sábado, 1 de julio de 2023

"El que pierda su vida por mí la encontrará" (Mt 10, 37, 42)

 

Las palabras que hoy escuchamos a Jesús, siguen teniendo como contexto el envío evangelizador ("el que os recibe a vosotros, me recibe a mí") y la hostilidad del mundo a ese mensaje. Y también la forma de hablar judía, llena de contrastes y radicalidad. Conviene, por ello, situar su sentido. No es (como podría parecer) que haya una "competencia" entre el amor a la familia y el amor de Dios. Dios no se sitúa ante lo humano en actitud de rivalidad o competencia. De hecho, Él ama a cada persona, más de lo que sus padres o sus hijos puedan amarla. La primacía del amor a Dios no "hace de menos" los otros amores, sino que los "ordena", y los ayuda a crecer en plenitud. Desde Dios, el amor a los padres, a los hijos, a los cónyuges, los hermanos... puede ir creciendo en libertad para no atrapar, en generosidad y vitalidad, en capacidad de compartir, en horizonte y apertura hacia los demás...

Con todo, el conflicto existe. En las primeras comunidades hubo personas que, por su fidelidad a Cristo, sufrieron presiones de sus familias, o incluso el rechazo total. La radicalidad de las palabras del Evangelio refleja la radicalidad de su opción: tuvieron que elegir. Eso sigue ocurriendo hoy. Y en ocasiones, de manera menos explícita: los lazos familiares, a veces, se pueden convertir en ataduras de chantajes afectivos, de egoísmos de grupo (aquello de "yo por mi familia mato"...) que un seguidor de Cristo no puede aceptar. 

Jesús da un paso más, e invita a poner toda la vida en juego, en el seguimiento de Cristo. Aceptar el riesgo de seguirle, el riesgo de "perder la vida" en ello. Y, efectivamente, seguir a Cristo implica una serie de actitudes que, desde los criterios de nuestro mundo, pueden implicar "perder". Implica una manera diferente de afrontar la vida diferente. Vale la pena, aquí, volver sobre la lectura de la carta a los Romanos que hoy escuchamos, para preguntarnos qué puede significar para nosotros "andar en una vida nueva", y a qué hemos de "morir", para ello. 

Jesús nos habla de cargar la cruz y seguirle. Leído desde aquel tiempo en que la cruz era un patíbulo, esto nos habla de una opción que afronta el riesgo al fracaso, a la muerte: una opción total. A la vez, esta expresión la cruz de cada uno, nos remite a nuestra vida personal, con nuestras "cruces", nuestras dificultades cotidianas... y nos habla de un seguimiento de Cristo que se encarna en lo cotidiano, en nuestra existencia real. 

A la vez, estas palabras llevan dentro una esperanza y una experiencia de luz. No se trata meramente de cargar con la propia cruz, sino de hacerlo siguiendo a Jesús. No afrontamos nuestras dificultades y riesgos en solitario, sino unidos a Jesús, apoyados en Él, el que "nos amó primero" (1 Jn 4,19), que siempre está cerca de nosotros y toma la iniciativa. Afrontado con Él nuestras cruces, "viviremos con Él", encontraremos nuevos caminos, maneras fecundas de vivir nuestra realidad. Y la invitación a la radicalidad de este evangelio va unida a la conciencia de la generosidad de Dios que comprende nuestra limitación y recompensa hasta el más pequeño esfuerzo. 

¡Aventuremos la vida!
Pues no hay quien mejor la guarde
que el que la da por perdida.
Pues Jesús es nuestra guía,
y el premio de aquesta guerra.
Ya no durmáis, no durmáis,
porque no hay paz en la tierra.

Teresa de Jesús


Lecturas de hoy (www.dominicos.org)


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