A aquella multitud que buscaba “como ovejas sin pastor” (Mc 6, 34) Jesús les enseña “muchas cosas”, y además se preocupa por
que coman. Hoy escuchamos el relato de la multiplicación de los panes y los
peces. La liturgia nos lo ofrece en la versión de Juan, para después seguir con el discurso de Jesús sobre el Pan de Vida, en ese mismo evangelio.
En la narración, Juan subraya matices que recuerdan el Éxodo, cuando Dios salvó a los hebreos de la esclavitud, los convirtió en Pueblo de
Dios, y los alimentó. En todo lo que se está contando, “estaba cerca la Pascua”.
Jesús se hace cargo de la necesidad de la gente, y la plantea
a los discípulos, para buscar solución. Resolverlo a base de dinero parece
inviable. Y entonces aparece ese muchacho con cinco panes de cebada (el pan de
los humildes) y dos peces. La pobreza de esta respuesta es evidente: “¿qué es esto para tantos?” Sin embargo,
Jesús invita a emprenderla con confianza (“decid
a la gente que se siente en el suelo”), y esa comida se convierte en un signo
de Dios. Un signo de sobreabundancia, que brota desde ese poco que alguien tenía,
y que ha puesto en manos de Jesús, que ha pasado por la acción de gracias y se ha
repartido.
Pero hay riesgo de no comprender el signo. El joven puso
lo que tenía a disposición de Jesús, sin buscar siquiera reconocimiento (no
conocemos su nombre). Sin embargo, la gente, fascinada por lo extraordinario,
quiere utilizar a Jesús para sus propios proyectos: tener un rey, volver a ser
una nación fuerte, tal vez resolver su subsistencia… Ante eso, Jesús se retira
a la montaña solo. Igual que hizo Moisés, cuando el pueblo fabricó un becerro
de oro. Y es que, cuando intentamos utilizar a Dios como “recurso mágico” al servicio de nuestros proyectos, en lugar de hacernos
nosotros discípulos, convertimos a Dios en un ídolo, degradamos la fe.
Ante este relato evangélico, no podemos olvidar el hambre en
el mundo (lo sufren cerca de 739 millones). “¿Con
qué compraremos panes para que coman estos?”. No bastan cálculos económicos
para dar una solución. Es necesario renovar la economía y las relaciones humanas
desde la actitud de aquel joven: compartir. Y esto, a todos los niveles,
empezando por los que tenemos a mano.
El Evangelio nos está hablando también de la Eucaristía, y
nos propone cómo entrar en ella: la
confianza de sentarnos con Jesús, el dar gracias, el poner a su disposición lo
que somos y tenemos, el hacerse cargo de las necesidades de los otros... También
la capacidad de recoger lo que se nos ofrece. Y, por otra parte, de hacernos
cargo de aquellos que parecen sobrar en nuestro mundo: “que nada se pierda”. Junto a ello, las actitudes que propone Pablo,
en la carta a los Efesios (humildad, amabilidad, comprensión)… la búsqueda de comunión.
Cada domingo nos recuerda que somos convocados, y tenemos una vocación, un
proyecto de plenitud, que vivir.
"Como si yo pudiera algo o fuera algo,
lloraba con el Señor y le suplicaba remediase tanto mal... determiné hacer eso
poquito que era en mí... confiada en la gran bondad de Dios, que nunca falta de
ayudar a quien por él se determina".
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