Un Jesús al que vemos muy humano: cansado del camino, sediento... Y a la vez, con la capacidad que Dios tiene para saltar fronteras (entre judíos y samaritanos, que estaban enfrentados; entre varones y mujeres...), para superar los conflictos ("Nuestros padres dieron culto en este monte, y vosotros decís que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén"), llevando las cosas a un plano más profundo; para tocar y decir la verdad de la persona ("me ha dicho todo lo que he hecho") sin condenar; para ofrecer un agua que "salta hasta la vida eterna". Un Jesús que se presenta pidiendo, como necesitado, para dar, para ofrecer el don de Dios (tantas veces lo hace así...), y que busca el diálogo con aquella mujer que se muestra esquiva, pero lleva por dentro sed y preguntas, deseo de vida auténtica.
"No endurezcáis vuestro corazón" nos advierte el salmo. Frente a la tentación de endurecernos como tierra reseca, de quedarnos en nuestros desencantos, hoy se nos invita a preguntarnos por nuestra sed más profunda. Y por cómo intentamos saciar nuestro corazón (He aquí, por cierto, uno de los sentidos del ayuno cuaresmal: llevarnos a tocar ese hambre y sed que hay en nosotros, abrirnos desde ahí a Dios). Jesús se ofrece como fuente de un agua viva, capaz de saciar y convertirse, en nuestro interior, en fuente. Con la imagen del agua, se nos habla del don de Dios: de verdad y sabiduría; de encuentro y amor; de vida y de fecundidad; de bondad y hermosura... San Pablo nos dice que "el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado" (Rom 5,5), y este amor gratuito, que acogemos en la confianza de la fe, es el que nos "justifica", el que nos salva y da razón de nuestra vida, el que nos puede llevar a plenitud.
El Evangelio nos revela también un Dios que tiene "hambre y sed". Aquel Jesús que en el desierto renunció a convertir piedras en panes porque "no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios" (Mt 4, 3-4), ahora habla a sus discípulos de un alimento nuevo, que le llena a Él de energía: "hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra". Dios es una fuente sedienta, deseosa de compartir su plenitud y su vida con nosotros, para llenarnos.
"He aquí, pues, todo lo que Jesús exige de nosotros. No tiene
necesidad de nuestras obras, sino sólo de nuestro amor. Porque ese mismo Dios
que declara que no tiene necesidad de decirnos si tiene hambre, no vacila en mendigar
un poco de agua a la Samaritana. Tenía sed... Pero al decir: «Dame de beber»,
lo que estaba pidiendo el Creador del universo era el amor de su pobre
criatura. Tenía sed de amor...
Sí, me doy cuenta, más que nunca, de que Jesús está sediento.
Entre los discípulos del mundo, sólo encuentra ingratos e indiferentes, y entre
sus propios discípulos ¡qué pocos corazones encuentra que se entreguen a él sin
reservas, que comprendan toda la ternura de su amor infinito!"
Sta. Teresa del Niño Jesús, Carta a su hermana María, 13-IX-1896
“Dios no se sirve de otra cosa sino de amor (…), y es porque
todas nuestras obras y todos nuestros trabajos, aunque sea lo más que pueda
ser, no son nada delante de Dios; porque en ellas no le podemos dar nada ni
cumplir su deseo, el cual sólo es de engrandecer al alma. Para sí nada de esto
desea, pues no lo ha menester, y así, si de algo se sirve, es de que el alma se
engrandezca; y como no hay otra cosa en que más la pueda engrandecer que
igualándola consigo, por eso solamente se sirve de que le ame; porque la
propiedad del amor es igualar al que ama con la cosa amada (…). Dice, pues, la canción:
Mi alma
se ha empleado
y todo
mi caudal en su servicio,
ya no
guardo ganado,
ni ya
tengo otro oficio
que ya
sólo en amar es mi ejercicio”.
San Juan de la Cruz, Cántico Espiritual, 28,1
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