domingo, 28 de julio de 2024

"Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió" (Jn 6, 1-15)

 

A aquella multitud que buscaba “como ovejas sin pastor” (Mc 6, 34) Jesús les enseña “muchas cosas”, y además se preocupa por que coman. Hoy escuchamos el relato de la multiplicación de los panes y los peces. La liturgia nos lo ofrece en la versión de Juan, para después seguir con el discurso de Jesús sobre el Pan de Vida, en ese mismo evangelio.

En la narración, Juan subraya matices que recuerdan el Éxodo, cuando Dios salvó a los hebreos de la esclavitud, los convirtió en Pueblo de Dios, y los alimentó. En todo lo que se está contando, “estaba cerca la Pascua”.

Jesús se hace cargo de la necesidad de la gente, y la plantea a los discípulos, para buscar solución. Resolverlo a base de dinero parece inviable. Y entonces aparece ese muchacho con cinco panes de cebada (el pan de los humildes) y dos peces. La pobreza de esta respuesta es evidente: “¿qué es esto para tantos?” Sin embargo, Jesús invita a emprenderla con confianza (“decid a la gente que se siente en el suelo”), y esa comida se convierte en un signo de Dios. Un signo de sobreabundancia, que brota desde ese poco que alguien tenía, y que ha puesto en manos de Jesús, que ha pasado por la acción de gracias y se ha repartido.

Pero hay riesgo de no comprender el signo. El joven puso lo que tenía a disposición de Jesús, sin buscar siquiera reconocimiento (no conocemos su nombre). Sin embargo, la gente, fascinada por lo extraordinario, quiere utilizar a Jesús para sus propios proyectos: tener un rey, volver a ser una nación fuerte, tal vez resolver su subsistencia… Ante eso, Jesús se retira a la montaña solo. Igual que hizo Moisés, cuando el pueblo fabricó un becerro de oro. Y es que, cuando intentamos utilizar a Dios como “recurso mágico” al servicio de nuestros proyectos, en lugar de hacernos nosotros discípulos, convertimos a Dios en un ídolo, degradamos la fe.

Ante este relato evangélico, no podemos olvidar el hambre en el mundo (lo sufren cerca de 739 millones). “¿Con qué compraremos panes para que coman estos?”. No bastan cálculos económicos para dar una solución. Es necesario renovar la economía y las relaciones humanas desde la actitud de aquel joven: compartir. Y esto, a todos los niveles, empezando por los que tenemos a mano.

El Evangelio nos está hablando también de la Eucaristía, y nos propone cómo entrar en ella: la confianza de sentarnos con Jesús, el dar gracias, el poner a su disposición lo que somos y tenemos, el hacerse cargo de las necesidades de los otros... También la capacidad de recoger lo que se nos ofrece. Y, por otra parte, de hacernos cargo de aquellos que parecen sobrar en nuestro mundo: “que nada se pierda”. Junto a ello, las actitudes que propone Pablo, en la carta a los Efesios (humildad, amabilidad, comprensión)… la búsqueda de comunión. Cada domingo nos recuerda que somos convocados, y tenemos una vocación, un proyecto de plenitud, que vivir.

"Como si yo pudiera algo o fuera algo, lloraba con el Señor y le suplicaba remediase tanto mal... determiné hacer eso poquito que era en mí... confiada en la gran bondad de Dios, que nunca falta de ayudar a quien por él se determina".

             (Teresa de Jesús, Camino de Perfección, 1,2)


domingo, 21 de julio de 2024

"Venid vosotros a solas" (Mc 6, 30-34)

 

La ética termina donde empiezan los nervios”. Así reza un titular de una escritora de éxito, que leí ayer. Me sorprende esta falta de conciencia y de memoria: hace sólo cuatro años, miles de sanitarios luchaban, en una situación límite que se prolongó durante meses, por salvar millones de vidas. La frase me parece un ejemplo (entre muchos) de la desorientación y falta de principios de nuestro tiempo. Puede hacernos pensar también en la falta de rumbo y sentido de quienes “pastorean” hoy la cultura (medios de comunicación, intelectuales…: “vosotros dispersasteis mis ovejas y las dejasteis ir sin preocuparos de ellas”, dice la lectura de Jeremías, 23, 1-6).

Este domingo, el evangelio habla de una multitud que “andaban como ovejas que no tienen pastor”. Describe también la realidad de hoy, con tantas personas extenuadas, corriendo de aquí para allá sin encontrar lo que buscan, abatidas por la falta de esperanza y de sentido, desorientadas.

Ante ellos, vemos a Jesús y sus discípulos. Se mueven entre el anhelo de un lugar tranquilo para estar a solas con el Maestro, y la atención a esa multitud que tiene hambre de Verdad y de Vida. Marcos nos propone buscar el equilibrio entre esas dos dimensiones: el discípulo ha de ser apóstol, no puede desentenderse de la gente; y por otra parte, él también tiene mucho que aprender, y necesita encontrar tiempo para alimentarse, para “estar muchas veces a solas, con quien sabemos nos ama” (como describía Teresa de Jesús la oración).

Llama la atención, una vez más, la actitud de Jesús. Quería retirarse a un lugar tranquilo, pero su plan se frustra, porque ese lugar desierto se ha llenado de gente que lo requiere. Y, en lugar de impacientarse, Jesús se pone a enseñar a la gente “muchas cosas”. La expresión de Marcos también significa “con calma”. Jesús lleva dentro esa calma, que se hace capacidad para ver a la multitud y reconocer lo que están viviendo las personas. Esa paz no es un “blindaje” ni un abstraerse de los problemas de la gente: Marcos nos dice que a Jesús “se le conmueven las entrañas” (ese es el sentido del verbo “compadecerse”). Es una Paz unida a la Misericordia. Con ella, Jesús va a enseñar a la gente. Y también va a responder a sus necesidades, dándoles de comer, como veremos en el pasaje que sigue. Esa Paz y Misericordia de Jesús se nos propone como referencia.

El salmo nos ayuda a enfocar todo esto, al invitarnos a reconocer a Jesús al Buen Pastor. Él es nuestra referencia: nos conduce por el sendero de vida, nos acompaña con su bondad y su misericordia. Él nos alimenta, repara nuestras fuerzas, es nuestro descanso. “Él es nuestra paz”, nos dice San Pablo (Efesios, 2, 14); y ahonda en uno de los sentidos de esa paz: la reconciliación, que es trabajo por la paz y la unión entre los pueblos; es conversión, apertura al amor de Dios; y es también camino personal de sanación de las heridas y contradicciones que nos tensan por dentro.   


domingo, 14 de julio de 2024

"Los fue enviando" (Mc 6, 713)

 


A pesar del rechazo que ha encontrado en su propio pueblo (como escuchábamos el domingo pasado), Jesús sigue anunciando el Evangelio y además, involucra en su misión a los Doce. Y ello, a pesar de que todavía tienen mucho que aprender. Es que, para ser discípulos, para descubrir lo que significa el Reinado de Dios que Jesús anuncia, esos discípulos (y nosotros) han de hacer la experiencia de predicar la conversión, de luchar contra el mal y de hacer el bien, sanar a otros. El Evangelio nos recuerda, hoy, que la Iglesia no existe para sí misma. No podemos vivir la fe como “consumidores”. Se nos ha dado este don para que lo transmitamos a otros.  

Marcos alude apenas al contenido de aquella predicación, y subraya, sobre todo, actitudes. Por un lado, cuenta lo que hacen los discípulos, en consonancia con Jesús: curar, llamar a la conversión (otra actitud: la de volverse hacia Dios), vencer al mal (“echar demonios”. Jesús les ha dado, precisamente, autoridad para eso). Y, señala las instrucciones de Jesús:

-  Los envía “de dos en dos”. Esto subraya la importancia del testimonio (que se confirmaba por la declaración de dos testigos). Y de la comunidad. Transmitimos una fe que cultivamos en comunidad y que no es teoría, sino testimonio de vida.

- Y los envía preparados para un camino largo (con bastón y sandalias), pero sin provisiones, reservas ni protección: han de ir confiados en la Providencia y en la hospitalidad de las gentes, a la que tendrán que acogerse, sin discriminaciones. La autoridad para vencer el mal, aquí, va acompañada por la sencillez para recibir, como pobres, lo que necesiten. Cabe apuntar que en aquel tiempo, había también predicadores itinerantes de algunos grupos judíos, que llevaban su propia comida para no exponerse a comer algo que no cumpliera los preceptos de pureza legal, o a ser acogidos por pecadores.

En los primeros tiempos del cristianismo, hubo predicadores itinerantes. En nuestros días, y frente a la tentación de instalarnos, necesitamos mantener cierta actitud de itinerancia, de relativizar muchas cosas para recordar que Dios es lo primero. De recordar que somos llamados para ser enviados. ¿Cómo puedo vivir ese envío en mi realidad concreta?



domingo, 7 de julio de 2024

"¿Qué sabiduría es esa? (Mc 6, 16)

 


Tras hacer milagros y señales y predicar a multitudes en varios lugares, Jesús va a Nazaret, y no encuentra allí acogida. Este hecho impresionó a los discípulos, y al propio Jesús. Lo cuentan también Mateo y Lucas, y Juan lo resume, al principio de su Evangelio: “Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron” (Jn 1, 11-12. Y añade: “pero a los que lo recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios”). Los detalles con que lo narra Marcos, y las lecturas con que lo acompaña hoy la Liturgia, nos ofrecen algunas claves:

- La obstinación y la cerrazón. Las dificultades del profeta Ezequiel ante Israel, un pueblo “de corazón obstinado” anuncian las de Jesús, y denuncian una tendencia de la humanidad: la de cerrarnos en nuestra mentalidad, nuestra ideología y esquemas. Los paisanos de Jesús se escandalizaron ante su mensaje: “¿De dónde saca todo eso?”. Hoy, esta tendencia hace crecer en todo el mundo una peligrosa polarización: sólo oír a los de nuestro círculo. El Evangelio nos invita a esforzarnos por mantener abierto el corazón. Ante los otros, y ante Dios.

- La desconfianza. ¿Cuántas veces hemos oído (o dicho) la frase “te conozco demasiado bien” en contexto de reproches? A veces etiquetamos a las personas y no esperamos de ellas nada nuevo. Los paisanos de Jesús creían saberlo todo sobre Él, su familia y orígenes. Su falta de fe y de apertura les impidió encontrarse de verdad con Él, conocer la Vida que les ofrecía: “No pudo hacer allí ningún milagro. Y se admiraba de su falta de fe.

- La autosuficiencia y el desprecio. Los de Nazaret se refieren a Jesús con matices peyorativos (como lo era, en aquella cultura, omitir al padre). Cuando leemos esta escena desde el salmo, podemos descubrir que en la desconfianza y obstinación hay una autosuficiencia que desprecia al otro. Israel tuvo, además, la tentación de despreciar a los demás pueblos. La predicación de Jesús chocó, repetidas veces, con las pretensiones de supremacía y poder judías. En contraste con esa arrogancia y desdén, el salmista se vuelve hacia la misericordia de Dios. Y de ella también habla Pablo, desde una experiencia dolorosa, en la que aprendió algo: evitar la autosuficiencia, dejar de soñar con la perfección que él pretendía, para acoger la gracia de Dios que actuaba, con fuerza, en medio de sus dificultades y su fragilidad.

La sabiduría que Jesús ofrece tiene que ver con eso: con la vida que Dios regala gratuitamente, que nos acompaña en medio de nuestras debilidades. La gracia de Dios que nos ayuda a realizar nuestra vida: tal vez no por el camino que pensábamos, pero por un camino de fecundidad y de amor.

Lecturas de hoy (www.dominicos.org)

  Hoy, el Deuteronomio nos habla de la Ley de Dios como sabiduría y justicia para vivir. Santiago nos habla de la Palabra de la Verdad, inje...