domingo, 19 de marzo de 2023

"Soy la luz del mundo" (Jn 9, 1-41)

El pasaje evangélico de hoy es largo, y la liturgia ofrece la posibilidad de recortarlo. Vale la pena, sin embargo, leer entero este capítulo de Juan.

Nos ofrece una clave fundamental al final, en la pregunta "¿también nosotros somos ciegos?" y la respuesta de Jesús.
(Por cierto ese "para un juicio he venido yo a este mundo: para que los que no ven, vean, y los que ven, queden ciegos" es lo que experimentó Pablo, cegado por la luz de Jesús, para abrir los ojos desde la fe. Hch 9, 3-18)

 Desde esa pregunta y la respuesta de Jesús a quienes no reconocen su ceguera, podemos descubrir que este capítulo habla de muchas cegueras, muchas formas "tuertas" de mirar. Probablemente me puedo reconocer en varias:

- Cuando como los discípulos, ante el mal y el problema, busco culpables (¿quién pecó, este o sus padres?) en vez de preguntarme qué puedo hacer ("es para que se manifiesten las obras de Dios. Tenemos que trabajar en las obras del que me ha enviado")

- Cuando paso junto a los pobres sin verlos, como aquella gente que no acertaba a reconocer con certeza a quien estaba, todos los días, sentado pidiendo limosna.

- Cuando, como los padres del ciego, prefiero "mirar para otro lado" ("Preguntádselo a él, que es mayor... porque tenían miedo")

- Cuando me obceco (por mis prejuicios, o por el orgullo, o... ) y dejo de ver incluso lo evidente, como los fariseos que sólo ven la norma del sábado, y dejan de ver el gran signo que ha hecho Jesús. 

- ...

Y  habla, por supuesto, de Jesús. Él sí que vio al ciego. Su curación significa una "nueva creación" (como Dios, en el principio, hizo al hombre con barro y le insufló aliento), en la que Jesús se involucra personalmente (por eso usa su propia saliva para hacer el barro). El es luz del mundo, que nos hace posible el ver. Jesús que vuelve a buscar al que había sido ciego, para invitarle a  creer, abrir sus ojos a una nueva dimensión que ha ido germinando en su interior.

Habla, también, de ese ciego que vivía en la oscuridad, en la mendicidad, en la dependencia, sujeto a la mentalidad de una sociedad que lo consideraba "empecatado desde el nacimiento de pies a cabeza". Ese hombre que ha sido visto por Jesús, y curado y buscado por El. Ese hombre a quien Jesús ha abierto los ojos, y que va haciendo un itinerario personal: desde un no saber decir dónde está Jesús, hasta llegar a confesarlo (pagando un alto precio: ser expulsado) y hasta encontrarse con Él, y reconocerlo ("Creo, Señor"). Es todo un itinerario bautismal ("lávate en la piscina de Siloé -que significa enviado-"), que también podemos considerar nosotros. 

Un itinerario que nos lleva a ser "luz por el Señor", como explica San Pablo (Ef 5,8). Jesús, como la luz del día, nos hace posible el "trabajar", involucrarnos también nosotros, participar en la obra de Dios (Jn 9,4-5). Se nos invita a vivir como hijos de la luz, ser luz con nuestras actitudes. Y abrir los ojos a una nueva forma de mirar, la de Dios (ya aludida en el relato de Samuel), la de Jesús. 


Lecturas de hoy (www.dominicos.org)


No hay comentarios:

Publicar un comentario

  En los primeros domingos de Pascua, el Evangelio narra los encuentros de Jesús Resucitado con los discípulos. En los tres siguientes, ante...