sábado, 7 de diciembre de 2024

"Alégrate, llena de gracia" (Lc 1, 26-38)


 Hoy se funden la celebración del Domingo segundo de Adviento con la de la Inmaculada Concepción. María es signo de esperanza para nosotros.

Con demasiada frecuencia, en nuestro mundo vemos corrupción, injusticia, violencia, falta de solidaridad… Tanto es así, que se extiende la idea de que todo eso forma parte de la condición humana hasta el punto de ser inevitable. De que el mal no sólo nos tienta y nos condiciona, sino que llega a determinarnos sin remedio. Lo que hoy celebramos, precisamente, es que no es así. En María vemos el plan original de Dios original: una humanidad libre del mal y de toda corrupción. Para realizarla, se ha encarnado el Hijo de Dios. El alfarero no sólo modela el barro, sino que lo cuece para que la vasija adquiera consistencia y no se vuelva a deshacer. Y el Hijo de Dios ha tomado nuestro barro: ha asumido, en sí mismo, nuestra realidad con toda su debilidad y su historia de pecado; con toda su dimensión de muerte. Lo ha vivido todo (la vida, la fragilidad, la muerte) desde su amor (“semejante en todo a nosotros, menos en el pecado” Heb 2, 17)  y en su Resurrección re-crea una humanidad nueva, sólida, fortalecida, capaz de vencer al pecado y la muerte.

En María contemplamos esta obra realizada radicalmente, desde el principio. Y así, en el Evangelio de hoy vemos, por una parte, al Hijo de Dios que se encarna para salvarnos. Y por otra parte, a María, ese ser humano nuevo, capa de responder a Dios en plenitud. En contraste con Adán, que se esconde de Dios y pone torpes excusas, María pone ante Dios su realidad (incluidas las dificultades: ¿cómo será eso…?) con toda libertad y con toda confianza. En el momento en que Jesús, el Señor se hace Siervo para transmitirnos su libertad, María, la esclava del Señor, nos muestra cómo es una libertad plena, que colabora con el plan de Dios y se realiza plenamente: hace y llega a ser lo que verdaderamente quiere ser, lo que lleva en sí plenitud.

Lo que en María está ya completo desde el principio, en nosotros es camino y aprendizaje, que vamos realizando paso a paso, colaborando con la iniciativa de Dios. Pablo habla de ello en la carta a los Filipenses (1, 4-6; 8-11): “el que ha inaugurado entre vosotros esta buena obra, la llevará adelante”. Y somos llamados a crecer en el amor, “en sensibilidad para apreciar los valores”, para “llegar al Día de Cristo limpios e irreprochables, cargados de frutos de Justicia”. Es el propio Cristo el que lo hace posible (“por medio de Cristo Jesús”, y esa plenitud nuestra es “gloria y alabanza de Dios”.

Decir tu nombre, María,
es decir que todo nombre
puede estar lleno de gracia

            (Pedro Casaldáliga)







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