para comprender ese amor que va unido a la verdad, que no ata sino que libera, que dialoga, que sana, que lava los pies de los discípulos… ¿Cómo puedo hacerlo concreto hoy?


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domingo, 11 de mayo de 2025

“Escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida” (Jn 10, 27-30)

 

En los primeros domingos de Pascua, contemplamos el encuentro de Jesús resucitado con los discípulos. Lo siguientes nos ofrecen pistas para ir entrando en la Vida Nueva que Él nos ofrece, a la vez que nos invitan a contemplarlo como Hijo de Dios y descubrir lo que significa su gloria.

Y hoy nos dice: “Yo y el Padre somos uno” (Jn 10, 30). Una palabra que se apoya en sus obras, porque “las obras que hago en nombre de mi Padre son las que dan testimonio de mí”  (Jn 10, 25). En virtud de esta unión profunda del Hijo con el Padre, aquellos que se ponen en sus manos pueden saberse seguros: “nadie las arrebatará de mi mano”, “no perecerán para siempre.”

Con esta confianza ha vivido esa muchedumbre incontable “de todas naciones, razas, pueblos y lenguas” que Juan describe en el Apocalipsis. El redil de Jesús se ha abierto a toda la humanidad. Éstos han pasado por la gran tribulación: han sufrido las persecuciones, y las dificultades de nuestro mundo. No están limpios porque se hayan inhibido del barro y las luchas del mundo, sino porque “han lavado y blanqueado sus vestiduras”  en la vida (la sangre) de Jesús: lo han seguido en profundidad. Y con Él, el Cordero, el que venció a la muerte a través de su entrega por amor, se alcanza la palma de la victoria.

Jesús describe, breve y hondamente, la relación que nos invita a establecer con Él. Vale la pena que meditemos cómo la vivimos:

Cómo escuchamos su voz, que nos habla en la Escritura, y también en nuestro corazón, a través de su Espíritu. Cómo le prestamos atención y la destacamos, entre tantas voces y ruidos que nos circundan.

Cómo nos conoce, con esa mirada suya que ve lo más hondo, que nos acoge, nos ama.

Cómo le seguimos: seguimos sus enseñanzas, sus actitudes, sus pasos… Sabiendo que Él conoce los anhelos más profundos de nuestro corazón, y también el barro del que estamos hechos.

Cómo nos da la vida eterna, la que atisbamos en pequeños signos que van floreciendo en esta existencia, y la que va más allá de lo que cabe en nuestro pensamiento.

 

Hoy, el día del Buen Pastor, oramos también por las vocaciones, especialmente por las llamadas al ministerio sacerdotal y la vida consagrada. Que cada uno sepamos escuchar su voz y seguirle, para acoger la vida que nos ofrece.

Y oramos también por el Papa León XIV, dando gracias por su sí al Señor y a la Iglesia, y pidiendo que el Espíritu lo acompañe con sus dones .



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viernes, 9 de mayo de 2025

Discurso primero del Papa León XIV

 



La paz sea con todos ustedes. Queridos hermanos y hermanas, este es el primer saludo de Cristo resucitado, el Buen Pastor que ha dado la vida por el rebaño de Dios. También yo quisiera que este saludo de paz llegue hasta sus corazones, que alcance a sus familias, a todas las personas, donde sea que se encuentren, a todos los pueblos, a toda la tierra.

La paz esté con ustedes. Esta es la paz de Cristo resucitado, una paz desarmada, desarmante y también perseverante, que proviene de Dios, que nos ama a todos incondicionalmente. Todavía conservamos en nuestros oídos esa voz débil, pero siempre valiente, del Papa Francisco que bendecía a Roma.

El Papa que bendecía a Roma también daba al mundo entero esa mañana del día de Pascua. Permítanme dar continuidad a esa misma bendición: que Dios los quiere mucho, Dios ama a todos y el mal no prevalecerá. Estamos todos en las manos de Dios. Por lo tanto, sin miedo, unidos, mano a mano con Dios y entre nosotros, andemos adelante. Seamos discípulos de Cristo. Cristo nos precede. El mundo necesita de su luz; la humanidad necesita de Él como el puente para ser alcanzada por el amor de Dios. Ayudémonos los unos a los otros a construir puentes con el diálogo, el encuentro, uniéndonos todos para ser un solo pueblo, siempre en paz.

Gracias al Papa Francisco. 

Quisiera agradecer a todos los hermanos cardenales que me han elegido para ser el sucesor de Pedro y caminar junto a ustedes como Iglesia unida, buscando siempre la paz, la justicia, trabajando como hombres y mujeres fieles a Jesucristo, sin miedo, para proclamar el Evangelio y ser misioneros.

Soy un hijo de San Agustín, agustino, que ha dicho: "Con ustedes soy cristiano y para ustedes, obispo". En este sentido, podemos todos caminar juntos hacia esa patria que Dios nos ha preparado.

A la Iglesia de Roma, un saludo especial.

Tenemos que buscar juntos cómo ser una Iglesia misionera, una Iglesia que construye puentes de diálogo, siempre dispuesta y abierta a recibir, como esta plaza, con los brazos abiertos a todos. A todos los que tienen necesidad de nuestra caridad, de nuestra presencia, de diálogo y amor.

Y si me permiten, también una palabra, un saludo, de modo particular para todos aquellos de mi querida diócesis de Chiclayo, en el Perú, donde un pueblo fiel ha acompañado a su obispo, ha compartido su fe y ha dado tanto, tanto, para seguir siendo Iglesia fiel de Jesucristo.

A todos ustedes, hermanos y hermanas, de Roma, de Italia y de todo el mundo. Queremos una Iglesia sinodal, que camine, que busque siempre la paz, que busque siempre la caridad, estar cerca de quienes sufren.

Hoy, en el día de la Virgen de Pompeya, nuestra Madre María quiere caminar siempre con nosotros, estar cerca de nosotros, ayudarnos con su intercesión y su amor. Ahora quisiera rezar junto a ustedes por esta nueva misión, por toda la Iglesia, por la paz del mundo. Pidamos esta gracia especial de María, nuestra Madre.


domingo, 4 de mayo de 2025

“¿Me amas?” Jn 21, 1-19

- “¿Es fácil resucitar?”

- “Duele. Porque si has muerto duele mucho. Y te tienen que volver a hacer…”.

Así respondía un niño. Con su ingenuidad, expresó una intuición certera: la Resurrección (la nuestra) es también un proceso, y tiene sus dificultades. Porque la hace Dios con nosotros: en “diálogo” con nuestra libertad y nuestra capacidad de amar, y eso significa rehacer muchas cosas (curar heridas, superar limitaciones…)

La Pascua no es un mero recuerdo de la Resurrección de Jesús. Dios nos invita, a nosotros, a “empezar a Resucitar”, ir entrando en la Vida Nueva de Jesús. Que es vida eterna más allá de esta vida, y una nueva forma de vivir aquí. Diferente de la forma de vivir vieja (Ef 4, 22, ese hombre viejo que dice S. Pablo, centrado en sí mismo, cerrado…). Y ¿cuánta muerte se nos ha pegado al corazón? ¿Cómo renovar, si se nos han muerto, funciones vitales como el perdón, la capacidad de asombro, la generosidad para amar y acoger, la inocencia…?

De ello nos habla hoy el Evangelio. La pesca en el lago de Tiberíades habla, en lenguaje simbólico, de los comienzos de la misión de la Iglesia (la barca de Pedro…), de su apertura a mundo no judío (apuntan a ello detalles como el número de 7 apóstoles –cfr. Hch 6, 1-6- y el nombre pagano para llamar al mar de Galilea…), y de la vocación de Pedro.

Juan nos sitúa en un momento “extraño”, y a la vez muy cercano a nosotros: los discípulos ya saben que Jesús ha resucitado, y sin embargo, parecen ajenos a su fuerza y alegría, y a su misma presencia. Pedro toma la iniciativa, y le acompaña la comunidad, pero parece que lo hicieran sin el impulso de Jesús, sin acertar a llevarlo con ellos y seguir su estilo. Van como a tientas, en un momento de tinieblas (la noche), y el trabajo es infructuoso.

Pero Jesús sale, una vez más, a su encuentro. Y con Él llega el amanecer. Los saluda con cariño (“muchachos”). Los anima a perseverar y les enseña cómo hacerlo. Y con Él, la misión tiene un fruto sobreabundante. La pesca milagrosa anuncia a la Iglesia como red de salvación (Lc 5, 10) capaz de recoger, sin romperse, a todos los pueblos (S. Jerónimo dice que 153 eran los tipos de peces existentes, según los naturalistas de la época).

El discípulo amado es el primero, una vez más, en reconocer al Señor. Y Pedro, ahora, se “reviste” sus actitudes: se ciñe (Jn 13, 4-5, como Jesús se ciñó en la Cena para lavar los pies de los discípulos), y se adelanta a tirar de esa red llena. Que, enseguida, nos introduce en la Eucaristía: Jesús que come con los discípulos, “toma el pan y se lo da”.

Y en la sobremesa de esa Eucaristía, Jesús confirma y sanea la vocación de Pedro, herida por sus negaciones. En su camino, Pedro ha conocido ya el fracaso y la caída, ha hecho experiencia de que sus solas fuerzas y sus pretensiones no son suficientes para seguir al Maestro (Jn 13, 38). Jesús le ayuda a asumir todo eso desde la cuestión principal “¿Me amas?” y a descubrir su misión como un liderazgo de servicio, con ternura, para guiar (pastorea) y dar vida (apacienta). A seguir a Jesús, identificándose con Él. Hasta, como Él, entregar la vida, extendiendo las manos en la cruz.

Juan nos invita a pensar en cómo vivimos nuestra vocación. Y cómo participamos en la misión de la Iglesia y la vamos construyendo. A encontrarnos, desde ahí, con Jesús. Y renovarnos, entrar en su Vida Nueva

 


Lecturas de hoy (www.dominicos.org)

  La fiesta de hoy nos invita a contemplar a Dios, como se ha revelado en la Pascua, en la Resurrección de Jesús y el don del Espíritu Santo...