domingo, 17 de marzo de 2024

"Queremos ver a Jesús" (Jn 12, 20-33)

 

Hoy, Jeremías (31, 31-34) nos ofrece un hermoso texto para orar y meditar como preparación al Evangelio. La historia de las alianzas que Dios ha ido haciendo y rehaciendo, primero con la humanidad, y después con su pueblo Israel, y que de manera resumida hemos seguido a lo largo de la Cuaresma, nos trae a este anuncio de una alianza nueva, con una ley que no se viva como preceptos externos, sino escrita en el corazón (como añade Ezequiel 36,26-27: "os daré un corazón nuevo ... y os infundiré mi Espíritu"). Una alianza que conlleva el conocimiento del Señor. 

En el Evangelio, encontramos una señal de la llegada de esos nuevos tiempos, en esos griegos que quieren ver a Jesús. Jesús lo confirma: "cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí". Él ha venido para esto, y para esto entrega su vida: para ese juicio que, como escuchábamos el domingo pasado, es oferta de salvación para todos, y es victoria de Dios, de su vida, sobre los principios de muerte (violencia, egoísmo, división...) que ejercen su poder en el mundo. 

La entrega de Jesús muestra la gloria de Dios, que es su amor que salva. Jesús la asume, aunque le cuesta, y siente su alma turbada. Esta escena es como un eco de la de Getsemaní, cuando Jesús dice al Padre "aleja de mí este cáliz... pero no se haga mi voluntad, sino la tuya" (Mc 14,36). Y, a la vez, es como un eco de la Transfiguración, donde se oía la voz del cielo manifestando la gloria de Dios en su Hijo (no es casualidad que Mateo, Marcos y Lucas recuerdan a los mismos tres discípulos como testigos de ambos momentos: están íntimamente unidos). La carta a los Hebreos (5, 7-9) nos habla de estos sentimientos y de esta opción de Jesús, en Getsemaní y en toda su vida, hasta la cruz: de cuánto le costó, humanamente; de su oración al Padre (esa "piedad filial" que significa amor, respeto, entrega, confianza), diálogo en que Jesús aprende el camino de la obediencia, y el Padre le salva del dominio de la muerte, pero no evitándole el morir, sino resucitándolo. De cómo el Hijo, hecho hombre como nosotros, ha aprendido también, en medio de dificultades y sufrimientos, el camino de la obediencia, y por eso nos puede guiar a través de él. Obediencia que en Jesús no es sumisión a un mandato externo, sino esa "ley interior" del amor que le hace capaz de identificarse con la voluntad del Padre, de conocer su corazón y estar en unión con él. Cuando Jesús se identifica como Hijo, hace siempre referencia a esa unión que tiene con la voluntad del Padre, con su corazón. 

En el Evangelio, cuando Andrés y Felipe le cuentan a Jesús que uno griegos querían verlo, podría parecer que Jesús se puso a hablar de otra cosa. Pero, precisamente, se nos está dando a conocer, nos permite verlo "por dentro", nos revela sus sentimientos, lo que le mueve, sus opciones. 

Y nos invita a conocerlo "por dentro", asumiendo su misma actitud de entrega. Con la radicalidad de términos propia del modo hebreo de hablar (no usa términos como "posponer" o "preferir", sino los extremos de amar y aborrecerse) nos invita a entrar en su misma lógica, la del amor y la entrega, para entrar en comunión con Él. "Donde esté yo, allí también estará mi servidor". Para participar de su gloria, de su vida. 


Lecturas de hoy (www.dominicos.org)

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