sábado, 20 de abril de 2024

"Yo soy el Buen Pastor. El Buen Pastor da su vida por las ovejas" (Jn 10, 11-18)

 

En los primeros domingos de Pascua, el Evangelio narra los encuentros de Jesús Resucitado con los discípulos. En los tres siguientes, antes de la Ascensión, nos habla de nuestra relación con Él, a través de tres imágenes: el Buen Pastor, la Vid y los sarmientos, y el Amigo.

Hoy se presenta Jesús como Pastor. Es una imagen familiar para aquellas gentes, que con frecuencia se aplicó a reyes y gobernantes, encargados de conducir a los pueblos. Más de una vez, los profetas hablaron así de los reyes de Israel, para denunciar que eran malos pastores, que se aprovechaban del pueblo, en vez de cuidarlo.

Jesús es, en cambio, el Buen Pastor, que da la vida por las ovejas. Ha expresado, poco antes, la razón de esa entrega: “Yo he venido para que tengan vida, y la tengan a en abundancia”(Jn 10,10). Ese “dar la vida” se hará real en la muerte de Jesús, que aquí se afirma como un acto de total libertad de Jesús: “Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente”.  Y aquí, se unen dos paradojas, que nos invitan a meditar: la libertad de Jesús, que incluso está por encima de la muerte (“Tengo poder para entregarla y tengo poder para recuperarla”) se realiza unida a la voluntad, el “mandato” del Padre. Y Jesús se manifiesta como “dueño” de las ovejas, en la entrega por ellas.

Otro rasgo fundamental de esta relación del Buen Pastor con los suyos es el conocimiento mutuo. Un conocimiento profundo, íntimo: tanto, que Jesús lo declara igual al que une al Padre y al Hijo. La carta de San Juan nos ayuda a comprenderlo: Jesús usa la imagen del Pastor, pero los términos “oveja” y “rebaño” son mera metáfora, porque nuestra relación con Dios aclara y hace emerger nuestra verdadera realidad, con toda su dignidad y singularidad: el Padre nos llama "hijos suyos y ¡lo somos!" aunque aún no se ha manifestado plenamente cuanto esto significa. Él ya nos conoce y nos ama. Nosotros estamos en camino de comprender vivir esa filiación, ese conocerle y amarle, que une el conocimiento y la identificación, nos iguala en dignidad y en posibilidades: estamos llamados a ser semejantes a El, a participar de su vida

Y esta vocación es universal. La misión de Jesús como Pastor no se reduce al “redil” de Israel, se abre a la humanidad entera, llamada a formar un solo rebaño, un solo pueblo.

El Salmo 118 y la lectura de Hechos, hoy, unen otra imagen, desde la que nos invitan a considerar la del Pastor: Jesús es “la piedra que desecharon los arquitectos y que se ha convertido en piedra angular” (Salmo 118, 22-23). La expresión está planteada en polémica (como también lo estaba la comparación de Jesús con otros pastores), y en ello resplandece de nuevo ese “para que tengan vida en abundancia” de Jesús: Pedro responde ante el Sanedrín, precisamente porque han curado, en nombre de Jesús, a un paralítico; y esto manifiesta qué sentido tiene el poder de Jesús. El mundo “no le conoció a Él” (como también desconoce y oculta nuestra condición de hijos de Dios) y Él ha sido “rechazado por los arquitectos”, hasta ser condenado a muerte en la cruz. Sin embargo, su amor es el que tiene la iniciativa y dirige la historia: Él ha entregado su vida libremente para que nosotros tengamos vida en abundancia. Él es el pastor que nos conoce y nos conduce, y  Él es la rocasobre la que podemos levantar, con solidez, nuestra vida.

Un pastorcico solo está penado,
ajeno de placer y de contento,
y en su pastora puesto el pensamiento,
y el pecho del amor muy lastimado.

No llora por haberle amor llagado,
que no le pena verse así afligido,
aunque en el corazón está herido;
mas llora por pensar que está olvidado.

Que sólo de pensar que está olvidado
de su bella pastora, con gran pena
se deja maltratar en tierra ajena,
el pecho del amor muy lastimado.

Y  dice el pastorcito: ¡Ay, desdichado
de aquel que de mi amor ha hecho ausencia
y no quiere gozar la mi presencia,
y el pecho por su amor muy lastimado!

Y a cabo de un gran rato se ha encumbrado
sobre un árbol, do abrió sus brazos bellos,
y muerto se ha quedado asido dellos,
el pecho del amor muy lastimado.

           S. Juan de la Cruz

Lecturas de hoy (www.dominicos.org)



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